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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DEL CLERO, RELIGIOSAS
Y LAICADO CATÓLICO

Catedral de Río de Janeiro
Miércoles 2 de julio de 1980

 

Amados hermanos y hermanas en Cristo:

En este mi peregrinar por Brasil, he tenido ya la alegría de ver muchas cosas de vuestro bello país, de la bondad, nobles sentimientos y espíritu de fe de su gente. Y aquí estoy viendo lo mismo. ¡Dios sea loado!

Agradezco a mi querido hermano, el señor cardenal don Eugenio de Araújo Sales y, mediante él, a todos, esta buena acogida que ahora se me dispensa y la que he tenido aquí en la archidiócesis de Río de Janeiro, desde el Comité de preparación a todas las entidades y personas que han intervenido.

Con el señor cardenal arzobispo, quiero saludar a los obispos auxiliares y a todos los sacerdotes diocesanos y religiosos, que componen el presbiterio local y de modo especial e íntimo comparten con el Pastor diocesano las responsabilidades de mensajeros y distribuidores de los bienes de salvación. Mirad: como "sal de la tierra" y "luz del mundo", vosotros procuráis edificar aquí la Iglesia, con planes de pastoral bien elaborados. Sed siempre presencia visible de lo sagrado en esta gran metrópoli, viviendo y actuando cada uno de vosotros como lo que verdaderamente es: un "alter Christus", que pasa haciendo bien.

Igualmente saludo a las religiosas aquí presentes y representadas. Sé que estáis bien organizadas aquí en Río y conozco vuestra ayuda en el trabajo pastoral, además de la esencial ayuda de vuestra vida de oración. Vivid vuestra consagración con generoso interés, adhesión y disponibilidad para el Señor; vividla en la Iglesia y al servicio de la misión de la Iglesia. ¡Fuertes en la fe, sed también alegres en la esperanza!

Y a todos los fieles diocesanos —desde los asesores del señor cardenal arzobispo a los funcionarios de la diócesis y a los que se dedican a actividades de caridad y asistencia, pasando por los seminaristas, padres y madres de familia, jóvenes y niños, hasta "los más pequeños", los que sufren en el cuerpo o en el alma— a todos, en fin, sin querer olvidar a nadie, llegue mi cordial saludo y la certeza de mi estima en Cristo.

A todos dejo este recuerdo del encuentro con el Papa: "Todo lo que hiciereis, hacedlo de todo corazón, como quien lo hace por el Señor". Y, en todas las cosas y siempre, "servid al Señor Jesucristo" (Col 3, 23-24). ¡Con mi bendición apostólica!

 



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