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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COMUNIDAD NEOCATECUMENAL DE LA PARROQUIA
DE NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Y DE LOS MÁRTIRES CANADIENSES


Domingo 2 de noviembre de 1980

 

1. Sobre todo quiero deciros que os amo. Veo que sois muchos y estáis juntos adultos, jóvenes, muchachos y niños, con vuestros sacerdotes. Os quiero. He seguido con interés las informaciones dadas por vuestro presbítero. Os diré que no es la primera vez que le oigo hablar y veo su entusiasmo por el Movimiento neocatecumenal que, por ser "camino", es también movimiento. Y asimismo he seguido con interés los testimonios de vuestro primer catequista.

¿Qué puedo deciros? Sobre todo esto: la palabra que ha salido una y otra vez ha sido la palabra fe, fe. Todos sois fieles, es decir, tenéis fe. Pero hay algo más. Pues muchos poseen la fe, pero vosotros habéis recorrido un camino para descubrir vuestra fe, para descubrir el tesoro divino que lleváis en vosotros, en vuestras almas; y habéis hecho este descubrimiento profundizando el misterio del bautismo. Es verdad que son muchos en el mundo los bautizados; aunque son minoría entre los ciudadanos del mundo, sin embargo son muchos. Entre estos bautizados no sé cuántos serán conscientes de su bautismo, no del simple hecho de estar bautizados, sino de lo que ello significa, de lo que quiere decir bautismo.

El camino o vía para descubrir la fe por medio del bautismo es el camino que encontramos en las enseñanzas de Cristo, en el Evangelio. Lo encontramos y con profundidad —diría yo— por medio de la reflexión sobre las Cartas de San Pablo. El nos enseña la profundidad inmensa del misterio del bautismo, el significado de la inmersión en el agua bautismal, haciendo el paralelo entre inmersión en el agua bautismal e inmersión en la muerte de Cristo, muerte que nos trajo la redención y muerte que nos trae la resurrección. De modo que todo el misterio pascual está como resumido en el sacramento, en el misterio del bautismo.

Descubrir la dinámica profunda de nuestra fe es descubrir todo el contenido de nuestro bautismo. Si he entendido bien, vuestro camino consiste esencialmente en descubrir el misterio del bautismo, descubrir su contenido pleno, y de este modo llegar a descubrir qué significa ser cristiano, creyente. Esté descubrimiento, podemos decir, se halla en la línea de la Tradición, tiene raíces apostólicas, paulinas, evangélicas; y es al mismo tiempo original. Siempre ha sido así y seguirá siéndolo. Cada vez que un cristiano descubre la profundidad del misterio de su bautismo, realiza un acto completamente original, y esto sólo se puede hacer con la ayuda de la gracia de Cristo, con la ayuda de la luz del Espíritu Santo, pues es misterio, es realidad divina, realidad sobrenatural, y el hombre natural no es capaz de comprenderla, descubrirla y vivirla. Concluyendo os digo: vosotros que habéis obtenido la gracia de descubrir la profundidad, la realidad plena de vuestro bautismo, debéis estar muy agradecidos al Dador de gracia, al Espíritu Santo que os ha dado esa lió y la ayuda de la gracia para obtener este don una vez, y luego continuarlo. Esta es la conclusión de la primera parte de la reflexión. 

2. Ahora la segunda parte brevemente. Descubrir el bautismo en cuanto comienzo de la vida cristiana, de nuestra inmersión en Dios, en el Dios vivo y en el misterio de la redención, en el misterio pascual; descubrir el bautismo en cuanto comienzo de nuestra vida sencillamente cristiana, debe ser comenzar a descubrir toda nuestra vida cristiana paso a paso, día a día, semana tras semana, en cada etapa de la vida, porque la vida cristiana es proceso dinámico. Se comienza con el bautismo, normalmente de los pequeños, de los niños al poco de nacer; y luego, al crecer el hombre, debe crecer asimismo el cristiano. Y ha de proyectar en toda la vida, en todos los aspectos de la vida, el descubrimiento del bautismo; sobre la base de este comienzo sacramental se debe enfocar toda la dimensión sacramental de la vida, porque la vida entera tiene una dimensión sacramental pluriforme.

Están los sacramentos de la iniciación: el bautismo y la confirmación, hasta llegar a la plenitud, a la cumbre de esta iniciación en la Eucaristía. Pero también sabemos que los Padres de la Iglesia han hablado del sacramento de la penitencia como nuevo bautismo, como segundo bautismo, segundo, tercero, décimo, etc. Podemos hablar incluso del último bautismo de la vida humana, el sacramento de los enfermos. Luego están los sacramentos de la vida comunitaria: el. sacerdocio y el matrimonio. La vida cristiana tiene toda una estructura sacramental, y hay que encuadrar el descubrimiento de nuestro bautismo en dicha estructura, que es esencialmente santificante, porque los sacramentos abren el camino al Espíritu Santo. Cristo nos ha dado el Espíritu Santo en su plenitud absoluta. Basta sólo abrirle el corazón, darle entrada. Los sacramentos abren camino al Espíritu Santo que actúa en nuestras almas y nuestros corazones, en nuestra humanidad, en nuestra personalidad; nos construye de nuevo, crea un hombre nuevo.

