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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Aeropuerto Jorge Chávez de Callao-Lima 
Sábado, 14 de mayo de 1988

 

Señor Presidente,
queridos hermanos en el Episcopado,
dignísimas autoridades,
amadísimos hermanos y hermanas de Lima y de todo el Perú:

1. De nuevo llego a esta hermosa y generosa tierra peruana de la que tengo tan gratos recuerdos guardados en mi corazón: sus acendradas raíces cristianas, la fe y piedad de sus gentes, su sentido de acogida, su hospitalidad, su espontáneo cariño al Sucesor de Pedro, su constante deseo de bendición.

Mi gratitud más viva y sincera a todos par haber hecho posible el estar nuevamente entre vosotros, en este país cuyos orígenes, que se pierden en un pasado ancestral, ponen de manifiesto cómo el largo peregrinar histórico del hombre de estas tierras ha estado marcado por una inquietud religiosa que encontró su camino de realización con la llegada de la Buena Nueva, hace ahora casi cinco siglos.

Reciba Señor Presidente, mi deferente saludo, junto con mi agradecimiento por sus cordiales palabras de bienvenida; un saludo y un agradecimiento que me complazco en hacer extensivo a las autoridades y personalidades que nos acompañan.

Mis expresiones de gratitud se hacen abrazo de paz y de afecto a mis hermanos los obispos del Perú, con al frente el señor cardenal de Lima, y en presencia del señor arzobispo-obispo del Callao, en cuya jurisdicción se halla este aeropuerto. Saludo igualmente a los sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes de pastoral, que con su trabajo apostólico y testimonio cristiano edifican en el Perú la Iglesia de Cristo.

2. La evocación de aquellos días inolvidables de mi primera visita pastoral al Perú, me trae a la memoria muchas cosas hermosas, que conservo en mi mente y en mi corazón: un recuerdo particular es el de la devoción que los peruanos tienen por la cruz, la cruz de Cristo. Las celebraciones populares, particularmente en los pueblos andinos, con ocasión de la fiesta de la Cruz, su imagen en las iglesias y capillas, en los hogares, a la vera de los caminos, coronando los cerros, en las alturas más insospechadas, habla muy claro del hondo enraizamiento de la fe, expresado por la adhesión a ese signo de nuestra salvación. La devoción a lo ancho y largo de vuestra geografía, al crucificado Señor de los Milagros, es prueba elocuente del amor del pueblo peruano por el símbolo de la cruz.

En la cruz se consumó el sacrificio de nuestra redención. En el Gólgota y en el Cenáculo el Señor nos dejó el memorial de su amor por nosotros: la Sagrada Eucaristía.

Conociendo pues la acendrada devoción de los peruanos a la cruz y su fervorosa adoración al Santísimo Sacramento, sacrificio y banquete, he acogido con gran gozo la amable invitación a estar presente en la solemne ceremonia de clausura del V Congreso Eucarístico y Mariano de los países bolivarianos. Saludo con afecto al señor cardenal Angel Suquía, arzobispo de Madrid, mi Enviado Especial para este Congreso.

Vengo para unirme a vosotros, amados hijos del Perú y, espiritualmente, de los demás países bolivarianos –Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela– en estos actos solemnes de profesión de fe eucarística, expresando así el misterio de comunión de la Iglesia, que vive del Cuerpo y Sangre de su Señor, inmolado en la cruz para salvarnos.

3. Vengo a celebrar con vosotros el misterio pascual de Jesucristo para insertarlo más profundamente en la vida y en la historia de este pueblo, que muestra un hambre insaciable de Dios, hambre de pan, hambre de paz y de justicia.

¡Cómo siguen vivos en mi recuerdo los emotivos encuentros de mi precedente visita en Ayacucho y en Villa El Salvador! Ante mis ojos se presentan inmensas multitudes que han experimentado el dolor, la violencia, el abandono, el hambre.

Hambre de Dios de un pueblo que ha visto florecer su fe en venerados Santos que son orgullo y modelo para toda América Latina. Hambre de Dios que nos expresa la nostalgia del encuentro con Jesús en la oración, en la celebración de los sacramentos, particularmente en la Eucaristía, centro de toda la vida cristiana.

Del hambre de pan de este pueblo nos habla su grito reclamando la solidaridad de todos; su voluntad de construir una sociedad más justa y fraterna, su deseo de vivir en paz y libertad.

4. El lema de vuestro Congreso Eucarístico es elocuente: “Te reconocemos, Señor, al partir el Pan”. Que, junto a nuestra profesión de fe en el Sacramento del Altar, sea esto un llamado a compartir con los hermanos el pan de los bienes espirituales y materiales.

Mi presencia entre vosotros en esta ocasión será breve en el tiempo, pero intensa en el afecto y en la comunión. Mi deseo es que me sientan cercano todas las personas, particularmente los pobres, los enfermos, los más abandonados, pues mi corazón, como Pastor de la Iglesia universal, está abierto a todos siguiendo al Apóstol Pablo “Me hago todo para todos, para salvarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio” (1Co 9, 22-23). 

Aunque mi visita se circunscriba a la capital, mi palabra se dirige a todos los peruanos sin distinción: de la ciudad y del campo, de la costa, de la sierra y de la selva. A todos envío ya desde ahora mi bendición como prenda de la proximidad de Dios que efunde su infinita bondad en todos los corazones.

5. Al iniciar esta segunda visita a tierra peruana, mi mirada se dirige confiada a la Santísima Virgen, recordando que el Congreso que mañana vamos a clausurar solemnemente habéis querido que fuera Eucarístico y Mariano, en este año dedicado en modo especial a la Madre del Redentor. Que la poderosa intercesión de la Virgen María os guíe siempre en vuestro camino por las sendas del bien.

Amados peruanos todos: ¡Dios bendiga al Perú! ¡Dios bendiga a este pueblo con sus dones de paz, justicia y progreso!

¡Alabado sea Jesucristo!



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