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SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COLONIA NORTEAMERICANA DE ROMA


Sala Clementina
Sábado 21 de junio de 1980

 

Eminencias,
queridos amigos de Estados Unidos:

1. Vuestra visita de hoy me lleva de nuevo en espíritu a América. Me he visto ya esta mañana con el Presidente de vuestro país, y ahora vuestra presencia me evoca los distintos grupos de personas con quienes me encontré en octubre pasado. Parte de estas personas están representadas en la colonia americana de Roma. Mi saludo particular al cardenal Krol y al cardenal Cooke, y a los obispos que han venido expresamente para esta ocasión, y también al cardenal Baum y al obispo Marcinkus que me ayudan día a día en Roma, y al gran número de seminaristas americanos.

Cada reunión de americanos hace alguna referencia a vuestra patria y a los dones espléndidos que Dios ha otorgado a vuestro pueblo; dones de naturaleza y bendiciones espirituales y religiosas. Hace unos años, con ocasión de la conmemoración de vuestro bicentenario —en el que estuve presente en Filadelfia— hicisteis un esfuerzo especial por poner de relieve vuestra herencia y mantener los dones que habéis recibido.

2. Cada don que viene de Dios crea una responsabilidad en quien lo recibe. Esto es especialmente verdad tratándose de América, donde los regalos de Dios han sido abundantes. Uno de los dones eminentes que constituyen la herencia especial de todo vuestro pueblo —gente de procedencia, origen étnico y credo diferentes— es el don de la libertad; don que se ha de mantener y perfeccionar, y don que se ha de utilizar no como algo absoluto en sí mismo, sino como medio para asegurar el logro de todos los valores auténticamente humanos.

De modo que como pueblo todos compartís la responsabilidad de mantener la libertad y purificarla. Al igual que tantas otras cosas de gran valor, la libertad es frágil. San Pedro lo admitió cuando dijo a los cristianos que nunca utilizaran la libertad "cual cobertura de maldad" (1 Pe 2, 16). Toda distorsión de la verdad o siembra de no-verdad, es ofensa contra la libertad; toda manipulación de la opinión pública, todo abuso de autoridad o poder y, de otro lado, incluso la omisión de vigilancia, ponen en peligro la herencia de un pueblo libre. Pero hay algo aún más importante: toda contribución a promover la verdad en la caridad consolida la libertad y edifica la paz. Cuando todos aceptan de verdad competir la responsabilidad de la libertad, una fuerza grande y nueva se pone a actuar al servicio de la humanidad.

3. La misma necesidad de compartir responsabilidades existe para los cristianos respecto del Evangelio de Cristo. El Evangelio es un depósito sagrado que se ha de custodiar y enseñar cada vez más eficazmente, un mensaje dinámico que se ha de vivir y proclamar con la palabra y el ejemplo. Es un don otorgado para beneficio de todos; exige el esfuerzo de todos. En grados diferentes, cada uno tiene parte en la responsabilidad de la Palabra de Dios, la Palabra de la verdad divina, verdad portadora de vida, verdad liberadora.

Espero y pido hoy que la aportación acorde de la colonia americana de Roma a la libertad, y el cumplimiento válido de la responsabilidad cristiana del Evangelio, sean cada vez más eficaces para bien de la humanidad y gloria de Dios. Y  Dios os bendiga en vuestras actividades diarias y os dé gozo y paz en su santo nombre. ¡Dios bendiga a América!

 



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