DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEL LÍBANO ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 17 de diciembre de 1990
Señor Embajador:
1. Muy cordialmente le doy la bienvenida al comenzar su misión ante la Santa Sede con la presentación de las Cartas que le acreditan como representante de su Excelencia Elias Hraoui, Presidente de la República del Líbano. Al recibirlo, tras un período muy doloroso para su patria, probada en el sufrimiento durante más de quince años, quiero saludar en su persona, con viva simpatía, a todo el Líbano.
De acuerdo con mi deseo, que he manifestado en muchas ocasiones, espero que este año se ponga fin a la larga serie de pruebas que ha sufrido su querido país. He escuchado con satisfacción la mención que ha hecho usted del proceso de paz que se está llevando a cabo en estos momentos y que debe favorecer el retorno a la normalización, permitiendo que los libaneses reencuentren en su tierra la libertad y la serenidad, gracias a las cuales todos se sentirán en verdad ciudadanos con pleno derecho, cumpliendo cada uno su parte de responsabilidad en la vida nacional. La Santa Sede desea, al igual que usted, que se realicen sin demora progresos concretos en esta perspectiva.
Al cabo de muchos años de conflictos, el camino está sembrado de emboscadas. Pero tengo la certeza de que los libaneses cuentan con la capacidad, la fuerza y, por encima de todo, la voluntad de superar los obstáculos y reconstruir un país libre, independiente y fiel a sus profundas tradiciones culturales y espirituales.
2. Mi esperanza se funda en la convicción de que la fe en el Dios único, compartida par todos los libaneses, puede y debe contribuir en gran medida a la reconciliación nacional. Sólo una actitud común, profundamente espiritual, impulsará a ir más allá de las divisiones agravadas por la violencia y a obrar de modo que la pertenencia a diversos grupos no dé lugar a oposiciones ficticias, sino que constituyan una riqueza para este país que se ha caracterizado a lo largo de los siglos por su pluralismo.
Renuevo con fervor mi llamamiento a todos los responsables religiosos del Líbano para que cada uno de ellos influya en su comunidad y la convenza de que dé muestras de magnanimidad, apertura de espíritu y comprensión, cultivando también el respeto hacia los demás y la solidaridad fraterna con vistas a la construcción del verdadero bien común. Este compromiso es, ante todo, un deber que impone la fidelidad al recuerdo de muchos compatriotas inocentes que fueron víctimas de este interminable conflicto. De lo contrario, los muertos, los heridos y las familias desmembradas o empobrecidas habrían sufrido en vano. ¡Ojalá que el recuerdo de tantos dolores y heridas aún abiertas lleve a renunciar definitivamente a la violencia y a construir una sociedad digna del hombre!
3. Señor Embajador, usted ha mencionado a sus compatriotas que tomaron el camino del exilio. Mi pensamiento va también a ellos. ¡Ojalá no pierdan el deseo y la esperanza de retornar a su patria, aunque hayan tenido que abandonarla, forzados muchas veces por circunstancias penosas! ¡Ojalá permanezcan unidos a la madre patria y profundamente solidarios con sus hermanos y hermanas! Pueden contribuir en gran medida a que se superen los odios; pueden desempeñar un papel significativo en la pacificación de los espíritus y pueden prestar un apoyo eficaz al saneamiento de la economía del país.
Sólo mediante un compromiso idéntico por parte de todos sus hijos, el Líbano puede proseguir su marcha hacia la consolidación de las instituciones del Estado y restaurar una vida social que garantice a todos la seguridad y la confianza en el futuro.
4. Hay que notar, asimismo, que el largo y doloroso conflicto que desgarró al Líbano no fue causado sólo por problemas internos no resueltos, sino que también fueron mantenidos y, a menudo, provocados por dificultades e intereses externos. Hay que señalar, por tanto, que la salvación del Líbano y su vuelta a una existencia normal no se pueden conseguir sin la participación de los demás países de la región, que deben evitar nuevos motivos de conflicto y, sobre todo, permitir que los libaneses superen y rechacen la lógica de los enfrentamientos, con el objeto de crear juntos las condiciones para una vida nacional fundada en el derecho y en las aspiraciones legítimas de cada uno de los grupos que componen la nación.
Tal como usted, Excelencia, puso de manifiesto, he declarado en muchas ocasiones que la desaparición del Líbano o de las características propias de su vida nacional, que han hecho de él un «mensaje» vivo, sería para el mundo una pérdida irreparable. Por esta razón, he querido alertar a los pueblos amigos del Líbano, a los países de buena voluntad y a toda la comunidad internacional. Una vez más, les lanzo un llamamiento grave con el fin de que respeten la soberanía del Líbano y sean solidarios con su destino: se trata de proteger la riqueza ejemplar de la sociabilidad de sus ciudadanos, respetando al mismo tiempo el orden internacional.
5. Señor Embajador, le ruego exprese a las autoridades de su país y a todos sus compatriotas los sentimientos fraternos de los miembros de la Iglesia Católica y, especialmente, mi solicitud afectuosa por su pueblo.
Al comenzar su misión ante la Santa Sede, tenga la seguridad de que encontrará entre mis colaboradores una escucha siempre atenta y el deseo constante de facilitar su tarea.
En este tiempo en que se celebra el nacimiento del Salvador, imploro la misericordia del Altísimo para que otorgue sus dones de paz y de luz a todo el pueblo libanés.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 52, p.4 (p.748).
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana