VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS Y LISIEUX
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS RESPONSABLES DE LOS MOVIMIENTOS DE APOSTOLADO DE LOS LAICOS
Sábado 31 de mayo de 1980
Queridos amigos:
1. Me complace mucho encontrarme esta tarde con los responsables nacionales de los Movimientos de apostolado de los laicos. Además de los aquí presentes, reciban mi saludo cordial y mis palabras de aliento todos los miembros de vuestras Asociaciones y sus consiliarios.
Como aparece claramente por vuestra mera presentación, el apostolado de los laicos en Francia florece con una grandísima variedad. Yo sé que no es solamente el estilo típicamente cartesiano de distinguir los diversos aspectos de las cosas lo que impulsa en este sentido a vuestros compatriotas; sino más bien la preocupación por corresponder lo mejor posible, tanto a las tareas específicas de la Iglesia como a las situaciones de vida y de edad o a los diversos ambientes sociales y profesionales. De ese modo la revisión de vida puede ganar en precisión y la acción en eficacia profunda. Reconozco en ello un signo de dinamismo y de riqueza y os felicito por ello.
2. Aunque cada Movimiento persigue su objetivo, con métodos propios, en su sector o en su ambiente, sigue siendo, sin embargo, importante tomar conciencia de vuestra complementariedad y establecer vínculos, entre los diversos Movimientos; no solamente una estima mutua, un diálogo, sino una cierta armonía e incluso una real colaboración. Os sentís animados a ello en nombre de vuestra fe común, en nombre de vuestra común pertenencia al Pueblo de Dios, y más concretamente a la propia Iglesia local, en nombre de las mismas perspectivas esenciales del apostolado, de cara a los mismos problemas que afrontan la Iglesia y la sociedad. Sí; es conveniente tomar conciencia de que la especialización de vuestros Movimientos permite generalmente abarcar en profundidad un aspecto de las realidades, pero requiere también otras formas complementarias de apostolado. Y además nunca debéis olvidar , que, en muchas de vuestras asociaciones, hay todo un pueblo de bautizados, de confirmados, de fieles "practicantes" que, sin estar inscritos en un movimiento, cumplen personalmente un real apostolado de cristiano, un apostolado de Iglesia, en sus familias, en sus pequeñas comunidades, especialmente en sus parroquias, con su ejemplo y dedicándose a múltiples tareas apostólicas. ¿Cómo no mencionar aquí el hermoso servicio de la catequesis al que tantos laicos en Francia consagran una parte de su corazón y de su tiempo y que necesita, por lo demás, una continua formación? En una palabra, la acción de vuestro Movimiento se sitúa en el conjunto; y sé que muchos de entre vosotros se preocupan, por su parte, de buscar ocasiones de encuentro con los otros Movimientos o con los otros cristianos comprometidos en el apostolado; por ejemplo, a nivel de parroquias, a nivel diocesano —el Consejo pastoral debería contribuir a ello—-; y en el plano nacional, ¿no es esa precisamente una de las funciones del Secretariado del Apostolado de los laicos? En todo caso, esta noche se nos presenta una ocasión maravillosa para reunir en vuestras personas una gran parte del laicado organizado y es un símbolo de vuestra vocación para trabajar unidos, para vivir la comunión.
3. Al no poder, lamentablemente, dirigir una exhortación especial a cada Movimiento o grupo de Movimientos, voy a contentarme con subrayar algunas perspectivas que forman parte integrante de los fundamentos y orientaciones de cualquier asociación de cristianos: vuestra vocación de laicos, vuestra obra de evangelización, vuestra identidad católica, vuestra pertenencia eclesial, vuestra oración.
Y ante todo, ¿hace falta repetiros hasta qué punto la Iglesia —y el Papa en su nombre— cuenta con vuestro apostolado de laicos? La obra que os corresponde propiamente en la Iglesia, es esencial; nadie puede reemplazaros en ella, ni los sacerdotes, ni las religiosas, a quienes, como bien sabéis, no dejo de estimularles en su tarea específica. Predicadores y educadores de la fe, los sacerdotes están ahí para ayudaros a impregnar vuestra vida del espíritu del Evangelio y para unir la ofrenda espiritual de vuestra vida a la de Cristo; su papel es indispensable y vosotros debéis preocuparos también, con gran interés, por las vocaciones sacerdotales. Por su parte, los religiosos y las religiosas están ahí para dar testimonio de las bienaventuranzas y del amor exclusivo a Cristo. Yo les pido que actúen como sacerdotes, como religiosos; y vosotros debéis actuar como auténticos laicos responsables, a lo largo de las jornadas, de tareas familiares, sociales y profesionales, en las que encarnáis la presencia y el testimonio de Cristo procurando hacer de este mundo y de sus estructuras un mundo más digno de los hijos de Dios. Así, desarrolláis como cristianos toda vuestra capacidad de hombres; y lo mismo las mujeres, que tienen una magnífica función que realizar hoy en el apostolado, con todos los recursos de su feminidad, en un mundo donde están adquiriendo cada vez más su sitio y sus responsabilidades. En una palabra, todos participáis en la misión de la Iglesia, en su misión profética, sacerdotal, y regia, en virtud de vuestro bautismo y vuestra confirmación.
Felizmente, el Concilio Vaticano II ha puesto de relieve vuestra "vocación de laicos", articulándola en el camino del conjunto del Pueblo de Dios. No hace falta que os cite la Constitución Lumen gentium (nn. 30-58), ni el Decreto Apostolicam actuositatem, que deben quedar como la carta magna de vuestros derechos y deberes en la Iglesia.
En Cracovia, trabajamos conjuntamente en Sínodo, durante dos años, con los laicos, para asimilar y vivir mejor el Concilio. Yo fui también, por bondad de Pablo VI, miembro del Pontificio Consejo para los Laicos. Y en Roma, procuro encontrar tiempo para recibir lo más posible a grupos de laicos.
Me he permitido insistir sobre vuestra función, función indispensable, de la que vosotros estáis bien persuadidos y en la que, probablemente, vuestros Movimientos desarrollan su vitalidad con frutos alentadores. Pero sé las dificultades que encuentra hoy vuestro apostolado. Provienen del mundo que queréis evangelizar ,y que está marcado por la secularización, incluso diríamos que por la incredulidad, así como por la debilitación del sentido moral, sin contar con los agudos problemas que plantean ciertas condiciones de vida y los cambios sociales. Pero las dificultades pueden también afectar a vuestros propios Movimientos y a sus miembros, a causa, por ejemplo, del aumento de la indecisión para comprometerse en estos tiempos, o también porque ciertos Movimientos han conocido desalientos y desviaciones, quizá, porque habían descuidado uno de los elementos de que voy a hablaros. Pero, a pesar de todo ello, el apostolado organizado en que estáis comprometidos aun sin quitar sitio a otras formas de apostolado, sigue siendo hoy día un instrumento cuya importancia para la evangelización nadie debe infravalorar.
4. La evangelización es, en efecto, el objetivo común de todos vuestros Movimientos. Es, por definición, el hilo conductor de vuestros programas de Acción Católica o de Movimientos de espiritualidad; pero igual puede decirse de los Movimientos cristianos de actividades culturales y de los Movimientos socio-caritativos, ya que se trata, en fin de cuentas, de realizar obras de educación cristiana, o de testimoniar el amor de Dios y formar los corazones en la caridad.
Toda la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, de mi predecesor Pablo VI, explica magníficamente el sentido y los caminos de la evangelización. Habéis sido llamados a ser testigos de la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo, a contribuir a la conversión de la conciencia personal y colectiva de los hombres. Así, os permitís vivir en Iglesia —lo que supone testimonio de vida, anuncio explícito, catequesis, vida sacramental y comunitaria, educación para el compromiso cristiano— y, por otra parte, impregnáis de valores evangélicos el mundo, en la perspectiva del Reino de Dios. Vuestro apostolado anuncia, por tanto, a Jesucristo en el corazón de la vida familiar, profesional, social y política; orienta los esfuerzos que se hacen para crear mejores condiciones de vida, más conformes a la justicia, a la paz, a la verdad, a la fraternidad. Pero el testimonio de vuestros Movimientos no puede confundirse con una obra técnica, económica o política. Tiende, en efecto, a "renovar la misma humanidad... (y) no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio" (Evangelii nuntiandi, 18), según la justicia, la paz y el amor de Cristo.
