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VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS Y LISIEUX

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL SALIR DE PARÍS


Explanada de la Escuela Militar
Lunes 2 de junio de 1980

 

Señor Ministro:

Mi viaje toca a su fin, por lo que se refiere a la capital. Estoy muy satisfecho de todos los contactos que podido tener; me voy haciendo a la costumbre de los programas cargados, pero esta vez ¡creo que no se podía hacer mucho más! He apreciado las ocasiones que se me han ofrecido de expresar lo que me dictan mis responsabilidades. También he "registrado" muchos testimonios; lo que he visto y oído será para mí materia de nuevas reflexiones, y sobre todo objeto de oración. ¡Ha sido una experiencia magnífica!

Los periodistas son los que han tenido que contar los hechos, describir las cosas, poner de relieve lo esencial, dar testimonio —digamos— del acontecimiento con toda verdad y hacer comprender su verdadero alcance. Eso es lo que han hecho, espero. Y ello constituye el honor de su función y de sus obligaciones, de las que he hablado en muchas ocasiones. Hoy quiero darles las gracias, y dar las gracias también a todos los agentes de las comunicaciones sociales de la prensa, de la radio y de la televisión. En Francia, su competencia y sus equipos les permiten realizaciones técnicamente muy logradas. ¡Su público es exigente! Para ellos, mis mejores deseos y mi vivo agradecimiento.

Debo dar las gracias también de una manera muy especial a todos los miembros de la policía y de la gendarmería nacional, y ruego a los que las representan aquí que hagan llegar a sus colegas mi agradecimiento. Vuestra misión era no sólo cuidar de mí, sino garantizar el orden de la multitud innumerable, presente en toda partes, y soy muy consciente de la sobrecarga de trabajo que ha recaído sobre vosotros en esta ocasión. Os pido disculpas, a vosotros y a vuestras familias. Me ha admirado, efectivamente, y sigue admirándome, todo cuanto ha contribuido al servicio del orden, a lo largo de los recorridos y en los lugares de concentración, ¡y ello, a pesar de los retrasos que mi programa ha sufrido con frecuencia, desde la primera tarde!, lo cual, ciertamente, os ha complicado la tarea. Pero os habéis dedicado a ella con notable competencia y armonía, dignidad y gran dedicación. ¡Sinceramente, muchísimas gracias! Tomasteis a gala el asegurar la mejor hospitalidad al Papa y servir al mismo tiempo al pueblo francés en su deseo de participar en estas reuniones, porque es el pueblo francés quien espontáneamente lo ha querido. Sin embargo, no quiero alargarme, pero desearía que supierais cómo he apreciado vuestro servicio público, tan poco reconocido a veces. Hace unos meses tuve oportunidad de decírselo en Roma a un grupo de policías franceses, peregrinos de "Police et humanisme". Estos son siempre mis sentimientos hacia vuestras personas y vuestra función.

Muchas otras personas han tenido que trabajar intensamente desde hace varias semanas para preparar este viaje, para prever los detalles con precisión francesa. Además del personal de la Nunciatura, a quienes ya he dado las gracias, pienso en el del Secretariado del Episcopado y de todos los servicios que han colaborado con este Secretariado para coordinar el conjunto. No querría olvidar a ninguno de los que, discretamente, han colaborado, más allá del trabajo ordinario, para afrontar la situación. Pido al Señor que os recompense todo que habéis hecho por su siervo y por vuestros hermanos, y bendigo de todo corazón a vuestras familias y a vuestros seres queridos.

A París, pero más todavía a Francia, yo digo: "¡Hasta la vista!".

 



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