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VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS ENFERM
OS DEL HOSPITAL NACIONAL DE NIÑOS

San José de Costa Rica
Jueves 3 de marzo de 1983

 

Amadísimos hermanos e hijos

En mi visita a Costa Rica no he querido dejar de tener un encuentro con vosotros, queridos niños y niñas enfermos en este hospital. Os saludo con un cariñoso abrazo, en el que incluyo también a todos los niños que sufren en sus hogares o en otros centros hospitalarios de éste o de los otros países que visito en estos días.

La enfermedad y el dolor se han apoderado de vuestros frágiles cuerpos, y no os permiten hacer la vida que correspondería a vuestra edad, rodeados gozosamente por vuestros padres y amigos. Por eso ha querido venir a visitaros el Papa, vuestro amigo, que tantas veces piensa y reza por vosotros. Para que recibáis cada día el afecto y atención que necesitáis, a través de vuestros padres y familiares, de los médicos y de todo el personal auxiliar, a quienes también saludo y animo a proseguir en el servicio a vosotros con auténtico espíritu de entrega al que sufre. A éstos pido que en su trabajo tengan presentes las palabras de Jesús: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). 

Ello os ayudará a dar un sentido nuevo a vuestra profesión, que se transformará en verdadera “misión” humana y cristiana para la elevación del hombre, aliviando y curando sus dolores, mediante los mejores adelantos de la ciencia y de la técnica.

Desde este hospital envío asimismo mi saludo y afecto a todos los enfermos adultos que, en vuestras casas o en otros centros sanitarios, padecéis el peso de la enfermedad. Sabed, queridos míos, que con vuestros sufrimientos, aceptados con espíritu de fe, estáis unidos a los de Cristo, que sufrió y dio la vida por todos los hombres.

También están aquí presentes los representantes del Centro para minusválidos, promovido recientemente por la Organización mundial de la Sanidad. A todos os animo a hacer de ese Centro un modelo de asistencia a las personas que tienen limitaciones corporales o síquicas, a fin de ayudarlas debidamente para una reinserción social adecuada a sus posibilidades.

Con estos vivos deseos y esperanzas imparto de corazón mi bendición apostólica a vosotros, niños y niñas enfermos, a los enfermos adultos, a vuestros familiares, a los médicos y personal auxiliar y a todos los presentes.



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