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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL PRIMER ENCUENTRO
DE RESPONSABLES DE LAS SEMANAS SOCIALES
PROMOVIDO POR EL CONSEJO PONTIFICIO «JUSTICIA Y PA

Palacio Pontificio de Castelgandolfo
Sábado 23 de septiembre de 1995

 

Amados hermanos en el Episcopado,
distinguidos señores:

1. Me complace darles la bienvenida, con ocasión del primer Encuentro de Responsables de las Semanas Sociales, promovido por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz” para reflexionar e intercambiar experiencias. Deseo ahora agradecer las amables palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido el Vicepresidente, Monseñor François Xavier Nguyên Van Thuân.

Me es grato constatar que se está dando un nuevo impulso a la tradición formativa y cultural de las Semanas Sociales en las naciones que las celebran desde hace años, y que se emprende esta iniciativa en otras que ya prevén unos resultados prometedores. Las Comunidades cristianas, ante los complejos y difíciles problemas que la sociedad tiene actualmente, sienten la necesidad de elaborar y difundir nuevas propuestas culturales. Para ello encuentran en las Semanas Sociales unos medios privilegiados para profundizar y proponer una auténtica cultura social, basada en la doctrina social de la Iglesia. En efecto, la relación entre las Semanas Sociales y el rico patrimonio de la doctrina social de la Iglesia es determinante y esencial para definir la originalidad y peculiaridad de la contribución cultural que se ofrece.

2. La antropología y la visión de la sociedad han de poder llevarse a la práctica, para así mejorar la calidad de la vida humana. Ahora bien, la praxis social de los últimos decenios ha mostrado los límites, incluso dramáticos, de las antropologías propuestas. La violación de los presupuestos antropológicos y éticos del humanismo cristiano al final se ha vuelto contra el hombre mismo.

Ello muestra cómo las categorías filosóficas y teológicas del cristianismo siguen siendo capaces de interpretar adecuadamente el sentido de la historia. “La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana” (Centesimus annus, 55). En este sentido, la doctrina social de la Iglesia se aproxima a la historia humana con categorías que, aun inspirándose en la teología, no pierden por ello su capacidad de comprender la realidad.

Esto no significa considerar como superfluas las investigaciones y los análisis científicos, sino que quiere reivindicar para la interpretación teológica toda su capacidad de escrutar en el corazón de la historia y descubrir en concreto los problemas del hombre de un modo unitario y global.

3. La visión de la realidad desde una perspectiva teológica permitirá a las Semanas Sociales trabajar a fin de que se colme el preocupante vacío de ética social. Las diversas sociedades descubren con creciente asombro que casi no existe una ética social adecuada a nuestra época, capaz de dar un sentido auténtico a la vida personal, a la comunidad social y política, así como al mundo económico. Sin ella las sociedades corren el riesgo de caer en el egoísmo, en la conflictividad permanente, en el racismo, en la marginación de los más pobres y débiles. El poder de la ciencia y de la técnica plantea al hombre profundos interrogantes éticos y le cargan con nuevas responsabilidades. Por esto, el desarrollo de la inteligencia artificial y de la bioingeniería conlleva una serie de problemas antropológicos y morales.

La radicalización de orientaciones culturales y políticas que tienden a marginar de la realidad social y de las instituciones toda referencia a la ética social cristiana, particularmente en ámbitos tan importantes como la familia, la tutela de la vida y la educación, han llevado a opciones contrarias a la dignidad e inviolabilidad de la persona y a los verdaderos intereses de las sociedades. La actuación, por parte de las Semanas Sociales, de un proyecto formativo articulado y previsor para una auténtica ética social es, pues, un objetivo muy urgente e improrrogable.

4. Ante la pérdida generalizada de los valores en nuestras sociedades, las Semanas Sociales están llamadas, sobre todo, a proponer de nuevo a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad el centro de la doctrina social de la Iglesia y principio fundamental de la convivencia social, política, económica: la persona humana y su dignidad. Históricamente han sido los movimientos para la defensa de la persona humana y la tutela de su dignidad los que han contribuido precisamente “a construir una sociedad más justa o, al menos, a poner barreras y límites a la injusticia” (Centesimus annus, 3).

La verdad del ser humano es la piedra clave para enfocar los problemas del individuo y de la sociedad. Incluso los problemas de la mujer, que tanto han llamado nuestra atención en la preparación y desarrollo de la reciente Conferencia Internacional de las Naciones Unidas, y a los cuales el Magisterio pontificio ha dedicado múltiples intervenciones, sólo se resolverán cuando todos acepten la verdad plena e íntegra sobre el ser humano.

Esta aceptación no es posible si se prescinde de “la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos” (Sollicitudo rei socialis, 39). Los sistemas políticos, económicos y sociales, las simples posibilidades humanas, “no son capaces de asegurar al hombre el que pueda nacer, existir y obrar como único e irrepetible” (Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 1978). Para que el hombre no sea tratado simplemente como un número, como eslabón de una cadena o engranaje de un sistema, Dios le asegura que es único e irrepetible (cf, ibíd.). La fe es, pues, la guía válida para encontrar un sentido profundo y orientarse en la vida social, y así realizar en la historia la solución de los problemas más graves.

5. Es evidente que los primeros interpelados son los cristianos. Ellos no pueden actuar en la realidad social si no saben dar, a la luz del Evangelio, una interpretación cristiana de la realidad misma y de la multiplicidad y complejidad de sus problemas.

Las Semanas Sociales han de ser cada vez más capaces de responder a esta urgencia pastoral, presentándose como un instrumento y una vía cualificada de formación cristiana y de orientación. Instrumento eclesial y cultural que, en la doctrina social de la Iglesia, encontrará la fuerza para afrontar, y posiblemente anticipar, los temas de debate y confrontación presentes en la sociedad, a fin de influir positivamente en la opinión pública.

En la perspectiva del Gran Jubileo del 2000, que he convocado para reencontrar también los caminos de la justicia y de la paz, las Semanas Sociales deben ser expresión de la diaconía de la Iglesia para la sociedad. Una diaconía cultural que ha de ejercerse con un profundo sentido del diálogo en el pleno respeto de la verdad y caridad cristianas.

Con estos vivos deseos invoco sobre vosotros, sobre vuestros Países y sobre las beneméritas actividades de las Semanas Sociales, la constante ayuda del Señor, a la vez que os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.

 



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