Este camino de fe, camino de descubrimiento de nuestro bautismo, debe ser el camino del hombre nuevo; éste capta cuál es la verdadera proporción o, mejor, desproporción de su entidad creada, de su condición de criatura, respecto de Dios creador, respecto de su majestad infinita, respecto de Dios redentor, de Dios santo y santificador; y hasta procura realizarse según esta perspectiva. Entonces se impone el aspecto moral de la vida, que debe ser otro fruto o el mismo —diría yo— si se descubre de nuevo la estructura sacramental de nuestra vida cristiana, pues sacramental quiere decir santificante. Se debe descubrir al mismo tiempo la estructura ética, porque lo que es santo es bueno siempre, no admite mal ni pecado: Sí, el Santo, el más Santo de todos, Cristo, acepta a los pecadores, los acoge, pero para hacerlos santos. En todo esto consiste el programa. Hemos llegado a la segunda conclusión: descubriendo el bautismo en toda su profundidad como comienzo de nuestra vida cristiana, llegamos a descubrir después sus consecuencias en toda nuestra vida cristiana paso a paso. Debemos recorrer un camino, debemos caminar.

3. Tercer punto. Este descubrimiento debe hacerse levadura en nosotros; una levadura que aparece, se hace carne, se hace vida en la realización de nuestro cristianismo personal, en la construcción —por así decir— de un hombre nuevo. Pero también se realiza esta levadura en la dimensión apostólica; somos enviados; la Iglesia es apostólica no sólo porque está fundada sobre los Apóstoles, sino porque todo su cuerpo está penetrado de espíritu apostólico, de un carisma apostólico.

No hay duda de que este espíritu apostólico debe estar coordinado siempre dentro de la dimensión social, comunitaria, de todo el cuerpo, y para ello ha constituido Cristo la jerarquía. La Iglesia tiene su estructura jerárquica, como lo recuerda el Concilio Vaticano II en su documento fundamental, la Lumen gentium. Problema de levadura y apostolado: éste es el punto tercero.

4. Ultimo punto. Habría muchos otros, pero quiero terminar con éste. Queridísimos: Vivimos en unos momentos en que se percibe y se experimenta una confrontación radical —y lo digo porque esta experiencia la he hecho desde hace años—, confrontación radical que se impone en todas partes.

Y no hay una sola edición de ella, sino muchas por el mundo: fe y anti-fe, Evangelio y anti-Evangelio, Iglesia y anti-Iglesia, Dios y anti-Dios, si así se puede decir; no existe un anti-Dios, no puede existir un anti-Dios, pero puede darse un anti-Dios en el hombre, puede surgir en el hombre la negación radical de Dios. Hoy estamos viviendo esta experiencia histórica, y más que en épocas anteriores. En estos tiempos necesitamos volver a descubrir la fe radical, la fe entendida radicalmente, vivida radicalmente y radicalmente realizada. Tenemos necesidad de una fe así.

Espero que vuestra experiencia tenga esta perspectiva y lleve a una sana radicalización de nuestro cristianismo, de nuestra fe, a un auténtico radicalismo evangélico. Para ello necesitáis mucho espíritu, mucho auto-control y también, como ha dicho vuestro primer catequista, gran obediencia a la Iglesia. Así se ha hecho siempre. Los santos han dado testimonio de ello. San Francisco ha dado pruebas de ello, y también varios carismáticos de distintas épocas de la Iglesia. Se requiere este radicalismo, esta radicalización de la fe; y siempre debe estar encuadrada en el conjunto de la Iglesia, en la vida de la Iglesia, en la guía de la Iglesia; porque la Iglesia, en su conjunto, ha recibido de Cristo al Espíritu Santo en la persona de los Apóstoles después de la resurrección.

Os he visto en varias parroquias de Roma, pero me parece que aquí está el grupo más numeroso; por ello me estoy extendiendo al hablaros, y lo hago con una preparación que no puede llamarse especifica, pero que siempre he tenido en la mente y el corazón. No es un discurso magisterial —diríamos—, sino un discurso pastoral ocasional. Esta alegría que se encuentra en vuestros ambientes, cantos y actitudes, esta alegría, es verdad que puede ser expresión del temperamento meridional; pero espero que sea fruto del Espíritu Santo y os auguro que lo sea. Sí, la Iglesia tiene necesidad de alegría, porque ésta en sus diferentes expresiones revela felicidad; y en este punto el hombre se encuentra ante su vocación fundamental, natural casi, podríamos decir: el hombre ha sido creado para ser feliz, para la felicidad; si se palpa esta felicidad, si se la encuentra en las expresiones de gozo, puede comenzar un camino.

Y aquí debo deciros: sí, los cantos, bien; las distintas manifestaciones de alegría, bien; pero en este camino, el Espíritu es quien inicia.

Aquí tenéis más o menos lo que he querido y podido deciros en esta ocasión; bastante, me parece; y hasta demasiado, quizá.

Os doy la bendición con los cardenales y obispos presentes.

 



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