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VISITA PASTORAL A L'AQUILA

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Bernardino (L'Aquila)
Sábado 30 de agosto de 1980

 

Señor Gobernador,
Señor Alcalde de Aquila:

Les agradezco mucho las corteses y gentiles palabras con las que han querido manifestarme, en nombre de todos los ciudadanos, tan queridos para mí, sentimientos cordiales de bienvenida, de aprecio por mi persona y por mi magisterio de Pastor de la Iglesia universal; doy las gracias a sus colaboradores y colegas, como también a las autoridades civiles y militares de la provincia y de la región, presentes en esta manifestación en honor de San Bernardino de Siena, en el VI centenario de su nacimiento; agradezco también la ocasión que, con la invitación a venir aquí, se me ha ofrecido de admirar el vario, amplio y sugestivo paisaje en que se halla situada esta ciudad. Efectivamente, al sobrevolar este centro geográfico de Italia, he podido observar con placer cómo la ciudad está magníficamente circundada, de un lado, por los escabrosos macizos del Terminillo y del Gran Sasso y, de otro, por las fluentes cordilleras de Velino y de Sirente: lugares maravillosos que le dan tanto atractivo y sugestión.

1. Sé que ya desde el primer anuncio de esta visita mía, todos los habitantes de Aquila, por ese sentido de hospitalidad que caracteriza tanto al pueblo abruzo, a quien se aplica con toda justicia el epíteto de "fuerte y gentil", se han apresurado generosamente, no sin sacrificios personales, para asegurar una preparación minuciosa y un éxito feliz a esta peregrinación mía para venerar los restos mortales de San Bernardino, guardados en la homónima iglesia de la ciudad, que se gloría de reconocerlo como celeste Compatrono. Y hoy puedo ver personalmente cómo la magnífica y jubilosa acogida, que se me reserva, corresponde de lleno a las costumbres tradicionales de cortesía y gentileza de las antiguas gentes de Abruzo, tal como me las han descrito. También por esto expreso mi complacencia y mi gratitud.

Al hablar a quienes tienen la responsabilidad de la cosa pública, y a todos vosotros habitantes de Aquila, deseo añadir que mi presencia quiere ser un signo manifiesto de mi benevolencia y un gesto de ánimo para cuantos están solícitos y deseosos del bien común. Esta ciudad, como tantas otras, espera desde hace tiempo interés, estudio y entrega por la solución de múltiples y a veces graves problemas. Se trata de problemas de orden social y económico, como la emigración, la escasez de mano de obra especializada, la calidad de la vida en las familias menos acomodadas; pero entre ellos no deben olvidarse o infravalorarse las dimensiones e implicaciones morales y religiosas, que siempre se deben respetar y promover como premisas de las que no se puede prescindir, si se quiere alcanzar realmente un progreso auténtico que revierta verdaderamente en beneficio de cada uno de los hombres, tanto si se le considera singularmente, como en su coexistencia en la comunidad.

2. Y, ¿no fueron precisamente estos valores sociales, éticos y religiosos los que movieron y animaron la elocuencia ardiente y vigorosa de Bernardino de Siena? En el nombre de Jesús, sintetizado en el conocido monograma que vosotros, los de Aquila, habéis querido grabar en la fachada del Palacio Viejo y en los portales de tantas casas, él no cesó de predicar la paz y el bien, según el espíritu del lema franciscano "Pax et bonum", entendiéndolo en su sentido más amplio de paz interior y exterior, y de bien espiritual y material, esto es, de bondad y de bienestar. Solía repetir: "Daría una libra de sangre para que se consiguiera la paz". Habiendo llegado aquí, a Aquila, in limine vitae, quiso hacerse con su presencia instrumento de paz y de pacificación entre las partes entonces en contienda, reconciliándolas en el nombre del Señor. Efectivamente, como escribe su biógrafo Piero Bargellini: "Aquila entera era un grito de bronce que clamaba por todo el círculo de los montes y por la amplitud de los valles. Al sonido de las campanas de las iglesias se había unido el de todas las torres. También la campana del ayuntamiento... para Bernardino sonó con las otras. De todas las partes de Abruzo corrió la gente" (P. Bargellini, San Bernardino, pág. 229).

3. Una multitud igual de gente se apiña hoy en torno a los restos mortales de San Bernardino para recibir con mayor plenitud su mensaje que, después de tantos años, no ha perdido la actualidad ni la urgencia. Os sirva él de ánimo en este compromiso social y cristiano, os sirva de ayuda su patrocinio, bajo el cual no dudaron de ponerse vuestros antepasados para su tranquilidad, igual que para la defensa de las tradiciones de fe, de cultura y de arte, de las que tan ufana y orgullosa se siente esta ciudad.

Que acompañe a estos deseos de progreso y de prosperidad la propiciadora bendición apostólica, que ahora imparto de todo corazón a todos los presentes.

 



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