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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE LOS PAÍSES DE AMÉRICA LATINA

Jueves 5 de diciembre de 1985

 

Excelentísimos Señores,

Siempre que retorno con el pensamiento a las vastas regiones de América Latina, se renueva en mi corazón el sentimiento que ese joven y hermoso continente puede despertar, como algo que le pertenece: el sentimiento de la esperanza.

Vuestra deferente visita de hoy trae a mi espíritu este peculiar sentimiento y una íntima complacencia al conocer el ideal que os ha congregado en Roma: el ideal de amistad entre vuestras Naciones y de la unidad latinoamericana. Un ideal que es digno de toda suerte de esfuerzos y sacrificios, de entregas y renuncias.

También la Iglesia lo vive, y muy hondamente, en América Latina. En las Conferencias generales de su Episcopado, celebradas en Medellín y Puebla de los Ángeles, ha trazado un plan de acción apostólica y pastoral de vastas y profundas dimensiones, orientado fundamentalmente a la vigorización espiritual de la fraternidad y unidad de todos los pueblos de vuestro continente, que cuenta con un común substrato cultural, histórico y religioso.

Muchas circunstancias de la hora presente exigen que se fomenten y renueven los encuentros orientados no sólo a conservar cuanto fundamenta la unidad de América Latina, sino a integrarla más plenamente en el futuro, de acuerdo con los principios de reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva. Hay un hecho que ha cobrado peculiar relieve en estos últimos años: el retorno de varios Países latinoamericanos al régimen democrático constitucional. Permitidme expresar a este respecto el anhelo de que este hecho revista en la historia de América Latina un significado nuevo y más profundo en el sentido de que esta transición conduzca a vigorizar y consolidar los vínculos de la unidad cultural, política y económica entre vuestros Países, y que nazca así una cooperación más eficaz para hacer frente al grave problema de la injusticia y la miseria; a la vez que se favorezca la promoción integral de la persona humana tutelando sus derechos y respetando siempre su dignidad.

Un factor de orden económico que hoy agrava la situación de pobreza y desequilibrio social en amplios sectores del mundo latinoamericano, es el de la deuda externa. Sobre esta preocupante cuestión deseo reiterar lo que expresé a la Asamblea General de la ONU con motivo del 40° aniversario de la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas. La cuestión de la deuda externa “se ha convertido de modo más amplio en un problema de cooperación política y de ética económica. El coste económico, social y humano de esta situación, con frecuencia es tal que sitúa a Países enteros al borde de la ruptura. Por lo demás, ni los Países acreedores ni los Países deudores ganan nada, si se desencadenan situaciones de desesperación que escaparían a todo control. La justicia y el interés de todos exigen que, a nivel mundial, se examine la situación en su globalidad y en todas sus dimensiones, no sólo económicas y monetarias, sino también sociales, políticas y humanas” (Mensaje a la Asamblea General de la ONU con motivo del 40° aniversario de la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas, 14 de octubre de 1985).

Así pues, para hacer frente a la gravedad de este problema, es preciso dar mayor vigor y eficacia al principio de la unidad e integración latinoamericana. Es éste un noble ideal que exige el esfuerzo conjunto de todos para encontrar remedios a los males que aquejan a tantas personas de aquel continente. Pienso en la familia y los diversos condicionamientos de orden estructural y de educación que afectan a su unidad y estabilidad. Pienso en tantos jóvenes ante quienes se presenta un futuro sombrío y carente de auténticos valores espirituales, cuando no inducidos al terrible mal de la drogadicción. También en este campo se impone la necesidad de acudir a un plan de leal cooperación regional y continental para que las medidas que se tomen para combatir el narcotráfico tengan la debida eficacia.

En mis viajes apostólicos a vuestras Naciones me he dado cuenta de la profundidad de la crisis social que las afecta y del peligro que corren de que una política social equivocada lleve a intentos de salir de esa crisis por el camino de la violencia, al que ya recurren en algunas regiones ciertos grupos y movimientos, dejando una estela de dolores y muerte por donde pasan. Pero en esos mismos viajes me he convencido también de que es precisamente América Latina la región del mundo en desarrollo en la que hay una realidad espiritual, social y cultural cuyos valores hacen posible la superación de la crisis por los caminos que la Iglesia inspira con su doctrina social. Ojalá este horizonte de esperanza hacia una paz fruto de la justicia, se abra a la mente de los hombres de gobierno y líderes políticos y los induzca a poner en acto aquellas medidas indispensables para destruir en sus fuentes la espiral de la violencia.

En este final del segundo Milenio, y cuando nos preparamos a conmemorar el V Centenario del comienzo de la Evangelización de América Latina, hago votos para que los hijos de aquel amado continente de la esperanza, fieles a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, caminen por la vía de la reconciliación y de la fraternidad en un esfuerzo común por lograr la superación de las divisiones en favor de la ansiada unidad.

Excelencias, al agradecerles esta visita, les expreso mis mejores deseos por el feliz éxito de los trabajos que han venido realizando, mientras invoco sobre cada uno de Ustedes, sus colaboradores, familias y las queridas Naciones que representan, las Bendiciones del Señor.



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