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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS NUEVOS EMBAJADORES ACREDITADOS ANTE LA SANTA SEDE
*

Sala Clementina
Sábado 25 de marzo de 1995

 

Excelencias:

1. Me alegra daros hoy la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que os acreditan como Embajadores Extraordinarios y Plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Armenia, Chipre, Lesotho, Noruega, Nueva Zelanda, Ruanda y Tailandia. Aprovecho esta ocasión para reafirmar mi estima y mi amistad hacia los pueblos a los que representáis, cada uno con su historia, sus tradiciones culturales y religiosas, sus aspiraciones y sus esperanzas ante los enormes desafíos que debe afrontar cada nación y la humanidad entera a fines del siglo XX. Doy una particular bienvenida al primer representante acreditado ante la Santa Sede de la República de Armenia, que acaba de independizarse. Ruego por cada uno de vosotros, para que vuestra misión de Embajadores constituya una oportunidad de profundizar en la comprensión del compromiso ineludible de la Iglesia al servicio de la familia humana, misión que ha recibido de Jesucristo, su divino fundador.

2. Como diplomáticos, sois observadores atentos de la cambiante situación internacional y de la dirección que está tomando el mundo. No cabe duda de que los acontecimientos de los últimos años han contribuido a aliviar las tensiones a escala global. La comunidad internacional podría tener la posibilidad histórica de usar para mejores causas, esencialmente para la causa del desarrollo y de la solidaridad, los recursos humanos y económicos que, en un mundo dividido en dos bloques opuestos, se habían destinado a la seguridad y a la carrera de armamentos. Por el contrario, somos testigos del triste hecho de que en cada continente los intereses regionales, étnicos y económicos siguen encendiendo focos de hostilidad y conflictos reales. La presencia del Embajador de Ruanda nos recuerda los inmensos sufrimientos que su país ha tenido que soportar, así como la amenaza de nuevo derramamiento de sangre que se cierne sobre los pueblos de esa región. La comunidad internacional tiene hoy más necesidad que nunca de la habilidad diplomática, de hombres y mujeres que se comprometan a hallar modos para estimular y apoyar iniciativas encaminadas a establecer la confianza y reconciliar a las naciones y a los pueblos.

3. En su esfuerzo en favor de la paz, del desarrollo y del progreso, la Santa Sede tiene un papel y una competencia diferentes de la responsabilidad que corresponde a la sociedad civil y a las autoridades políticas. Pero existen innumerables puntos de contacto y de cooperación mutua, comenzando por el hecho de que, dondequiera que la Iglesia actúa, los seres humanos a los que trata de servir, junto con la comunidad política, son los mismos. Cumpliendo su misión espiritual, la Iglesia está presente en el orden temporal para proclamar la dignidad de la persona humana y educar las conciencias en las verdades y en los valores esenciales para la construcción de una sociedad justa, que respete el valor y el destino trascendente de toda persona. Con su presencia en la comunidad internacional, la Santa Sede procura defender la verdadera estructura de los derechos humanos, incluso el derecho fundamental a la libertad religiosa, promover una conciencia cada vez mayor de las obligaciones morales y éticas del poder político, social y económico, y recordar a la comunidad internacional las necesidades y los sufrimientos de los débiles y los desamparados.

4. En cada uno de vuestros países, la fe impulsa a vuestros compatriotas católicos a amar y a honrar su propia patria y su herencia nacional. Su fe les impulsa a cooperar con los hombres y mujeres de buena voluntad en el servicio al bien común. En la mayoría de los casos, la comunidad católica participa ampliamente en los servicios educativos, sanitarios y sociales para beneficio de todos. En todas partes la Iglesia desea comunicar una visión llena de esperanza: cree que, con la ayuda de Dios, se puede superar el mal en el corazón humano, vencer en la lucha contra la injusticia, y hacer realidad la fraternidad universal, que no significa uniformidad, sino comprensión mutua, respeto y solidaridad.

5. Distinguidos Embajadores, quisiera invitaros, mientras prestáis servicio como representantes de vuestros respectivos países ante la Santa Sede, a poneros vosotros mismos, en cierto sentido, al servicio de toda la humanidad. Vuestra sensibilidad ante los principales males que afectan a un número tan elevado de nuestros hermanos os hará más plenamente conscientes de lo que vuestros países y las instituciones internacionales pueden y deben hacer en favor del desarrollo auténtico y del bienestar de los pueblos del mundo. La reciente Cumbre de Copenhague ha sido un paso significativo en esa dirección. Quiera Dios que el año 2000 vea a la humanidad avanzar de modo más acertado y firme por el camino de la justicia y de la paz.

Invoco las abundantes bendiciones de Dios Todopoderoso sobre vosotros y vuestra familias, así como sobre los pueblos a los que representáis.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 15, p.11 (p.207).



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