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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
EN LA CONCLUSIÓN DEL MES MARIANO EN EL VATICANO

Amadísimos hermanos y hermanas:

El sábado próximo, día 31 de mayo, me encontraré en Wrocław (Polonia), para concluir el Congreso eucarístico internacional sobre el tema: «Eucaristía y libertad». Por este motivo, no podré estar con vosotros ante la gruta de Lourdes, en los jardines vaticanos, con ocasión de la tradicional y sugestiva celebración a los pies de la Virgen, al final del mes de María. Sin embargo, no quiero que falte un testimonio de participación espiritual en ese intenso momento de oración. Por eso, encargo al señor cardenal Virgilio Noè, mi vicario general para la Ciudad del Vaticano, que os transmita a todos mi saludo cordial.

En el último día de mayo la Iglesia recuerda la Visitación de María a santa Isabel. Nuestra mirada se detiene en la Virgen santísima, admirable Arca de la alianza, que trae al mundo a Jesucristo, Alianza nueva y eterna entre Dios y la humanidad. María se presenta a la mirada de los creyentes como admirable ostensorio del Cuerpo de Cristo, concebido por ella por obra del Espíritu Santo. Mi pensamiento va al momento de la Encarnación, cuando el Verbo, al venir al mundo, ofrece al Padre su propia humanidad, recibida de María: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. (...) Entonces dije: ¡He aquí que vengo (...) a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10, 5.7). La oblación de Cristo en la Encarnación encontrará su coronamiento en el misterio pascual, cuyo memorial perenne es la Eucaristía.

María, desde el «sí» de Nazaret hasta el del Gólgota, se sitúa en total sintonía de mente y de corazón con el acto de entrega de su Hijo. La Virgen vive en constante comunión con Cristo: toda su vida podría definirse como una especie de comunión «eucarística», comunión con el «Pan del cielo» que el Padre ha dado para la vida del mundo.

En la comunión con Cristo, María realiza plenamente su libertad de criatura jamás sometida a los vínculos del pecado (cf. Jn 8, 34). Se convierte así en icono de esperanza y profecía de liberación para todo hombre y para la humanidad entera. Es lo que canta María en el Magnificat, precisamente durante el encuentro con Isabel: «el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación » (Lc 1, 49-50).

Amadísimos hermanos y hermanas, al venerar a la Virgen santísima en la conclusión del mes de mayo, seréis impulsados por ella a uniros espiritualmente a nosotros, reunidos en Wrocław para adorar a Cristo Eucaristía, Salvador del mundo y libertad del hombre.

Os agradezco vuestro recuerdo en la oración, con el que siempre me acompañáis, particularmente durante mis viajes apostólicos. Os encomiendo a la maternal protección de la Virgen santísima y de corazón imparto a cada uno la bendición apostólica, que con gusto extiendo a vuestros seres queridos.

Vaticano, 28 de mayo de 1997.

JOANNES PAULUS PP. II

 



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