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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA


Martes 15 de enero de 1985

 

Queridos hermanos en el episcopado,
queridos amigos:

1. Mi alegría es grande al acogeros esta mañana en Roma, con ocasión de la tercera reunió anual del Consejo Internacional del Consejo Pontificio para la Cultura.

Os agradezco sinceramente vuestra presencia activa en el Consejo y el haber aceptado consagrar vuestro tiempo y vuestras energías a esta estrecha colaboración con la Sede apostólica. Con particular afecto, saludo al Cardenal Gabriel-Marie Garrone, Presidente de vuestra Comisión de Presidencia, así como al Cardenal Eugenio de Araújo Sales. Me dirijo igualmente con agradecimiento a la Dirección Ejecutiva del Consejo Pontificio para la Cultura representada por su Presidente Mons. Paul Poupard y su Secretario, P. Hervé Carrier, quienes, con sus celosos colaboradores y colaboradoras, se dedican a realizar un trabajo abundante y de calidad.

2. El Consejo Pontificio para la Cultura, asume, según mi manera de ver, un significado simbólico y lleno de esperanza. En efecto, veo en vosotros testigos calificados de la cultura católica en el mundo, con el cometido de reflexionar tanto sobre las evoluciones y las esperanzas de las distintas culturas en las regiones, como de los sectores de actividad que os son propios. Por la misión que os he confiado, estáis llamados a ayudar, con competencia, a la Sede apostólica para conocer mejor las aspiraciones profundas y distintas de las culturas contemporáneas y a discernir mejor cómo puede la Iglesia universal darles la respuesta. Pues, en el mundo, las orientaciones, las mentalidades, los modos de pensar y de concebir el sentido de la vida, se modifican, se influencian mutuamente, se enfrentan sin duda, con mayor vigor que nunca en el pasado. Eso deja huellas en todos los que se entregan con lealtad a la promoción del hombre. Es bueno que con vuestro trabajo de estudio, de consulta y de animación —emprendido en conexión con otros Dicasterios romanos, con las Universidades, los Institutos religiosos, las Organizaciones internacionales católicas y varios grandes organismos internacionales vinculados con la promoción de las culturas— favorezcáis una toma de conciencia clara de las posturas que presenta la actividad cultural en el sentido lato del término.

3. Más allá de esta acogida respetuosa y desinteresada de las realidades culturales para un mejor conocimiento, el cristiano no puede hacer abstracción del problema de la evangelización. El Consejo Pontificio para la Cultura participa en la misión de la Sede de Pedro para la evangelización de las culturas y vosotros estáis asociados a la responsabilidad de las Iglesias particulares en las tareas apostólicas que requiere el encuentro del Evangelio con las culturas de nuestra época. Con este fin, se pide un trabajo ingente a todos los cristianos y el desafío debe poner en movimiento sus energías en el corazón de cada pueblo y de cada comunidad humana.

A vosotros, que habéis aceptado ayudar a la Santa Sede en su misión universal al lado de las culturas de nuestras días, confío el cometido especial de estudiar y de profundizar lo que significa para la Iglesia la evangelización de las culturas hoy. Ciertamente, la preocupación por evangelizar las culturas no es nueva para la Iglesia, pero presenta problemas que tienen carácter de novedad en un mundo marcado por el pluralismo, por el choque de las ideologías y por profundos cambios de las mentalidades. Debéis ayudar a la Iglesia a responder a esas cuestiones fundamentales para las culturas actuales: ¿Cómo hacer accesible el mensaje de la Iglesia a las culturas nuevas, a las formas actuales de la inteligencia y de la sensibilidad? ¿Cómo la Iglesia de Cristo puede hacerse entender por el espíritu moderno, que se ufana de sus realizaciones y a la vez se preocupa por el futuro de la familia humana? ¿Quién es Jesucristo para los hombres y las mujeres de hoy?

Sí, la Iglesia en su totalidad debe plantearse esas cuestiones, con el espíritu de lo que decía mi predecesor Pablo VI al concluir el Sínodo sobre la evangelización: «... lo que importa es evangelizar.... la cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que estos términos tienen en la Gaudium et Spes, tomando como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios» (Evangelii Nuntiandi, n. 20). Y todavía agregaba: «El Reino que anuncia el Evangelio, es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura y la construcción del Reino no puede menos que tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas» (Ibid.).

Hay por consiguiente, una tarea compleja pero esencial: ayudar a los cristianos a discernir en los rasgos de su cultura lo que pueda contribuir a la justa expresión del mensaje evangélico y a la edificación del Reino de Dios y a denunciar lo que le es contrario. Y, de este modo, el anuncio del Evangelio a los contemporáneos que no se adhieren a él, tendrá más posibilidades de llevarse a cabo en un diálogo auténtico.

No podemos dejar de evangelizar: son tantas las regiones, tantos los ambientes culturales que permanecen insensibles a la buena noticia de Jesucristo. Pienso en las culturas de extensas regiones del mundo todavía al margen de la fe cristiana. Pero pienso también en los amplios sectores culturales en países de tradición cristiana que, hoy, parecen indiferentes —cuando no refractarios— al Evangelio. Hablo, ciertamente de las apariencias, porque no hay que prejuzgar del misterio de las creencias personales y de la acción secreta de la gracia. La Iglesia respeta a todas las culturas y no impone a ninguna su fe en Jesucristo, pero invita a todas las personas de buena voluntad a promover una verdadera civilización del amor fundada en los valores evangélicos de la fraternidad, de la justicia y de la dignidad para todos.

4. Todo esto exige un nuevo acercamiento de las culturas, de las actitudes, de los comportamientos, para dialogar en profundidad con los ambientes culturales y para hacer fecundo su encuentro con el mensaje de Cristo. Este trabajo exige también, por parte de los cristianos responsables, una fe iluminada por la reflexión que, sin cesar, sea confrontada con las fuentes del mensaje de la Iglesia y un discernimiento espiritual que se prosigue sin pausa en la oración.

El Consejo Pontificio para la Cultura, por su parte, está llamado a profundizar los problemas importantes que los desafíos de nuestra tiempo suscitan para la misión evangelizadora de la Iglesia. Por el estudio, por los encuentros, los grupos de reflexión, las consultas, el intercambio de informaciones y de experiencias, por la colaboración de los numerosos corresponsales que, han aceptado trabajar con vosotros en distintas partes del mundo, os exhorto vivamente a iluminar estas nuevas dimensiones a la luz de la reflexión teológica, de la experiencia y del aporte de las ciencias humanas.

Estad seguros de que, apoyaré con agrado, apoyaré los trabajos y las iniciativas que os permitan sensibilizar en estos problemas a las distintas instancias de la Iglesia. Y, como garantía del apoyo que deseo dar a vuestra tarea tan útil para la Iglesia, os imparto, así como a todos vuestros colaboradores y colaboradoras, y a vuestras familias, mi especial bendición apostólica.

 



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