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VIAJE PASTORAL A SANTIAGO DE COMPOSTELA Y ASTURIAS
CON MOTIVO DE LA IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL RITO DEL PEREGRINO

Santiago de Compostela, sábado 19 de agosto de 1989

 

1. «¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestro pies tus umbrales, Jerusalén!» (Sal 122 [121], 1-2).

Amados hermanos en el Episcopado,
hermanos y hermanas en Cristo:

Como un peregrino más, quiero dar gracias al Señor, de quien viene todo bien, por encontrarme en Santiago de Compostela. Ante este majestuoso Pórtico de la Gloria, que contemplo por segunda vez, me siento embargado de veras por esa emoción encendida en los corazones de millares y millares de peregrinos jacobeos, que a lo largo de los siglos han posado su mirada en este singular y original retablo de piedra, imagen evocadora de la verdadera Jerusalén celestial.

Antes de atravesar el umbral de la casa y templo del Señor Santiago, para venerar su sepulcro y abrazar su imagen, quiero saludar a los aquí presentes, peregrinos también al sepulcro del Apóstol.

Ante todo deseo dar mi fraterno saludo al Pastor de esta archidiócesis, mons. Antonio María Rouco Varela, a quien agradezco las sentidas palabras que ha tenido a bien dirigirme. Saludo igualmente a su obispo auxiliar, mons. Ricardo Blázquez Pérez, así como a los señores cardenales y demás obispos presentes, venidos de otras diócesis de España y del mundo, acompañados por tantos peregrinos. Con ellos, saludo también a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas.

Mi cordial saludo se dirige asimismo a los seminaristas y a los jóvenes que, en representación de todos los demás y con la capa de peregrino sobre sus hombros, me han acompañado hasta la catedral.

De modo particular renuevo mi afectuoso saludo a Sus Majestades los Reyes de España, que han querido participar en esta liturgia. Por medio de ellos me permito reiterar mi caluroso saludo al querido pueblo español.

Quixo Deus que como Bispo de Roma, Sucesor de Pedro, natural de Galizia oriental, chegase, de novo, como peregrino i encontrarme neste lugar santo, na Galicia occidental, do Finisterre hispánico, con xóvenes peregrinos de todo o mundo para louvanza de Xesús Cristo, Camiño, Verdade e Vida.

(Quiso Dios que como Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, natural de la Galicia oriental, llegase, de nuevo, como peregrino y me encontrase en este lugar santo, en la Galicia occidental, del Finisterre hispánico, con jóvenes peregrinos de todo el mundo para alabanza de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida).

2. «Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor» (Sal 122 [121], 3-4) .

Esta peregrinación asume un significado excepcional, al ser la meta de todos los que participan en la IV Jornada Mundial de la Juventud.

Compostela, hogar espacioso y de puertas abiertas, donde se ha venido dispensando por siglos y siglos, sin discriminación alguna, el pan de la "perdonanza" y de la gracia, quiere convertirse a partir de ahora en foco luminoso de vida cristiana, en reserva de energía apostólica para nuevas vías de evangelización, a impulsos de la fe de los jóvenes, de una fe siempre joven.

Son multitud los que se han unido a mi peregrinación ―otros muchos están también presentes en espíritu―, sintiéndose todos convocados por la palabra de Cristo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Estos mismos peregrinos transmiten al mundo actual el germen esperanzador de una nueva generación de discípulos de Cristo, íntimamente ilusionados y entregados con generosidad, al igual que el Apóstol Santiago, a la aventura de difundir y enraizar la Buena Nueva entre los hombres.
Esta evangelización se ofrece como prerrogativa a los jóvenes de corazón generoso y creador, abiertos a la construcción de un mundo sin fronteras, donde prevalezca una civilización del amor, cuyos protagonistas deben ser todos los hijos de Dios diseminados por el mundo.

3. «Desead la paz a Jerusalén: Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus manos» (Sal 122 [121], 6-7) .

Hoy, aquí, ante el Pórtico de la Gloria, esta peregrinación de la IV Jornada Mundial de la Juventud se presenta como un signo claro y elocuente para el mundo. Nuestras voces proclaman unánimemente nuestra fe y nuestra esperanza. Queremos encender una hoguera de amor y de verdad que atraiga la atención del orbe, como antaño las luces misteriosas vistas en este lugar. Queremos sacudir el torpor de nuestro mundo, con el grito convencido de miles y miles de jóvenes peregrinos que pregonan a Cristo Redentor de todos los hombres, centro de la historia, esperanza de las gentes y Salvador de los pueblos.

Con ellos y con todos los aquí presentes ante este Pórtico, revive ante nuestros ojos el encuentro multitudinario de los peregrinos ante las puertas del templo de Santiago, descrito por el Codex Callistinus: «Allí van innumerables gentes de todas las naciones... No hay lengua ni dialecto cuyas voces no resuenen allí... Las puertas de la basílica nunca se cierran, ni de día ni de noche... Todo el mundo va allí aclamando: "E-ultr-eia (¡adelante, ea!) E-sus-eia (¡arriba, ea!)"». Sí. Por un momento Santiago de Compostela es hoy la tienda del encuentro, la meta de la peregrinación, el signo elocuente de la Iglesia peregrina y misionera, penitente y caminante, orante y evangelizadora que va por los caminos de la historia «entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que vuelva» (Cf. Lumen gentium, 8).

