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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE POLONIA
*

Martes 11 de julio de 1995

 

Señor Embajador:

1. Le doy una cordial bienvenida al Vaticano y con alegría acepto las cartas que le acreditan como nuevo embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Polonia ante la Santa Sede.

Le agradezco las palabras que me ha dirigido y, de modo especial, el saludo que me ha expresado en nombre del señor presidente Lech Walesa. Le ruego que le transmita mis más fervientes deseos de que Dios le bendiga abundantemente en su comprometedora misión de jefe de Estado, así como la seguridad de mi oración por toda mi patria.

2. En el año 1989 tuvieron lugar en Polonia cambios históricos, gracias a los cuales el país emprendió el camino de amplias y radicales transformaciones sociales, políticas y económicas. Comenzó la ardua construcción de un orden nuevo y de una nueva realidad institucional. Uno de los frutos de esos cambios fue la reanudación, el 17 de julio de 1989, de las plenas relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la República de Polonia. El representante de la Sede apostólica volvió a Varsovia para servir a la Iglesia y a la sociedad. Profunda gratitud ha merecido el embajador prof Henryk Kupiszewski, fallecido el año pasado, que representó dignamente a su patria y la cultura polaca ante la Santa Sede.

El periodo de vivos contactos ha continuado sin interrupción hasta hoy. Al respecto, deseo recordar la visita oficial del señor presidente Lech Walesa a la Sede apostólica, el 5 de febrero de 1991, y también sus encuentros privados con el Pontífice, en varias ocasiones, así como las visitas de los primeros ministros de la República de Polonia y de otros representantes del Gobierno. Han visitado el Vaticano y la casa del Papa también numerosos políticos, hombres de cultura y de ciencia, y así se han realizado los deseos de muchos corazones.

En este contexto cobra un significado particular la cuarta peregrinación pontificia, realizada en 1991, a una Polonia nueva. Al comienzo de la misma, afirmé que escuchaba de nuevo la voz de mi patria: «Esta es una voz nueva. Da testimonio de que la República, la nación, y la sociedad han llegado a ser soberanas. Durante muchos años hemos esperado que esta voz pudiera resonar con toda su autenticidad, para que se convirtiera en expresión de la actuación histórica de lo que costó tantos 'esfuerzos y sacrificios» (Discurso durante la ceremonia de bienvenida en Koszalin, 1 de junio de 1991: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de junio de 1991, p. 4). En la nueva situación, en la que se encuentra Polonia, se inscribe también mi reciente, breve visita a las localidades de Skoczów, Bielsko-Biala y Zywiec en mi tierra natal.

La nación polaca, después de años de constricciones y sufrimientos, impuestos por un sistema de ideología marxista, ha reanudado con increíble energía, con impulso y entusiasmo, la ardua formación de su nuevo rostro, la construcción del futuro basado en los principios democráticos. Los polacos se han sentido plenamente señores. de su patria. El mundo se dio cuenta de este gran esfuerzo, que merece respeto y admiración.

3. En esta obra de renovación ha desempeñado un papel decisivo la tradición de la nación, que, ya desde sus albores es una nación cristiana. Su historia ha estado siempre estrechamente vinculada a la de la Iglesia católica. Roma siempre ha podido contar con Polonia y nunca ha quedado defraudada. Siempre pudo contar con Polonia la Europa cristiana. «Polonia semper fidelis»: es una definición gloriosa, que no ha perdido nada de su actualidad y profundidad espiritual. Solamente es preciso que en la nueva realidad cobre el significado que tuvo en el pasado. En efecto, en ella se halla contenida toda la verdad histórica sobre la nación polaca. Así pues, se trata de continuar esta tradición gloriosa, de descubrir nuevas fuerzas vitales, de las que ella es fuente y portadora. Buscar soluciones a los numerosos problemas actuales sin sólidos fundamentos equivaldría a construir sobre la arena de la incertidumbre y produciría más daños que beneficios. Desde luego, no se trata de una construcción fácil, pues es necesario superar muchos obstáculos y muchas dificultades, y buscar camino y respuestas adecuadas. Hay que tener en cuenta también los peligros que brotan de la libertad y la democracia recuperadas, que la sociedad ha recibido, pero como tareas por realizar plenamente. En su discurso, señor embajador, ha afirmado usted que, como en otros países de nuestra región, no es fácil construir desde los cimientos una autentica sociedad civil y las instituciones democráticas del nuevo Estado, pero que Polonia está superando el arduo examen de la libertad.

4. Una democracia auténtica sólo puede desarrollarse sobre la base del respeto a la libertad, unido a un firme reconocimiento de la dignidad trascendente de la persona humana. «La libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad. En un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia. (...) A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder» (Centesimus annus 46).

Se trata, por consiguiente, de realizar un modelo de desarrollo en que se cumplan con rigor las exigencias morales, culturales y espirituales, basadas en la dignidad de la persona y en el reconocimiento efectivo de todos sus derechos, especialmente del derecho a la vida en todas las fases de su existencia, y de los derechos de la familia, santuario de la vida y célula base de la comunidad social, así como en el respeto a los principios de justicia, solidaridad e igualdad.

Deseo subrayar aquí con gratitud los esfuerzos de todos los que en Polonia trabajan por la realización de ese desarrollo, basado en las exigencias del orden de la verdad y del bien propio del ser humano. Sólo Dios, Bien supremo, constituye una base para construir una sociedad renovada y resolver los complejos y graves problemas que la afectan (cf. Veritatis splendor, 99).

5. En la nueva realidad en que se encuentra Polonia y en esta construcción de la sociedad como casa común, la Iglesia quiere estar presente de modo activo, contribuyendo a conferir una forma adecuada a la democracia que está renaciendo. Al afrontar las dificultades, la comunidad eclesial desea colaborar con todos los hombres de buena voluntad, con cualquiera que se interese por el verdadero bien de la patria; En efecto, la Iglesia «avanza juntamente con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios» (Gaudium et spes, 40). También con esta finalidad se estableció la nueva organización eclesiástica en Polonia, el 25 de marzo de 1992. En la carta publicada con esa ocasión, escribí que «la nueva organización tiene por finalidad una plena adaptación de la misión de la Iglesia —es decir, de la evangelización, entendida en sentido integral— a las condiciones y a las necesidades de los tiempos en que vivimos y en los que vivirán las próximas generaciones de nuestra tierra, de nuestra patria» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de abril de 1992, p. 5).

La Iglesia no desea y no pretende para sí privilegios, ni puestos de favor en la sociedad. Quiere ser para la nación mater et magistra, madre y maestra. Ha sido madre a lo largo de toda su historia milenaria; ha compartido sin cesar la suerte de Polonia; ha mostrado solicitud por el hombre y ha defendido su dignidad, sosteniendo toda aspiración a la libertad y a la independencia. También hoy sigue participando en los esfuerzos y en los problemas, en las tristezas y en las alegrías, en los temores y en las esperanzas de la nación. La comunidad eclesial posee una enorme experiencia en las cuestiones humanas, y la pone al servicio del hombre. «No propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida, y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo» (Sollicitudo rei socialis, 41).

Sería injusto con respecto a la Iglesia descuidar su misión, o rechazar y deformar su enseñanza, que es el mensaje cristiano de la verdad y del amor. Esa enseñanza anuncia y promueve la libertad, rechaza toda esclavitud, respeta firmemente la dignidad de la conciencia y su libre decisión, y exhorta a poner al servicio de Dios y del bien común todas las capacidades y todos los talentos humanos.

Espero que esta misión de la Iglesia sea plenamente apreciada. Lo manifestará la ratificación del concordato, que la Sede apostólica está analizando. En el proceso de las transformaciones que se están llevando a cabo en Polonia, el concordato establece un marco jurídico adecuado para regular las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Ese acuerdo internacional busca favorecer la construcción en Polonia de un Estado democrático, en el que reinen el orden jurídico, moral y social, así como la armoniosa convivencia y la colaboración de todos los ciudadanos. El concordato, expresión del servicio a la sociedad y al bien común, se basa y se inspira en la tradición cristiana plurisecular de la nación, con la que la Iglesia desea construir, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, un futuro mejor.

6. En los últimos tiempos, Polonia ha hecho mucho para insertarse activamente en la vida internacional y en las estructuras europeas. Tiene pleno derecho a participar en el proceso general de progreso y desarrollo del mundo, especialmente en Europa. La Sede apostólica apoya los esfuerzos realizados por Polonia para integrarse en la Unión europea. Expreso también mi aprecio por toda iniciativa emprendida por Polonia en favor de la paz y la seguridad en Europa y en el mundo, así como del respeto a los derechos de los pueblos y las naciones. La experiencia histórica, de que es depositaria la nación polaca, puede ayudar mucho también a otros países, y su riqueza espiritual y cultural puede contribuir de forma eficaz al bien común de toda la familia humana.

Deseo a Polonia que asuma con valentía y espíritu de responsabilidad las tareas que la esperan en este momento histórico, en los umbrales del tercer milenio. Confío en que encontrará en sí suficiente sabiduría y fuerza para afrontar esos arduos desafíos. Que la causa de la patria y todo lo que constituye su bien unan los corazones y las mentes de todos los polacos.

A usted, señor embajador, le deseo que la importante misión que ahora empieza le produzca satisfacción personal y contribuya a consolidar aún más las relaciones entre la República de Polonia y la Sede apostólica. Dios lo bendiga a usted y a sus colaboradores. A través de usted expreso mis sentimientos de estima hacia el Gobierno de la República y mis deseos de prosperidad para todos los hijos e hijas de la amada Polonia.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n.31, pp.4, 5 (pp. 428, 429).



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