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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE LA OFICINA CENTRAL
PARA LA ENSEÑANZA CATÓLICA EN HOLANDA


Viernes 17 de octubre de 1980

 

Señor director,
señoras, señores:

Me alegra mucho tener ocasión de encontrarme aquí con los miembros de la Oficina Central para la Enseñanza Católica en los Países Bajos y los representantes de la Asociación de profesores católicos.

Ante todo, os doy las gracias por esta visita al Papa, con la que demostráis vuestro interés en vivir las responsabilidades de educadores cristianos en unión con el Sucesor de Pedro y, en su persona, con la Iglesia universal. Permitidme que vea en ello una prueba de la importancia que concedéis al hecho de que vuestra acción educativa en vuestro país se sitúe en un horizonte más amplio, el del empeño educativo del conjunto de la Iglesia y de sus profesores en favor de la juventud de hoy y de la humanidad de mañana. .

Al conmemorar el sexagésimo aniversario de vuestra Oficina, yo felicito a todos cuantos han tenido una parte meritoria en la promoción de la enseñanza y formulo mis mejores votos para su futuro y su cualidad educativa, en el aspecto humano y espiritual.

Bien sabéis que la Iglesia alienta la responsabilidad de los laicos en la formación de los jóvenes a la luz de la fe. Y uno de los terrenos privilegiados de esa formación sigue siendo la escuela católica. Subrayando su "importancia considerable", el Concilio Vaticano II (Declaración Gravissimum educationis, 8) no ha hecho más que recoger una convicción y una práctica constantes en la Iglesia. En los Países Bajos los católicos lo han comprendido bien y lo han puesto en práctica muy ampliamente. Para ello, se han beneficiado de un sistema escolar que salvaguarda, de modo que puede considerarse como ejemplar, la libertad de los padres para elegir la escuela de sus hijos según su propia conciencia (cf. ib., 6).

Cada vez que la Iglesia pone de relieve el interés y la ventaja de la enseñanza católica, supone lógicamente que ello pueda hacerse de modo que se realicen sus objetivos: crear una atmósfera animada por un espíritu evangélico de libertad y caridad, así como permitir a los jóvenes que desarrollen su personalidad humana y su ser de bautizados, haciendo que el conocimiento, adquirido gradualmente, del mundo, de la vida y del hombre sea iluminado por la fe (cf. Gravissimum educationis, 8). Dicho de otro modo, tales escuelas deben poder proponer una verdadera educación religiosa adaptada a las diversas situaciones de los alumnos. La catequesis —católica para los católicos— es uno de los momentos esenciales de esta formación cristiana, como lo recuerda con vigor la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (núm. 69), "El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es precisamente la calidad de la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de noviembre de 1979, pág. 11).

Una educación así supone no pocas condiciones de las que estoy seguro que vosotros os preocupáis: espíritu profundamente cristiano de la escuela y de su proyecto educativo, elaborado por profesores y padres de familia en colaboración, competencia, sabiduría pedagógica, fe y espíritu apostólico de maestros. Sí, "apostólico", porque se trata de un verdadero apostolado, capital para la calidad moral y la fe de las nuevas generaciones. En ese sentido, vosotros participáis en el trabajo pastoral de la Iglesia, en orden al cual las conclusiones del Sínodo particular de los Obispos de los Países Bajos (31 de enero 1980, cf. núms. 33, 43 y 44) han estimulado vivamente a los laicos.

Del mismo modo, yo os aliento a ello. Conozco bien las dificultades que encontráis en vuestro difícil y delicado trabajo y aprecio la entrega generosa con que os dedicáis personalmente a dar a los jóvenes lo mejor de vosotros mismos. Pido a Dios que haga fructuosa vuestra actividad al servicio de la enseñanza católica, para que ésta cumpla exactamente su papel, su papel específico, en la educación humana y cristiana de la juventud de vuestro querido país y que corresponda cada vez mejor a su vocación. De todo corazón os bendigo y, con vosotros, bendigo a vuestros colegas y cada una de vuestras familias.

 



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