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VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto internacional de Praga
Viernes 25 de abril de 1997

 

Señor presidente de la República;
señor cardenal arzobispo de Praga;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres autoridades políticas, civiles y militares;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hace dos años, al llegar a este aeropuerto para una visita de intenso programa pastoral, que me iba a llevar a Moravia y luego a Polonia, ante la necesidad de reducir a pocas horas mi estancia en Praga, os manifesté el deseo de estar con vosotros «durante más tiempo, en el año 1997, con ocasión de las celebraciones del milenario del martirio de san Adalberto» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 1995, p. 7).

Ese deseo se ha cumplido hoy: por la gracia de Dios, me encuentro nuevamente aquí, para vivir con vosotros el acontecimiento al que os habéis preparado a lo largo de estos diez años.

En efecto, fue el cardenal František Tomášek, que en paz descanse, quien convocó, con auténtico espíritu profético, el «decenio de renovación espiritual» para la preparación al milenario de san Adalberto. Al ser un hombre de Dios, como Abraham «esperó contra toda esperanza » (cf. Rm 4, 18). Y fue premiado: vio la canonización de Inés de Bohemia, el proceso de afianzamiento de los principios democráticos, incluso antes de la caída del muro de Berlín, y la restitución de la libertad a la Iglesia, tras largos años de persecución. Después de tener la alegría de acoger al Papa en abril de 1990, ciertamente ha gozado desde el cielo al verme volver otras dos veces a su pueblo. En verdad, ¡la historia está dirigida por la mano omnipotente de Dios!

2. Le agradezco de corazón, señor presidente, el hecho de haber venido a darme la bienvenida, también en nombre de toda la querida República Checa, que usted representa con tan gran prestigio, dado que ha sido uno de los artífices del renacimiento de este país.

A usted, querido señor cardenal arzobispo de Praga, y a todos sus hermanos en el episcopado, les saludo y les expreso mi alegría por estar de nuevo en esta amada tierra, al culminar las celebraciones en honor de san Adalberto, preparadas y organizadas con gran acierto pastoral. Saludo con afecto a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles de esta tierra de santos, así como a todos los ciudadanos de la República.

3. Como sabéis, el motivo que me ha traído de nuevo a vosotros es doble: queremos celebrar el domingo la solemnidad de san Adalberto y, con esa ocasión, meditar en el mensaje que brota del decenio de renovación espiritual.

El milenio y el decenio: he vuelto precisamente para vivir con vosotros estos dos grandes momentos de la vida histórico-espiritual de vuestra patria. Y he venido con mucho más gusto, porque este año 1997 es también el primero del trienio de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000.

¿Cómo no percibir un hilo de oro que une entre sí estos tres grandes acontecimientos? En este momento, que despierta en mí gran emoción, no puedo por menos de recordar las palabras que os dirigí en la homilía, pronunciada aquí en Praga el año 1990, hablando del decenio, proclamado por el cardenal Tomášek, como una «invitación clarividente » a profundizar en la historia religiosa y cívica de vuestra patria (cf. Homilía en la explanada de Letná, n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 1990, p. 5).

Se trata de una invitación a afrontar los desafíos del presente, sacando luz y fuerza del pasado. Y ese haz de luz nos llega del martirio de san Adalberto, que tuvo lugar hace mil años. La figura dulce y atractiva de este santo obispo habla con la misma fuerza también a la generación actual. Como dije en aquella homilía, fue «el primer checo en la cátedra episcopal de Praga, el primer checo de importancia realmente europea. (...) San Adalberto, junto con los patronos de Europa Benito, Cirilo y Metodio, pertenece a los fundadores de la cultura cristiana en Europa, especialmente en Europa central» (ib.).

4. El decenio y el milenio se armonizan muy bien con la preparación al jubileo del año 2000 que, en 1997, se centra en «Jesucristo, único salvador del mundo, ayer, hoy y siempre». Como señalé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, estamos llamados a profundizar en su misterio, volviendo «con renovado interés» a la Biblia y redescubriendo el bautismo como «fundamento de la existencia cristiana» (cf. nn. 40-41). Se trata de un compromiso importante también bajo la perspectiva ecuménica, ya que «la acentuación de la centralidad de Cristo, de la palabra de Dios y de la fe no debería dejar de suscitar en los cristianos de otras confesiones interés y acogida favorable» (n. 41).

Me alegra de manera especial pronunciar estas palabras pensando en los queridos hermanos y hermanas de las demás Iglesias y comunidades cristianas que viven en esta República. A la vez que los saludo cordialmente, quiero decirles «hasta la vista» en la reunión de plegaria ecuménica, que celebraremos el domingo por la tarde en la catedral de los santos Vito, Wenceslao y Adalberto.

Confío en que las motivaciones espirituales de esta visita encuentren un eco también entre las personas que, por diversos motivos, se sientan alejadas de la Iglesia y de la religión en general. En mis experiencias de joven sacerdote y de obispo en Cracovia pude encontrarme con muchas de estas personas que buscan la verdad, y siempre he sentido gran respeto ante la tribulación interior que a menudo experimentan.

Estoy seguro de que la herencia de los valores cristianos, de los que san Adalberto fue testigo privilegiado en tiempos marcados por la ignorancia y la barbarie, no deja indiferentes a las personas que, aunque estén alejadas de la fe, conservan la estima por las raíces civiles, culturales y espirituales, que han marcado tan profundamente la historia de vuestra patria.

5. Durante mi viaje apostólico, voy a ir al monasterio benedictino de Břevnov, fundado hace 1004 años por san Adalberto. A él encomiendo el éxito de mis pasos de peregrino, esperando que estas celebraciones milenarias constituyan un nuevo paso adelante en la siempre creciente maduración espiritual y ética de todos los amadísimos hijos de esta tierra bendita.

Señor presidente, venerados hermanos, señoras y señores, con estos deseos, que me brotan del corazón, renuevo mi agradecimiento sincero por la acogida que me han dispensado y encomiendo a la bendición de Dios omnipotente vuestras personas, vuestras familias, vuestra patria, firmemente encaminada, a pesar de las comprensibles dificultades, hacia horizontes de paz, de progreso y de colaboración interna e internacional.

¡Alabado sea Jesucristo!

 



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