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 DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 20 de octubre de 1983

 

Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

1. Una vez más tengo la gran alegría de compartir una intensa experiencia de comunión eclesial con un grupo de obispos americanos. Procedéis de diferentes regiones de Estados Unidos y la situación pastoral de cada una de vuestras Iglesias locales es muy variada. Sin embargo estoy seguro de que en todas vuestras diócesis tenéis gran interés por el tema que quisiera tratar hoy, la educación católica.

La misma noción de educación católica se halla estrechamente relacionada con la misión esencial de la Iglesia de comunicar a Cristo. La enseñanza, la enseñanza de todo lo que Cristo mandó enseñar (cf. Mt 28, 20) está vinculada a nuestro mandato episcopal. Y al enseñar estamos llamados a testimoniar de palabra y con el ejemplo a Cristo, a quien la Iglesia se afana por comunicar. Es decir, el objetivo de la educación católica se cifra en ayudar a las personas "a llegar a la plenitud de la vida cristiana" (can. 794, 1). Se identifica con el gran ideal de San Pablo que no estaba satisfecho mientras no "se formara Cristo" (Gál 4, 19) en los Gálatas; ansiaba ver completo este proceso.

2. El Concilio Vaticano II expuso el objetivo de toda la educación cristiana en sus aspectos varios; éstos incluyen "que los bautizados se hagan cada día más conscientes del don de la fe que han recibido; ...aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y verdad (cf. Jn 4, 23) ante todo en la acción litúrgica; y se formen para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad (Ef 4, 22-24); y así lleguen al hombre perfecto... y contribuyan al crecimiento del Cuerpo místico" (Gravissimum educationis, 2).

Estos elementos contienen implicaciones de largo alcance; tienen en cuenta el hecho de que la educación católica abarca a la persona entera, hombre o mujer, de destino eterno y que incluye el bien común de la sociedad, bien que la misma Iglesia se afana por promover. Esto requiere en la práctica tener presentes los talentos físicos, morales e intelectuales de los niños y jóvenes para que éstos adquieran sentido de responsabilidad y aprendan a usar rectamente la libertad y a tomar parte activa en la vida de la sociedad (cf. can. 795).

3. Todos estos elementos han sido desarrollados en vuestro país por la educación católica. Ciertamente la educación católica constituye un capítulo privilegiado de la historia de la Iglesia en América. La educación católica ha sido una dimensión muy eficiente de la evangelización y ha llevado el Evangelio a todas las facetas de la vida. Ha implicado a personas y grupos diferentes en el proceso educativo y ha conseguido que las generaciones se sientan parte de la comunidad eclesial y social. A pesar de las limitaciones e imperfecciones, por gracia de Dios la educación católica se ha acreditado en grado sumo en América con la formación del espléndido laicado católico americano. La educación católica ha sido fundamental para entender y aceptar las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que ponían de manifiesto y desarrollaban oportunamente principios sostenidos y enseñados por la Iglesia a lo largo de siglos. Las bendiciones del Concilio llegaron con eficacia a la vida de muchos precisamente porque largos años de educación católica generosa habían preparado el camino.

La educación católica ha alimentado también en vuestro país numerosas vocaciones a través de los años. Vosotros mismos tenéis una gran deuda de gratitud con esta educación católica que os capacitó para entender y aceptar la llamada del Señor. Entre las diversas aportaciones de la educación católica figura la calidad de ciudadanos que habéis conseguido, hombres y mujeres rectos que contribuyen al bien de América y se esfuerzan por servir a todos sus hermanos y hermanas con caridad cristiana. La educación católica ha ofrecido excelente testimonio del compromiso perenne de la Iglesia con la cultura de todo tipo. Ha ejercido un papel profético, quizá modesto en algunos casos, pero sumamente eficaz para hacer que la fe impregnase la cultura. Los logros de la educación católica en América merecen gran respeto y admiración de nuestra parte.

