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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO
POR LAS HERMANAS DE NUESTRA SEÑORA DE LA CONSOLACIÓN

Sábado 3 de mayo de 1986

 

Amadísimos hermanos y hermanas,

Me es sumamente grato daros mi más cordial bienvenida a este significativo encuentro que, como colofón de las importantes reuniones que os han tenido ocupados a lo largo de esta semana en la Ciudad Eterna, ha lugar ahora, a la sombra del sepulcro del Apóstol Pedro, en un día y en un mes particularmente sentido por la devoción del pueblo cristiano. Sé que sentís un entrañable afecto por la Virgen María, valioso legado dejado por la Beata María Rosa Molas, fundadora de la Congregación “Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación”, organizadoras del Congreso sobre Vocación-misión del seglar en la escuela católica y en la Iglesia del postconcilio. Ante todo, quiero agradeceros la visita que me hacéis así, como vuestra cariñosa acogida, prueba elocuente de amor filial a la Iglesia de Cristo y a su Vicario.

La temática de este Congreso Internacional de Padres de alumnos de las Escuelas Católicas de Nuestra Señora de la Consolación, que ha reunido a representantes de diversos lugares de Italia así como de Europa y América Latina, desea ser una llamada a la ineludible responsabilidad que el cristiano de hoy tiene en el momento actual de la sociedad, cuando se afronta el problema educativo de los hombres y de las mujeres del próximo milenio, es decir, de aquellos que tendrán las riendas del mundo en ese instante. Ante el reto que se presenta a la Iglesia, vosotros, al igual que muchos otros cristianos, siguiendo las orientaciones del Concilio Vaticano II, os esforzáis en la noble tarea, humana y espiritual, de que “puedan llegar cuanto antes a todos los rincones de la tierra los oportunos beneficios de la educación y de la instrucción” .

Como bien sabéis, la Iglesia de Cristo, fiel a su misión docente, no cesa de recordar a lo largo de su historia que los creyentes deben tener siempre un comportamiento individual y colectivo, plenamente coherente con las enseñanzas evangélicas. Ahí, mis queridas Hermanas, se halla la clave y la grandeza de vuestro servicio de educadoras religiosas. Ahí también, amadísimos, tiene su razón de ser vuestra misión de padres cristianos; sois los primeros e insustituibles educadores de vuestros hijos. Os corresponde el derecho de elegir libremente aquellos centros donde se promuevan auténticamente los valores cristianos, pues no olvidemos que debe existir una profunda continuidad entre la escuela y la familia. La Iglesia, a la vez, que es consciente de la importante labor que estáis realizando por fidelidad a la causa del Reino, desea seguir ofreciéndoos la ayuda, los consejos y las orientaciones necesarias para el mejor cumplimiento de tan delicada función. La Iglesia os necesita y tiene necesidad de vuestro trabajo para seguir anunciando la validez inalterable de su Mensaje en un campo tan fundamental como es el de la enseñanza.

El Papa ve con singular agrado el esfuerzo que venís realizando por dar a vuestros centros un ideario conforme a las enseñanzas del Magisterio y a las líneas pastorales de los Responsables de las Iglesias Particulares. Por eso os digo con el Apóstol: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor... sabiendo bien que recibiréis del Señor en recompensa la herencia. Servid a Cristo Señor” .

Con estos sentimientos, quiero renovaros mi estima y mi afecto por la delicada misión que lleváis a cabo en orden a la formación cultural, humana y espiritual de los jóvenes, esperanza de la Iglesia y del mundo. Asegurándoos mi recuerdo ante el Señor por vosotros, os imparto, en prueba de benevolencia, mi Bendición Apostólica, que extiendo complacido a vuestros seres queridos, así como a los alumnos y antiguos alumnos de vuestros centros educativos.



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