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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE SUDÁN ANTE LA SANTA SEDE
*

Sábado 28 de enero de 1984

 

Señor Embajador:

Me da gran alegría acoger hoy a Vuestra Excelencia en el Vaticano para recibir las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Democrática de Sudán. Deseo reiterarle a mi vez los buenos deseos que me ha transmitido del Excmo. Sr. Presidente Nimeiry y le ruego le comunique a él y al pueblo de su Nación la seguridad de mi afecto y estima hacia ellos.

Aprecio mucho la referencia de su discurso a la «herencia común de libertad de religión» y a la «estima de los grandes valores del diálogo, tolerancia y respeto de la dignidad humana» que ha vinculado al Pueblo sudanés a su Patria. La medida del juicio de la historia sobre una nación depende del grado de su estabilidad para alimentar y mantener estos valores en la vida de sus ciudadanos.

En la diversidad de creencias religiosas que caracteriza a un país tan grande como el suyo, existe siempre la oportunidad de promover el bien común por medios positivos y provechosos, protegiendo a la vez los Derechos y deberes de cada individuo y defendiéndolos. Ésta puede ser una labor exigente, pero es una de las tareas más nobles en que puede uno empeñarse.

Espero firmemente que, sean las que fueren las diferencias étnicas, religiosas y culturales existentes, el Gobierno y el pueblo de Sudán velarán siempre cuidadosamente por la salvaguardia de la dignidad y Derechos de cada persona. Todos son hijos de Dios. A todos se debe dar libertad para que adoren a Dios privadamente o en público, según las convicciones profundas y personales del corazón y todos deben tener libertad de expresar sus convicciones sin temor de recriminación.

Ha aludido usted a los serios trastornos económicos y sociales que afronta la comunidad mundial en el día de hoy. Y, sin embargo, yo creo que precisamente es en tiempos difíciles cuando el testimonio viviente de una sola nación sobre los valores del diálogo, tolerancia y respeto de la dignidad humana, pueden mover a otros a seguir su ejemplo. Oro para que Sudán dé siempre este testimonio ante la familia humana toda entera.

Una vez más saludo a Vuestra Excelencia y le expreso mis buenos deseos para usted y el Pueblo de su País. Le aseguro que en la importante misión que le ha sido confiada contará con el interés y cooperación de la Santa Sede. Que Dios le bendiga en esta empresa.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 8, p.6.

 



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