4. Pero con todo, hay también que reconocer la deuda de gratitud ante la historia con los padres, que han mantenido todo un sistema de educación católica; las parroquias, que han coordinado y sostenido estos esfuerzos; las diócesis, que han impulsado programas de educación y proporcionado medios para llevarlos a la práctica sobre todo en sectores pobres; los profesores entre los que figura siempre un cierto número de laicos, hombres y mujeres, generosos que defendieron con entrega y sacrificio constantes la causa de ayudar a los jóvenes a alcanzar madurez en Cristo. Pero sobre todo se debe gratitud a los religiosos por sus aportaciones a la educación católica. Cuando en la Pascua pasada escribí a los obispos de Estados Unidos sobre la vida religiosa, afirmé que los religiosos "abrieron camino en el campo de la educación católica en todos los niveles, ayudando a crear un magnífico sistema educacional que va desde la escuela elemental a la universidad" (núm. 2; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de septiembre, pág. 2).

Con las religiosas hay una deuda especial de gratitud por su aportación peculiar en el terreno de la educación. Su apostolado educativo auténtico ha sido y es digno de todo encomio. Es un apostolado que exige mucha abnegación. Es hondamente humano por ser expresión de un servicio religioso; es un apostolado que sigue de cerca el crecimiento humano y espiritual y acompaña al niño y al joven con paciencia y amor en los problemas de la juventud y en la inseguridad de la adolescencia, en el camino hacia la madurez cristiana. ¿Cuántos casados de vuestra generación recuerdan a religiosas que influyeron en su vida y les ayudaron a alcanzar un grado de desarrollo personal, gracias al cual han podido realizar su vocación al amor matrimonial y a la paternidad? Y, ¿cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas fueron edificados por el testimonio de amor sacrificado que constataban en la vida religiosa y recibieron el estímulo necesario para embarcarse en la preparación a seguir su vocación?

5. Factores eminentes de la educación católica que estamos tratando son el profesor católico, la doctrina católica y la escuela católica. Toda la misión de la educación católica está esencialmente unida a la vida de fe de la Iglesia y como tal forma parte del ministerio episcopal, pero los primeros educadores de cada niño son los padres. En el nuevo Código de Derecho Canónico todo el tratado de educación comienza con la palabra "padres". A los ojos de la Iglesia y ante Dios, sus obligaciones y derechos son únicos como lo son las gracias y fuerzas que reciben en el sacramento del matrimonio. Este sacramento les confiere "dignidad y llamada a que (el deber educativo) sea un verdadero y propio 'ministerio' de la Iglesia" (Familiaris consortio, 38). Pero todos los educadores católicos están investidos de gran dignidad y llamados a destacar "por su recta doctrina e integridad de vida" (Can. 803, 2). Todo el sistema estructural de la educación católica será válido en la medida en que la formación y educación dadas por los profesores estén en conformidad con los principios de la doctrina católica.

En la educación religiosa hay una urgencia nueva de explicar la doctrina católica. Muchos jóvenes de hoy se dirigen a los educadores católicos diciéndoles abiertamente: "No tiene que convencernos, sólo explicarnos bien". Y nosotros sabemos que la Palabra de Dios tiene poder de iluminar la inteligencia y tocar el corazón en todos los foros en que se exponga. "Claro está que la Palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos" (Heb 4, 12).

6. En la historia de vuestro país la escuela católica ha sido instrumento eficaz en grado sumo de educación católica. Ha contribuido inmensamente a extender la Palabra de Dios y ha capacitado a los fieles "a relacionar los asuntos y actividades humanas con los valores religiosos en una sola síntesis de vida" (Sapientia christiana, 1). En la comunidad constituida por la escuela católica, el poder del Evangelio ha llegado a incidir en las pautas del pensamiento, reglas de juicio y normas de conducta. La escuela Católica en cuanto institución merece juicio muy favorable si se le aplica el sano criterio de "por sus obras los conoceréis" (Mt 7, 16) y también "por los frutos, pues, los conoceréis" (Mt 7, 20). Por tanto, en el contexto cultural de Estados Unidos es fácilmente explicable esta sabia exhortación contenida en el nuevo Código: "Fomenten los fieles las escuelas católicas, ayudando en la medida de sus fuerzas a crearlas y sostenerlas" (Can. 800, 2).

