DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ISLÁMICA DE PAKISTÁN ANTE LA SANTA SEDE*
Viernes 22 de marzo de 1985
Señor Embajador:
Me complace recibirle en el ejercicio de su misión de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Islámica de Pakistán y con gusto recibo las Cartas Credenciales que le autorizan a representar a su País ante la Santa Sede.
Le agradezco el saludo que me ha transmitido de su Presidente, el General Mohammad Zia-ul-Haq, y le ruego a usted que le transmita mi promesa de oraciones llenas de los mejores deseos por la paz y bienestar de todos los ciudadanos de su País.
Ha tenido usted la amabilidad de referirse al discurso que dirigí a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, en enero de este año. De dicho discurso, a usted le ha llamado la atención lo que afirmé sobre las cualidades que han de caracterizar las relaciones internacionales si se quiere mantener y reforzar la paz: reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva.
A la vez que estas cualidades son la base necesaria de las relaciones pacíficas entre naciones y grupos de naciones, también constituyen la base firme de las relaciones armónicas y fecundas entre los sectores varios de la población de un determinado país y también entre los individuos en el trato de unos con otros. El respeto de estas cualidades y el empeño por solucionar las dificultades en diálogo sincero, conseguirán que los Derechos justos de todos estén garantizados y salvaguardados en la práctica. Donde el espíritu de reciprocidad, solidaridad y colaboración prevalece nadie quiere ser tratado con honor sin sentir al mismo tiempo la obligación de honrar a su vez a los demás.
Todo esto tiene importancia especial respecto de la libertad religiosa, derecho humano fundamental sobre el que también hablé en la reunión de enero con el Cuerpo Diplomático. Afirmé: «Corresponde a la dignidad del hombre abrirse a la fe religiosa con un homenaje libre de la razón y del corazón, ayudado por la gracia, según lo que le descubre y prescribe la conciencia bien formada» (n. 3). A este respecto he repetido con frecuencia que la Iglesia Católica de ningún modo reclama consideración especial, sino únicamente libertad de existir y ejercer su misión de amor y servicio con pleno respeto de las conciencias y «respeto de la distinción entre el terreno político y el religioso» (ib.).
Me han animado mucho las manifestaciones públicas de aprecio hechas por miembros autorizados de su Gobierno sobre la aportación de los cristianos en el progreso y prosperidad de Pakistán. Constituyendo una minoría la comunidad cristiana de su País, procura aportar su colaboración específica a la causa de Pakistán dedicándose plenamente a construir la vida de la Nación por medio de actividades educativas y caritativas del personal de la Iglesia e igualmente con el testimonio de los cristianos cual verdaderos ciudadanos de su País.
La Santa Sede estima muy particularmente el espíritu de igualdad ante la ley de los varios cuerpos religiosos, que figura entre las mejores tradiciones de Pakistán, espíritu que reiteró recientemente su Presidente en el mensaje navideño a los cristianos. Tengo la esperanza de que las dificultades existentes en este terreno serán resueltas dentro del respeto a este principio muy estimado.
Se ha referido usted al grave problema de la presencia en su País de un número enorme de personas desplazadas de Afganistán. Me doy perfecta cuenta de la tremenda tensión que esta triste situación crea a los recursos sociales y económicos de Pakistán. La respuesta de su Gobierno tratando de prestar la mayor ayuda posible a estas personas desplazadas merece encomio y apoyo amplios. Por su parte, la Iglesia Católica seguirá colaborando lo más posible en el alivio de los sufrimientos de quienes han perdido casa y propiedades en su tierra patria. La situación de estos refugiados es un reto a la comunidad mundial, no sólo en cuanto objeto de ayuda y solidaridad humana, sino también en cuanto prueba del deseo de disminuir tensiones internacionales y crear un mejor clima de comprensión y diálogo.
Señor Embajador: al comenzar su misión, me complazco en comprobar las buenas relaciones existentes entre su País y la Santa Sede, y reitero la disponibilidad de la Santa Sede a reforzar estos vínculos en el clima de la reciprocidad, solidaridad y colaboración de que acabamos de hablar. Le doy seguridad de la cooperación que recibirá siempre de nosotros en el cumplimiento de su misión, e invoco para usted y para el Gobierno y pueblo a quienes representa, la plenitud de los dones de Dios.
*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 14, p.10.
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