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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE RUANDA
ANTE LA SANTA SEDE
*

Sábado 22 de marzo de 1986

 

Señor Embajador:

1. Es para mí una gran alegría recibiros en esta casa, y ver así a Ruanda representada de nuevo ante la Santa Sede por su Embajador Extraordinario y Plenipotenciario. Os expreso mis mejores votos por la alta misión que inauguráis aquí y que abordáis con una rica experiencia. Misión nueva, «sui generis» en relación con los importantes cargos que habéis ocupado en la Diplomacia en el extranjero.

Las palabras que Vuestra Excelencia acaba de pronunciar sobre el papel de la Santa Sede o las preocupaciones y proyectos de Ruanda han atraído toda mi atención. Os las agradezco vivamente. Agradezco igualmente a Su Excelencia el General Juvénal Habyarimana, Presidente de la República, el saludo del que os ha encargado ser intérprete: os agradecería que le asegurarais el buen recuerdo que guardo de su visita del año pasado y los cordiales votos que hago por su persona y la realización de su altísimo cargo.

2. Sí, como habéis dicho, Ruanda y la Santa Sede han establecido relaciones diplomáticas que continúan siendo excelentes y fecundas. Y yo me alegro de vuestra intención de contribuir a afianzarlas y ampliarlas. Su solidez les viene, pienso, de que se aprecian recíprocamente: la Santa Sede siente un gran aprecio por el pueblo ruandés: admira sus cualidades humanas mostradas valientemente en medio de ciertas dificultades y la acogida que ha prestado a la fe cristiana; mira con simpatía sus necesidades y sus proyectos: Ruanda, por su parte, ha entendido la importancia y el bien que supone la religión católica: ésta se ha convertido, en religión de un buen número de compatriotas vuestros y manifiesta una vitalidad notable en una Iglesia local que ha asumido muy bien el lugar que le corresponde en África y en la Iglesia universal.

Es verdad, que, como decía el Papa Pablo VI a vuestro predecesor en 1978, la misión de la Iglesia debe continuar siendo siempre distinta de la del Estado, pues su objeto es el anuncio del Evangelio y la participación de los hombres en la vida divina. Debe permanecer independiente frente a opciones propiamente políticas, para ser acogedora con todos y mantener su papel profético, escatológico. Pero, ¿quién, más que ella, se preocupa vivamente por el destino de las poblaciones, no sólo por su salvación eterna, sino por su progreso humano, moral, espiritual? Se puede hablar de convergencias por el bien pleno del hombre y de la sociedad, y la Santa Sede se alegra al constatar que las autoridades civiles, a quienes representáis, se sitúan plenamente en esta perspectiva.

3. Esto quiere decir que la Iglesia en Ruanda, en comunión con la Sede Apostólica, se interesa por los diversos problemas de desarrollo que Vuestra Excelencia ha subrayado y desea continuar aportando su contribución en este terreno. Presta especial atención a las dificultades que habéis indicado: enclave del País, territorio exiguo y recursos limitados de suelo y de subsuelo, preocupación por encontrar alimento y trabajo para los numerosísimos hijos de Ruanda. Conoce asimismo la valentía con que los ruandeses y sus gobernantes afrontan estos problemas, tomando iniciativas, como las que habéis mencionado (trabajos comunitarios), centradas en lo que es indispensable para el presente y el futuro del País. Sí, la Iglesia se alegra de la participación activa de los ciudadanos en lo que asegura el bien común de todos y asume además gustosamente la parte que le corresponde en esa tarea, no sólo asegurando numerosos servicios, en la educación, el cuidado y la promoción de la salud, sino además contribuyendo a formar la conciencia de los ciudadanos en un sentido conforme con la fe de los cristianos y eminentemente útil a todos. Vos mismo habéis subrayado la importancia primordial que tiene la familia a los ojos de los gobernantes; uno de los objetivos de la Iglesia es precisamente promover su estabilidad, su unidad, su generosidad, su papel educativo, según el plan de Dios. Pienso también en los valores morales y espirituales, tales como el respeto a las personas, que no son nunca instrumentos, sino que conservan su dignidad inviolable, el sentido de la justicia, de la honestidad, de la integridad que rechaza toda corrupción, el valor en el trabajo, la equidad en las relaciones sociales, el espíritu de servicio y del bien común, la preocupación por los pobres y las clases menos favorecidas, la fraternidad entre las etnias, la paz, el perdón, digamos el amor, pues habéis manifestado justamente que éste es el «leit-motiv» de nuestra misión espiritual. Todos ellos son valores que interesan enormemente a cuantos ostentan responsabilidades en el País, tanto en el plan civil como en el plan eclesial.

