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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A NUEVE EMBAJADORES NO RESIDENTES
*

Sala Clementina
Jueves 28 de octubre de 1993
 

 

Señoras y Señores Embajadores:

1. Con verdadera satisfacción acabo de recibir de manos de ustedes las Cartas que los acreditan como Embajadores de sus respectivas naciones ante la Santa Sede.

A todos ustedes les doy mi más cordial bienvenida a Roma, y les aseguro que mis colaboradores están dispuestos a ayudarles en su misión, para estrechar con provecho las relaciones entre sus países y la Santa Sede.

Quisiera dirigir un saludo particular a los Embajadores de Mongolia y de Swazilandia, que son los primeros jefes de misión de sus países acreditados aquí; me alegra ver que las relaciones, establecidas recientemente, entran así en su fase activa. Además, es para mí una alegría especial saludar al representante de Letonia, nación a la que he tenido el gozo de realizar una visita pastoral hace algunas semanas. Hoy nuestras relaciones vuelven a su pleno ejercicio, tras haber estado latentes durante un largo período.

2. Las circunstancias reúnen aquí a los Embajadores de naciones situadas en tres continentes: En Europa, Letonia; en Asia, Mongolia y Singapur; y en África, Burkina Faso, Congo, República de Guinea, Sudán, Swazilandia y Zambia. Vemos aquí una clara señal del deseo de la Santa Sede de establecer relaciones fraternas con todos los pueblos de la humanidad, prescindiendo del hecho de que los fieles de la Iglesia Católica sean mayoría o minoría.

3. ¿Cómo no recordar, una vez más, en presencia de ustedes, los cambios profundos que se han producido y siguen produciéndose en el mundo, con la esperanza de que conduzcan a una mejora considerable de la situación de una gran parte de la humanidad? En particular, el gran número de Embajadores que han venido de África me impulsa a repetir que la Iglesia sigue con mucha simpatía los procesos que conducen a muchos pueblos hacia la democracia. Conozco los obstáculos que hallan a menudo y formulo votos ardientes para que puedan superarlos. Nos alarman las noticias de graves conflictos que laceran a demasiados pueblos del continente africano. Por esta razón, en presencia de diplomáticos, que son por vocación artífices de paz y de cooperación entre las naciones, quiero invitar a los hombres y mujeres de buena voluntad a poner todo su empeño en la construcción de una paz duradera, necesaria para el bien de todos.

4. Ya saben ustedes que, entre sus compatriotas, los católicos desean participar generosamente en el servicio a la sociedad, especialmente par lo que respecta a su desarrollo. Sus actividades educativas, de formación profesional, de organización de la asistencia sanitaria, de ayuda caritativa y de iniciativas de orden económico, tienen por objetivo, conforme al espíritu de amor fraterno que anima a todo cristiano, favorecer el crecimiento de las personas, las familias y los grupos sociales. Estos esfuerzos de los miembros de la Iglesia no pretenden más que unirse a los de todos sus compatriotas, así como a los de la comunidad internacional.

5. Entre los temas de nuestras conversaciones con los representantes de las naciones, quisiera recordar asimismo nuestra continua preocupación por ver reconocido y garantizado el libre ejercicio del culto y de las actividades propias de toda comunidad religiosa, en el respeto mutuo de las convicciones y de las tradiciones espirituales e unos y otros. Defender el derecho de todos a la libertad de conciencia y de religión, sigue siendo una de las primeras preocupaciones de la Santa Sede, pues el f1orecimiento de la vida espiritual es un rasgo esencial de la vocación de todo hombre y de toda mujer en el mundo.

6. Señoras y Señores Embajadores, al término de esta ceremonia solemne, pienso en los pueblos que usted representan. Quisiera pedirles que expresen mi gran estima y los sentimientos fraternos que experimento hacia ellos, con el espíritu de los discípulos de Cristo, cuyo amor se extiende a toda la humanidad. Con muchos de esos pueblos ya tuve la posibilidad de encontrarme en su propia tierra: díganles que su recuerdo permanece vivo en mí.

En la oración, formulo votos fervientes de prosperidad en la concordia y la paz para todos sus compatriotas.

Señoras y Señores, invoco la abundancia de los dones divinos para ustedes, así como para sus seres queridos, sus colaboradores y las naciones que representan.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n. 47 p.6 (p.642).



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