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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS DE DON ORIONE


Lunes 27 de octubre de 1980

 

Recibid mi saludo afectuoso, religiosos y religiosas de Don Orione, superiores, sacerdotes, hermanos y hermanas, que con razón os alegráis hoy y sentís muy cercana e íntima la figura dulce y austera de vuestro fundador. Don Orione,  que con su inteligencia previsora comprendió perfectamente las características y necesidades de este siglo nuestro, ahora, después de su beatificación quiere iluminaros, alentaros y confortaros de modo especial, para que seáis siempre dignos hijos suyos, testigos intrépidos de la fe cristiana, consoladores solícitos de la humanidad en sus miserias siempre presentes, apóstoles fieles y concretos de la caridad de Cristo. Los tiempos son difíciles y, a veces, el ánimo se siente turbado y deprimido. Pues para este tiempo nuestro precisamente y para estos momentos os dice Don Orione desde la felicidad que ya ha alcanzado: "Animo, hijos. Y sentíos felices incluso de sufrir; sufrís con Jesús crucificado y con la Iglesia; no podéis hacer nada más agradable al Señor y a la Santísima Virgen. Sed felices de sufrir y dar la vida por amor a Jesucristo" (Carta del 21 de agosto de 1939).

Os deseo de corazón que la alegría experimentada por la exaltación de vuestro fundador esté siempre en vuestros espíritus, para consuelo perenne y como una irradiación de vuestro amor a Dios y a las almas, siguiendo sus huellas.

En este encuentro nuestro en el que casi nos parece ver hoy aquí con nosotros al mismo Don Orione con su sonrisa bondadosa y alentadora, con su rostro sereno y enérgico, deseo dejaros una sola exhortación que nace del ansia pastoral de quien preside a toda la Iglesia: ¡Conservad su espíritu! Mantenedlo íntegro y ardiente en vosotros, en vuestra congregación, en todos los lugares donde estáis llamados a trabajar.

Lo que San Pablo recomendaba a los Tesalonicenses: "No apaguéis el Espíritu" (1 Tes 5, 19), os lo repito a vosotros, lo digo también a vosotros.

Mantened vivo y fervoroso su espíritu, no obstante las adversidades y tentaciones, recordando lo que él mismo decía: "Para nosotros no hay otra escuela, ni otro maestro, ni otra cátedra sino la de la cruz. Vivir la pobreza de Cristo, el silencio y la mortificación de Cristo, la humildad y obediencia de Cristo, con pureza y santidad de vida; pacientes y mansos, perseverantes en la oración, unidos todos con la mente y el corazón a Cristo; en una palabra, vivir a Cristo" (Carta del 22 de octubre de 1937). Son palabras maravillosas, síntesis perfecta de doctrina y de práctica; pero son al mismo tiempo palabras impresionantes y exigentes, que caracterizan de una forma decisiva y definitiva la vida del cristiana

El espíritu del Beato Don Orione inunde vuestras almas y las renueve, las enardezca de propósitos santos y las lance a los ideales sublimes que él vivió con constancia heroica. Os ayude, conforte y asista siempre María Santísima que fue constantemente estrella luminosa del camino de Don Orione, Madre con quien confiarse e ideal vivido y predicado con afecto inmenso. "Fe y valor, hijos míos —os digo yo con él—. Ave María y ¡adelante! María, danos un alma grande, un corazón grande y magnánimo que llegue a todos los dolores y a todas las lágrimas.. Nuestra Madre celestial nos espera, nos quiere a todos en el paraíso" (Desde el santuario de Itatí, 27 de junio de 1937). Y os acompañe siempre la bendición apostólica, prenda de mí afecto constante.

 



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