4. Pero Vuestra Excelencia ha aludido asimismo a la situación internacional. Es aquí donde se ejerce en particular la competencia de la Santa Sede.

Cuando os oía hablar de la preocupación del Gobierno ruandés por buscar una cooperación sincera y confiada con las naciones del Planeta y cultivar ante todo las relaciones de buena vecindad, de cooperación regional y de asistencia internacional, pensaba que en este punto seguís las vías reales y fecundas de la solidaridad. Como le decía el pasado 11 de enero al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, la solidaridad necesaria comienza por la región, el continente, abriéndose además a la comunidad mundial de las naciones.

Yo deseo que Ruanda encuentre en este terreno el apoyo que tiene derecho a esperar y que ella misma aportará a los otros, con una paz más afianzada, un respeto a los Derechos del hombre mejor asegurado, sean cuales sean el rango social, la nacionalidad y la raza, unas relaciones políticas y económicas más equitativas entre el Norte y el Sur. Pues, os dais perfecta cuenta de ello, vuestros esfuerzos en el plan nacional se enfrentan con unas condiciones internacionales de intercambios que desequilibran la economía de los países en vías de desarrollo. Sabéis bien que la Santa Sede apoya la búsqueda de un nuevo orden económico internacional que permita, con toda equidad, la explotación de los recursos de cada país para una vida digna de todos sus ciudadanos. En este campo, sabéis que encontraréis aquí un aliado.

5. Para finalizar, Señor Embajador, no puedo dejar de subrayar nuevamente la buena situación que presenta la Iglesia en vuestro País. El Cristianismo se ha implantado en él de forma rápida, profunda, sólida. Ha sido asimilado por el pueblo y por toda una élite intelectual que ha asumido, con la ayuda apreciable de los sacerdotes, religiosos y seglares de otros países, los destinos de la Iglesia en Ruanda; más aún: los católicos se convierten, a su vez, en misioneros en el extranjero.

Es verdad que, como ocurre en todo el mundo, también entre vosotros, bajo la influencia de diversas teorías modernas, bien sea la crítica racionalista, un movimiento de secularización y de laicismo o incluso de ateísmo, o bien en nombre de la exigencia de una autenticidad africana, algunos pueden sentir la tentación de tomar distancias frente a la fe cristiana. Pero en realidad, ésta, lejos de ser un cuerpo extraño, ha tenido en cuenta la mayoría de los valores tradicionales de vuestro País que constituían un aspecto muy positivo en el plan ético y religioso; la fe los ha salvado incluso, purificándolos; los ha renovado, los ha elevado, gracias a la Buena Nueva del amor de Dios ofrecido a todos y a la caridad que entraña hacia todo ser humano. Se puede decir que la fe cristiana ha alcanzado al hombre ruandés y a la cultura ruandesa en sus raíces. Y si es verdad que esta inculturación africana debe continuarse en armonía con la Doctrina de la Iglesia universal, revela ya frutos auténticamente africanos y ruandeses. Sucede, efectivamente, no sólo que la fe cristiana tiene un lugar preeminente en el alma ruandesa y continúa trabajando en la evangelización en profundidad de los corazones y de las costumbres – en el respeto a las convicciones y a las responsabilidades de todos los habitantes del País –, sino que además la Iglesia en Ruanda ha adquirido a su vez un lugar preeminente en África y en la Iglesia universal. Una razón más que explica los lazos estrechos y cordiales que unen a la Santa Sede y a Ruanda.

Pido al Señor que colme de sus dones al pueblo ruandés y a sus dirigentes, que los inspire y asista en su noble tarea. Y a usted, Señor Embajador, le reitero mis votos por una feliz y fecunda misión.

¡Que Dios bendiga a Ruanda!


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 30, p.10.


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