4. «Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: La paz contigo. Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien» (Sal 122 [121], 8-9).

En primer lugar he venido para proclamar y corroborar en todos vosotros que la Iglesia es Pueblo de Dios en camino. Por algo, y no en vano, los primeros cristianos que siguieron a Cristo fueron llamados los hombres del camino. La Iglesia, en su recorrido por las sendas de la historia no deja de afirmar constantemente la presencia de Jesús de Nazaret, ya que en el camino de todo cristiano está presente el misterioso Peregrino de Emaús, que sigue acompañando a los suyos, iluminándolos con su Palabra esclarecedora y alimentándolos con su Cuerpo y Sangre, pan de vida eterna.

Por tanto, no es de extrañar que la "ruta jacobea" haya sido considerada en algunas ocasiones paradigma de la peregrinación de la Iglesia en su marcha hacia la ciudad celestial; camino de oración y penitencia, de caridad y solidaridad; tramo de la vida donde la fe, haciéndose historia en los hombres, convierte asimismo en cristiana la cultura. Las iglesias y abadías, los hospitales y albergues del camino de Santiago hablan todavía de esa aventura cristiana del peregrinar en la que la fe se hacía vida, historia, cultura, caridad, obras de misericordia.

Ya casi en los umbrales del año dos mil, la Iglesia quiere seguir siendo compañera de viaje para la humanidad; también para nuestra propia humanidad, a veces dolorida y abandonada a causa de tantas infidelidades, y siempre menesterosa de ser guiada hacia la salvación en medio de la densa niebla que se cierne ante ella, cuando se vuelve lánguida la conciencia de la común vocación cristiana, incluso entre los mismos fieles. Dejándose llevar por el Espíritu, los cristianos sembrarán por doquier los valores de paz y de verdad que brotan del Evangelio, capaces de dar un significado nuevo, una savia nutritiva al mundo y a la sociedad actual.

Es pues necesario que el recuerdo de un pasado cristiano singular apremie a todos los hijos de la Iglesia y, yo añadiría, en particular a los hijos e hijas de la noble España, a entregarse a una labor apasionante: hacer florecer un nuevo humanismo cristiano, que dé sentido pleno a la vida en un momento en el cual hay tanta sed y hambre de Dios.

5. «Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre» (Sal 100 [99], 3-4).

He ahí la razón primordial que me ha movido a venir hasta la tumba del Apóstol: anunciar desde aquí que Cristo es y seguirá siendo "el Camino, la Verdad y la Vida". En estas palabras tan evocadoras encontramos la raíz de la revelación total de Cristo al hombre, a todo hombre, que debe aceptarlo como Camino si no quiere desviarse, asumirlo como Verdad si no quiere caer en el error, y abrirse a la efusión de la Vida ―la vida eterna― que brota de El, si no quiere dejarse absorber por ideologías y culturas de muerte y destrucción.

Hoy como ayer, necesitamos descubrir personalmente, como nuestro Apóstol, que Cristo es el Señor, para convertirnos en seguidores y apóstoles, en testigos y evangelizadores, y así construir una civilización más justa, una sociedad humana más habitable. Este es el legado que Santiago ha dejado no sólo a España y Europa, sino a todos los pueblos del mundo. Y éste es también el mensaje que el Papa, Sucesor de Pedro, os quiere confiar para que la Buena Nueva de salvación no quede convertida en silencio estéril, sino que encuentre eco favorable y produzca abundantes frutos de vida eterna.

En el pórtico de esta catedral, que con gran acierto llamáis "Pórtico de la Gloria" por su belleza arquitectónica y su hundo significado espiritual, podemos contemplar la imagen de la Bienaventurada Virgen María, que aparece en un expresivo gesto de aceptación de la voluntad divina. Que Ella, peregrina de la fe y Virgen del Camino, nos ayude a todos a dar, con firmeza y sumisión, el "sí" definitivo al proyecto divino, para que pueda ser en la Iglesia y en el mundo la verdadera fuerza renovadora de la gracia, y todos los hombres puedan volver a caminar como hermanos por la senda que conduce a la mansión eterna.

Pídovos, dende o fondo da miña alma, que non esquezades o que é mais voso, o legado histórico xacobeo e que dándolle gracias a Deus polo pasado non deixedes de ollar ó futuro, del tal xeito que manténdovos na fidelidade a vosa fe católica profesada sempre en comunión co Sucesor de Pedro, poidades presentar sempre ó mundo, con frescura xuvenil, a permanente mensaxe evanxélica do Apóstolo.

(Os pido, desde el fondo de mi alma, que no olvidéis lo que es más vuestro, el legado histórico jacobeo y que, dándole gracias a Dios por el pasado, no dejéis de mirar el futuro, de tal forma que, manteniéndoos en la fidelidad a vuestra fe católica, profesada siempre en comunión con el Sucesor de Pedro, podáis presentar siempre al mundo, con frescura juvenil, el permanente mensaje evangélico del Apóstol).

«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Sal 100 [99]).

¡Que Santiago y Nuestra Señora intercedan por vosotros ante el trono del Altísimo!

Así sea.



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