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CONFLICTO DEL GOLFO PÉRSICO

LLAMAMIENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA REUNIÓN CON LOS COLABORADORES
DEL VICARIATO DE ROMA


Jueves 17 de enero de 1991

 

Este encuentro con vosotros, queridos colaboradores en el Vicariato de Roma, tiene lugar en un momento de profunda tristeza para mi ánimo de Padre y Pastor de la Iglesia universal.

Las noticias llegadas durante la noche sobre el drama que se está llevando a cabo en la región del Golfo han despertado en mí y —estoy seguro— en todos vosotros sentimientos de profunda tristeza y gran desconsuelo.

Hasta el último momento he orado a Dios, esperando que eso no sucediese, y he hecho todo lo humanamente posible para evitar una tragedia.

La amargura deriva del pensamiento de las víctimas, las destrucciones y los sufrimientos que la guerra puede provocar; me siento especialmente cercano a todos los que, a causa de ella, están sufriendo, de una parte y de otra.

Esta amargura se vuelve aun más profunda por el hecho de que el inicio de esta guerra significa también una grave derrota del derecho internacional y de la comunidad internacional.

En estas horas de grandes peligros, quisiera repetir con fuerza que la guerra no puede ser un medio adecuado para resolver completamente los problemas existentes entre las naciones. ¡No lo ha sido nunca y no lo será jamás!

Sigo esperando que lo que hay comenzó finalice cuanto antes. Pido a fin de que la experiencia de este primer día de conflicto sea suficiente para hacer comprender el horror de cuanto está aconteciendo y hacer entender la necesidad de que las aspiraciones y los derechos de todos los pueblos de la región sean objeto de un particular empeño de la comunidad internacional. Se trata de problemas cuya solución puede buscarse solamente en una asamblea internacional, en la que todas las partes interesadas estén presentes y cooperen con lealtad y serenidad.

Con vosotros, queridos responsables del Vicariato de Roma, y junto con mis más estrechos colaboradores en la Secretaría de Estado, he querido compartir este momento de dolor, invitando a todos a insistir en la oración al Señor para que conceda a la humanidad días mejores.

Espero aún gestos valientes que puedan abreviar la prueba, restablecer el orden internacional y hacer que la estrella de la paz, que brilló un día en Belén, vuelva ahora a iluminar aquella región a la que tanto amamos.



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