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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR*

Sábado 20 de octubre de 1984

 

Señor Embajador:

Agradezco las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme en este acto de presentación de las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador.

Reciba ya desde ahora mi más cordial bienvenida, junto con las seguridades de mi benevolencia y apoyo para el feliz desarrollo de la alta misión que hoy comienza.

Me ha sido muy grato escuchar cuanto ha dicho Vuestra Excelencia acerca de los propósitos que animan a las Autoridades de su país en orden a favorecer y promover los valores morales y espirituales. En efecto, es de la mayor importancia dar el lugar que les corresponde a esos valores superiores que constituyen el fundamento y garantía de la justa dimensión del hombre en sus relaciones con los demás. Y que a la vez potencian y hacen posible el ordenado progreso que se traduce en una más alta calidad de vida para todos. De ello es toda la sociedad la que recibe un benéfico influjo.

En esta perspectiva de prioridad de valores fundamentales, existe una serie de metas en las que la Iglesia puede y desea colaborar —dentro del ámbito de su propia misión— con las Autoridades del país, a fin de favorecer el bien común de los ciudadanos.

En esa línea, los Pastores, clero y fieles del Ecuador, movidos por la decidida vocación de servicio que brota de sus propias convicciones y exigencias religiosas, continuarán prestando su desinteresada contribución al desarrollo integral de la persona humana, sobre todo en los campos educativo y asistencial en los que sea requerida su presencia y aporte.

A este efecto, no puedo dejar de mencionar la figura de un preclaro hijo del Ecuador al que Usted ha aludido: el Hermano Miguel Febres Cordero, cuya solemne ceremonia de canonización tendrá lugar, Dios mediante, mañana.

Este apóstol de la escuela y eminente hombre de cultura plasmó en su vida, de modo ejemplar e incluso heroico, su condición de creyente y de ciudadano. En él se conjugan en modo admirable el amor a Dios, fin último del hombre, y el amor a los hermanos, objeto de su infatigable vocación de servicio como educador y como hombre de ciencia.

Y es que hoy como ayer, la Iglesia, aun enfatizando la preeminencia de los valores espirituales sobre los valores materiales, en modo alguno rehúsa su sincero apoyo y estímulo para superar las necesidades del presente, a la vez que “contribuye a difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en el seno de cada nación y entre las naciones”, como proclamó el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes, 76).

Señor Embajador: Al término de este encuentro deseo expresarle fervientes votos por el feliz cumplimiento de su alta misión ante la Santa Sede.

Al mismo tiempo invoco sobre Vuestra Excelencia y familia, sobre el Señor Presidente de la República y Autoridades, y sobre los amadísimos hijos del Ecuador —que Dios mediante espero visitar a principios del próximo año y a los que desde ahora envío mi saludo y recuerdo—abundantes gracias del Altísimo.


*AAS 77 (1985), p. 304-306.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. VII, 2, 1984  pp.981-982.

L’Attività della Santa Sede 1984 p. 810.

L’Osservatore Romano 21.10.1984 pp.1, 2.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 44, p.14.

 



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