El sistema de vuestras escuelas católicas lleva tiempo gozando de la estima de la Santa Sede. En los comienzos mismos de su pontificado, Pío XII escribió a los obispos americanos de aquel tiempo: "Con gran razón admiran los visitantes de otros países la organización y sistema de vuestros centros de enseñanza de distintos niveles" (Sertum laetitiae, 8. l de noviembre de 1939). Años después, en la canonización de la madre Seton, Pablo VI sintió la necesidad de alabar a la Providencia de Dios que suscitó a esta mujer para iniciar las escuelas católicas en vuestro país (cf. Discurso a los obispos de Estados Unidos; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 28 de septiembre de 1975, pág. 2). Y dos años más tarde, al canonizar a John Neumann, Pablo VI habló de la "energía implacable" con que impulsó la organización de las escuelas católicas en Estados Unidos (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 26 de junio. pág. 2).

En todos los niveles de la educación católica se palpa la importancia del educador católico y de la doctrina católica. A todo nivel, hasta en el universitario, hay necesidad de un compromiso institucional de la escuela católica con la Palabra de Dios tal como la proclama la Iglesia católica. Y este compromiso institucional es expresión de la identidad católica de cada escuela católica.

7. El liderazgo pastoral del obispo es crucial en la ayuda y guía de toda la causa de la educación católica. Al obispo en unión con los sacerdotes corresponde estimular a los educadores católicos a moverse por el gran ideal de comunicar a Cristo. Sólo el obispo puede crear el ambiente, mantener la prioridad y presentar con eficiencia la importancia de la causa al pueblo católico.

Al mismo tiempo, al celo del obispo se le presenta el reto constante de prodigar cuidado pastoral a los estudiantes, caer en la cuenta de las necesidades espirituales peculiares de los alumnos de estudios superiores dentro y fuera de los centros católicos, pues su progreso va siempre unido al futuro de la sociedad y de la misma Iglesia (cf. Gravissimum educationis, 10).

8. Dimensión particular de la educación católica y etapa de evangelización al mismo tiempo es la cuestión de la catequesis en relación con las instituciones católicas o cuando se lleva a cabo fuera de escuelas católicas o la desempeñan directamente los padres. Desde todos los puntos de vista la catequesis supone "educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo" (Catechesi tradendae, 19; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de noviembre de 1979, pág. 6). Sobre todo en este aspecto catequético de enseñar la doctrina católica organizada y sistemáticamente, el centro católico de enseñanza es siempre instrumento verdaderamente importante al servicio de la fe, pues ayuda a los jóvenes a entrar en el misterio de Cristo. Por esta razón y por otras ya mencionadas os repito este llamamiento profético de Pablo VI a los obispos americanos: "Nos son conocidas, hermanos, las dificultades que lleva consigo la continuidad de las escuelas católicas y las incertidumbres del futuro. Pero confiamos en la ayuda de Dios y en vuestra propia celosa colaboración e incansables esfuerzos a fin de que las escuelas católicas puedan proseguir realizando su providencial misión de servicio a la auténtica educación católica y a vuestra patria, a pesar de los graves obstáculos actuales" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española. 28 de septiembre de 1975, pág. 2).

9. En todo esto, nuestro servicio ministerial a la palabra depende de la efusión del Espíritu Santo. A Él invocamos hoy, venerables y queridos hermanos, y le pedimos nos ayude en nuestras empresas pastorales y haga fructificar los esfuerzos de tantos abnegados sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos de las Iglesias locales que representáis. Sólo Él puede capacitarnos realmente para comunicar a Cristo, pues "nadie puede decir 'Jesús es el Señor' sino en el Espíritu Santo" (1 Cor 12, 3). Sólo gracias a su acción llega a conseguirse la madurez cristiana y, por tanto, a alcanzarse el objetivo de toda educación católica. A la vez que proclamamos la soberanía de la acción santificadora del Espíritu Santo, pidámosle que nuestro ministerio se someta totalmente a su querer. Y solicitemos esta gracia de la docilidad por intercesión de María, pues debajo de su corazón se hizo carne el Verbo de Dios y se comunicó por vez primera al mundo.

Veni Sancte Spiritus!

 



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