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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS ITALIANOS
DE LA ARCHIDIÓCESIS DE SIENA


Sábado 15 de marzo de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os doy la bienvenida a todos vosotros, que habéis venido aquí para devolverme la visita que tuve la alegría de realizar a Colle Val d’Elsa y Siena el 30 de marzo del año pasado. Os saludo con afecto y, en primer lugar, mi pensamiento deferente va a mis queridos hermanos en el episcopado, monseñor Gaetano Bonicelli y monseñor Alberto Giglioli, respectivamente pastores de las diócesis de Siena-Colle Val d’Elsa-Montalcino y de Montepulciano.

Saludo también a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas que realizan su apostolado entre vosotros y que hoy os han acompañado. En fin, dirijo mi saludo a todos vosotros que con vuestra visita renováis en mi espíritu las emociones que viví hace un año en vuestra tierra.

2. Nos hallamos reunidos hoy en la proximidad de la fiesta de san José, y esto me lleva a recordar el encuentro que tuve con los trabajadores de Colle Val d’Elsa y los problemas que abordé entonces. También en esta circunstancia quisiera confirmar la cercanía de la Iglesia al mundo del trabajo. Siguiendo el ejemplo de su fundador y Maestro, la Iglesia quiere estar presente entre los trabajadores, para ofrecerles el mensaje evangélico sobre el trabajo y sobre el lugar central que el hombre debe ocupar siempre en las relaciones económicas.

El recuerdo de Siena no puede menos de evocar la figura de la gran santa, y ahora también doctora de la Iglesia, que nació en vuestra tierra. El mensaje de santa Catalina sigue siendo valioso y estimulante. Los múltiples problemas que debió afrontar en su tiempo no se diferencian de los actuales. Con la fuerza y la libertad que le venían de su unión íntima con Dios, en tiempos turbulentos supo impulsar a pequeños y grandes a construir relaciones de justicia y paz en todos los ámbitos de la vida. ¡Cómo no desear que el magisterio de santa Catalina —mujer que conjugó de forma ejemplar contemplación y acción— siga influyendo en la cultura y la vida de la nación italiana, de la que es patrona, y en particular de la ciudad y la provincia de Siena! Ojalá que el 650 aniversario de su nacimiento (25 de marzo de 1347), que se celebra precisamente durante estos días, reavive en los seneses y en los italianos la atención hacia el rico patrimonio de su enseñanza. ç

3. Cuando fui a Siena, el año pasado, quise clausurar idealmente el Congreso eucarístico nacional, que se había celebrado dos años antes. Me alegra saber que esa solemne celebración sigue siendo un punto de referencia para vuestras comunidades. En efecto, ¿qué puede unificar e impulsar más que el misterio eucarístico creído, amado y celebrado? Eucaristía quiere decir amor que se entrega: es la expresión máxima del amor de Cristo a nosotros y, al mismo tiempo, de nuestro amor a Cristo. En él fijamos nuestra mirada durante este primer año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000. Es necesario dejar espacio a Jesús en nuestra vida personal y comunitaria. Vuestros padres han multiplicado tradiciones populares, fiestas, compañías y cofradías relacionadas con el culto eucarístico. Muchas de ellas no han agotado absolutamente su fuerza, y hay que animarlas, incluso mediante una actualización sabia y oportuna. En efecto, no basta conservar el pasado, por grandioso que sea; es necesario reavivarlo continuamente para transmitir íntegros sus valores a las nuevas generaciones.

En el frontispicio del ayuntamiento de Siena y de casi todas las casas de vuestra tierra destaca el monograma de Cristo, que el gran san Bernardino puso como signo de paz: Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Salvador. ¡Que no sea un vestigio arqueológico! Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Haced lugar a Cristo en vuestra vida personal y familiar, social y profesional. Su presencia es garantía de relaciones humanas más ricas y auténticas.

4. El aspecto más importante de vuestra peregrinación de hoy es, sin lugar a dudas, el que se dirige al futuro, al jubileo del año 2000. Desde hace más de mil años la tierra de Siena está atravesada por las más clásicas vías de acceso a Roma: la Francigena, que conectaba de diversos modos el norte de Europa con Roma, y la Romea, que desde el este europeo se fundía con la primera en Poggibonsi. A sus bordes se multiplicaron los lugares de oración, acogida y atención a los peregrinos: gloriosas abadías, posadas, refugios, castillos y obras colosales, como el hospital de Santa María della Scala, que surge en vuestra ciudad.

En él, verdadero testimonio de espíritu cristiano, de arte y humanidad, se encuentra el «Pellegrinaio», gran salón con frescos pintados por los artistas más célebres de la época, donde se acogía, se daba de comer y se atendía a los peregrinos como si fueran hermanos. En ese ambiente de solemne dignidad, santa Catalina y san Bernardino desarrollaron formas de voluntariado cristiano que, gracias a Dios, se conservan vivas aún hoy. Basta recordar con gratitud las «Misericordias», que en Toscana desempeñaron y siguen desempeñando un papel muy valioso, junto con instituciones similares, en el campo de la asistencia social y sanitaria.

5. Amadísimos hermanos, espero que la visita a la tumba de san Pedro y el encuentro con su Sucesor confirmen vuestra fe, vuestra identidad de bautizados en Cristo. Habiendo nacido a una vida nueva por el bautismo, sed signos de esperanza en una sociedad que, en muchos aspectos, está desorientada.

Os deseo que, a la luz de la Pascua ya cercana, realicéis una peregrinación llena de frutos, mientras os pido que transmitáis mi saludo también a cuantos no han podido participar en ella, de modo especial a los enfermos.

Con estos sentimientos, invoco sobre vosotros la protección de María santísima, y os imparto a todos de corazón una bendición apostólica especial.

 



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