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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL FORO INTERNACIONAL
SOBRE LA TERCERA EDAD


Castelgandolfo
Viernes 5 de septiembre de 1980

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

1. Con gran alegría os doy la bienvenida a todos cuantos formáis parte del Foro Internacional sobre la tercera edad celebrado en Castelgandolfo. Se me ha informado que la vuestra es una iniciativa patrocinada por la Obra Pía Internacional para la Tercera Edad, en cooperación con el Fondo de las Naciones Unidas para las Actividades entre los Pueblos, con la ayuda consultiva del Centro para el Desarrollo Social y Asuntos Humanitarios y con el concurso de algunos obispos.

Todos vosotros tratáis de rendir homenaje a la humanidad en sus representantes de mayor edad, en los ancianos. El interés y amor que manifiesta la Iglesia por esta categoría de personas le invita a tomar nota de vuestra celosa iniciativa. Con gusto aprovecho hoy la ocasión de ofreceros algunas consideraciones parciales sobre un tópico que vosotros tratáis justamente de explorar en profundidad.

2. La mayor conciencia que va tomando la sociedad de la existencia de las personas mayores y de su condición de vida supone ya algo bueno en sí mismo. El percibir la situación real de millares de seres humanos, prójimos nuestros, debe disponernos sin pérdida de tiempo a percatarnos de la necesidad de promover una mejora en sus vidas; todo ello nos ayuda a discernir el tipo de intervenciones que deben llevarse a cabo y la clase de medios a utilizar para que todas esas personas puedan vivir de un modo plenamente humano.

3. Dirigir nuestra atención a las personas mayores es percatarnos de la gran importancia que tienen como parte integrante del plan de Dios sobre el mundo, con su misión de cumplir, su peculiar contribución que aportar, sus problemas que resolver, sus cargas que llevar. El concretar la atención sobre las nobles dimensiones de las vidas de los mayores nos ayuda a descubrir las áreas en las que puede llevarse a cabo un auténtico progreso humano; nos hace ver lo que es necesario resaltar en orden a crear una atmósfera de progreso en el actual estado de vida de la gente de edad.

4. La Iglesia católica ofrece con agrado su apoyo a todos los esfuerzos por animar a la gente mayor misma a que estimen con realismo y serenidad el papel que Dios les ha asignado: con la sabiduría y experiencia de sus vidas han penetrado en un período de gracia extraordinaria, con nuevas oportunidades para la oración y la unión con Dios, dotados como han sido con nuevos recursos espirituales con los que servir a los demás y con los que ofrecer con fervor sus vidas al Señor y Dador de vida. Diría aún más: los esfuerzos desplegados por fomentar y patrocinar programas dedicados a nuestros mayores son dignos del más alto honor. La enseñanza de Cristo es clara: lo que se hace por sus hermanos se hace por El (cf. Mt 25, 40), y en esta perspectiva hay que apreciar su valor.

Ayudar a que se movilicen fuerzas en favor de los mayores es otra de las meritorias metas que debemos perseguir: apoyar las iniciativas dirigidas a que la ciencia alivie los sufrimientos de los ancianos; defender su derecho a la vida y a la plenitud que _ de él se desprende: servir a sus necesidades. Todo esto forma parte del horizonte que se abre ante los hombres y mujeres de nuestros días.

5. Proclamar la misión de los mayores y promover en consecuencia su especial papel en la familia humana constituye una tarea de gran importancia. La gente mayor está destinada a formar parte de la escena social; su misma existencia nos proporciona una clara percepción de la creación de Dios y del funcionamiento de la sociedad. La vida de los ancianos ayuda a clarificar la escala de valores humanos; muestra la continuidad de las generaciones y demuestra maravillosamente la interdependencia del Pueblo de Dios. Los ancianos tienen a menudo el carisma de servir de puente entre los intersticios generacionales antes de que se produzcan: ¡Cuántos niños no habrán hallado comprensión y amor en los ojos, palabras y caricias de los ancianos!, y ¡cuánta gente mayor no habrá subscrito con agrado las palabras inspiradas "la corona de los ancianos son los hijos de sus hijos" (Prov 17, 6)1

Resaltar los recursos propios de la vejez es sensibilizar a los ancianos mismos y poner de manifiesto las riquezas inherentes a la sociedad, riquezas que la misma sociedad no sabe apreciar. La vejez es capaz de enriquecer el mundo mediante la plegaria y el consejo; su presencia enriquece el hogar; su inmensa capacidad de evangelización por la palabra y el ejemplo, y por actividades eminentemente adaptadas a los talentos de la vejez, constituye para la Iglesia de Dios una fuerza todavía no del todo comprendida o adecuadamente utilizada. Nos extenderíamos demasiado si tratásemos de describir todos los factores positivos de la vejez.

6. Vuestro noble objetivo, contemplar una "tercera edad activa", es compartido por hombres y mujeres en todo el mundo. El interés engendra interés. Las actividades creativas para, con y por los ancianos redundarán en fructíferos resultados para una sociedad más humanizada y una civilización renovada que sabrá conservar una mayor confraternidad de amor y comunión de esperanza y paz.

Es mi ferviente deseo que vuestra iniciativa y otras similares puedan hacer presente en el mundo un interés más consolidado por los ancianos en todas partes. Saludo anticipadamente, con entusiasmo y con sentimientos de particular esperanza, a la Asamblea mundial de las Naciones Unidas sobre la Ancianidad. prevista para 1982 y a la que este Foro tiene en el punto de mira y trata de ayudar mediante sus presentes deliberaciones.

En el contexto de la fe católica, mis pensamientos van dirigidos ahora a todos los ancianos de la Iglesia que, con serenidad y alegría, dan ejemplo de una sincera vida cristiana, y al mismo tiempo manifiestan una profunda valoración del misterio de la muerte humana, que hay que aceptar en forma realista, pero que queda radicalmente transformada en el misterio pascual del Señor Jesús. Mis pensamientos se dirigen también a cuantos se hallan oprimidos bajo el peso de la enfermedad o la incapacidad, a cuantos tienen que arrastrar las cargas de la soledad, del rechazo o del miedo. Los confío, en la oración y con fraternal amor, al Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo, al Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra. Pido a Dios, mediante la intercesión de su bendita Madre María, que os sostenga en vuestros esfuerzos y que os bendiga a vosotros y a cuantos manifiestan su amor y su asistencia a los ancianos.

 



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