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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE HONDURAS
ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes 16 de diciembre de 1983

 

Señor Embajador:

Al recibir las cartas credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Honduras ante la Santa Sede, quiero dar a Vuestra Excelencia mi más cordial bienvenida, a la vez que formulo los mejores votos por el feliz cumplimiento de la misión que hoy inicia.

Le agradezco, Señor Embajador, las nobles expresiones manifestadas, así como el deferente saludo transmitido de parte del Señor Presidente de la República, unido también al sincero afecto de los amadísimos hijos hondureños con los cuales he podido encontrarme en la tan recordada Visita pastoral a América Central.

Vuestra Excelencia se ha referido a los propósitos de su Gobierno en favor del mantenimiento de una paz estable basada en la justicia, ante la delicada situación que amenaza constantemente la misma paz en el área centroamericana, y que puede repercutir también en su País.

Esta Sede Apostólica no es menos sensible frente a tal situación por la que tantas veces ha manifestado y sigue manifestando una solícita preocupación. Por eso la Iglesia, desde el Sucesor de Pedro hasta cada uno de los Obispos que presiden las comunidades diocesanas, no cesa de proclamar la urgencia del mensaje de la paz.

Porque teniendo en cuenta que el designio de Dios sobre la humanidad es la formación de una sociedad fraterna y justa, no es posible pensar en una paz de Cristo, que no es como la del mundo, sin pensar en una paz social; ni es posible para la Iglesia proclamar una conversión del hombre que no se refleje en la vida concreta, social, política, económica y cultural, corrigiendo, por tanto, y superando las causas de la injusticia.

Para el cristiano, la paz en la tierra es siempre un desafío, a causa de la presencia del pecado en el corazón del hombre. Movido por su fe y esperanza, el cristiano ha de dedicarse a promover una sociedad más justa; debe luchar contra el hambre, la miseria y la enfermedad; y ha de preocuparse de la suerte de los emigrantes, prisioneros y marginados.

A este respecto, el Episcopado hondureño ve con no poca aprensión una serie de causas que pueden ser factores de desestabilización y contrarias a la causa de la paz tan ardientemente anhelada. Con esfuerzo no indiferente, dada su escasez de medios humanos y materiales, la Iglesia en Honduras trabaja por la promoción de la persona, especialmente saliendo en defensa de minorías étnicas y sociales que corren el peligro de ser olvidadas o anuladas ante intereses que no siempre respetan los derechos del individuo y de su cultura. Siente asimismo la repercusión del difícil problema del desempleo, agravado a veces por discriminaciones abusivas, así como la inseguridad de amplios sectores laborales en momentos de no fácil ni clara conyuntura económica para las empresas.

En el ejercicio de su misión, la Iglesia persigue fines que son también humanitarios y que no están en contradicción con las exigencias del bien común en cada sociedad. Ella se encarna en la realidad de los pueblos: en su cultura, en su historia, en el ritmo de su desarrollo. Vive en honda solidaridad los dolores de sus hijos, compartiendo sus dificultades y asumiendo sus legítimas aspiraciones. En tales situaciones anuncia el mensaje de salvación, que no conoce fronteras ni discriminaciones.

Incluso para evitar posibles divisiones internas en un País, la Iglesia alienta a los dirigentes públicos para que, en la formación de una sociedad política, tomen como objetivos prioritarios la instauración de la justicia, la promoción de los sectores más débiles y la participación de todos en el desarrollo de la vida social, imperativos éstos imprescindibles para la paz interna. En efecto, en la medida en que los dirigentes de una nación se dedican a construir una sociedad plenamente justa, contribuyen a la instauración de una paz auténtica sólida y duradera.

Señor Embajador: al pedir al Altísimo, dador de todo bien, que haga fructificar estos propósitos, para que sean fuente de concordia y bienestar social, invoco también la intercesión de la Virgen de Suyapa sobre el querido pueblo hondureño, sobre sus gobernantes y de manera especial sobre Vuestra Excelencia y familia, deseándole acierto en el cumplimiento de su alta y noble misión.


*AAS 76 (1984), p.471-473.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. VI, 2 1983 pp.1368-1370.

L'Attività della Santa Sede 1983 pp. 888-889.

L’Osservatore Romano 17.12. 1983 pp.1, 6.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.52 p.8.



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