5. Esta misión sublime y exigente requiere que los miembros de vuestros Movimientos fortalezcan incesantemente su identidad cristiana y católica, sin la cual no podrían ser los testigos de que hemos hablado. Ciertamente, el diálogo apostólico supone el esfuerzo de mirar y analizar con atención las realidades vividas por nuestros contemporáneos; pero al mismo tiempo exige siempre un discernimiento crítico para separar el trigo de la cizaña. El diálogo apostólico invita a reconocer las piezas de engranaje e incluso los signos del Espíritu Santo que operan en el corazón de las personas; pero ello supone precisamente la mirada de una fe profunda y el cuidado de una purificación y de una revelación plena. Por eso, apruebo vivamente todos los esfuerzos que hacen vuestros Movimientos para fomentar una fe más profunda —gracias a una reflexión doctrinal sobre Cristo, la Iglesia, el hombre redimido por Cristo—, y una verdadera búsqueda espiritual. Porque, en definitiva, el diálogo apostólico parte de la fe y supone una identidad cristiana firme. Y esto es tanto más necesario, como os demuestra la experiencia, cuanto que vuestra actividad apostólica os lanza a un mundo más secularizado, las cuestiones que se plantean son más delicadas, quienes se ofrecen hoy a militar en los Movimientos están, pese a su gran generosidad, menos seguros de su fe, menos sostenidos por las estructuras cristianas, más sensibles a las ideologías extrañas a la fe.
6. No podéis fortalecer vuestra identidad católica sin fortalecer vuestra pertenencia al Pueblo de Dios, con sus consecuencias prácticas. Esto significa tener conciencia de que todo nuestro ser cristiano nos viene por la Iglesia: fe, vida divina, sacramentos, vida de oración: que la experiencia secular de la Iglesia nos alimenta y nos ayuda a marchar por caminos a veces nuevos; que el Magisterio ha sido dado a la Iglesia para garantizar su autenticidad, su unidad y su marcha coherente y segura. Y antes todavía que esto, yo quisiera que vuestros laicos aprendiesen a amar a la Iglesia como a una madre, que se sientan felices y orgullosos de ser sus hijos y miembros activos de ella. Como os decía al principio, el Espíritu de la Iglesia debe haceros buscar el diálogo y la colaboración con las otras Asociaciones, con el conjunto del Pueblo de Dios, del que ya no podéis separaros y a cuyo servicio estáis. Por otra parte, os he exhortado a asumir vuestra responsabilidad de laicos la cual se articula necesariamente con la del sacerdote que debe conservar su puesto en vuestros equipos, como sacerdote, como signo de Cristo que es la Cabeza, participando en su mediación, y signo también de la Iglesia que rebasa siempre la vida del equipo o del Movimiento.
Al mismo tiempo, como responsables nacionales en el vértice de vuestros Movimientos, sabed conjugar la unidad del programa y de la acción con la flexibilidad que os permita una acción adecuada y responsable a todos los niveles. Sobre todo, vuestros Movimientos deben tener a gala el entrar en las perspectivas de la Iglesia local, de la Iglesia universal, mediante vuestra comunión confiada con vuestros obispos y con el Sucesor de Pedro. Yo sé —y lo aprecio— que a nivel nacional ese vínculo se manifiesta especialmente con los obispos de las comisiones episcopales especializadas en vuestros problemas.
7. Termino. exhortándoos a que seáis hombres y mujeres de oración. Porque es el Espíritu de Dios quien debe ser el alma de vuestro apostolado, impregnar vuestros pensamientos, vuestros deseos, vuestros actos, purificarlos, elevarlos. Los laicos están llamados, al igual que los sacerdotes y los religiosos, a la santidad; la oración es el camino privilegiado para llegar a ella. Y además, tenéis múltiples, ocasiones de dar gracias e interceder por todos los que os rodean. He sabido, con gran satisfacción, que hay en Francia una verdadera renovación de la oración que se traduce, entre otras cosas, en la floración de grupos de oración, pero que afecta también, así lo espero, a la vida de vuestros Movimientos. ¡Dios sea loado! Que la Virgen María acompañe siempre el apostolado que realizáis en nombre de su Hijo. Por mi parte, expresándoos mi confianza y mi gozo, os bendigo de todo corazón, así como a todos los miembros de vuestros Movimientos y a vuestras familias.
"Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana