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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES


Jueves 13 de noviembre de 1997

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Os acojo con alegría al término del Congreso ecuménico que habéis celebrado durante estos días en el centro Mariápolis de Castelgandolfo. Os saludo afectuosamente a todos y os agradezco cordialmente esta visita.

Agradezco, en particular, al cardenal Miloslav Vlk las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos y la interesante descripción que ha querido hacerme de vuestros trabajos y del impulso evangélico y ecuménico que los ha animado. Me alegra saludar a los obispos y a los responsables de Iglesias y otras comuniones cristianas procedentes de diversas partes del mundo, a la vez que dirijo un saludo cordial a Chiara Lubich y a los demás representantes del movimiento de los Focolares.

2. En el centro de vuestro encuentro de este año, como ha subrayado el cardenal arzobispo de Praga, habéis puesto la profundización de la espiritualidad del movimiento de los Focolares como espiritualidad ecuménica, a fin de vivir a fondo la eclesiología de comunión como exigencia indispensable para un itinerario cada vez más convencido y concorde hacia la unidad plena. A este propósito, os han ayudado en particular los singulares testimonios sobre el reciente desarrollo de vuestro movimiento por lo que respecta al diálogo ecuménico e interreligioso.

Estos encuentros anuales, que ofrecen a los obispos y a los responsables de diversas Iglesias y comuniones cristianas, amigos del movimiento de los Focolares, la oportunidad de pasar juntos algunos días de provechoso trabajo común, a pesar de su carácter informal y privado, contribuyen ciertamente a profundizar los ideales y la espiritualidad evangélica en que se basa el camino de los cristianos hacia la unidad plena querida por Cristo.

La oración común y las celebraciones de la Palabra, el intercambio de testimonios de Evangelio vivido y la comunión fraterna no sólo representan un innegable enriquecimiento recíproco; también contribuyen a acrecentar y difundir una intensa unión espiritual en la caridad y la verdad, que alimenta la esperanza de la superación completa, con la ayuda de la gracia de Dios, de las barreras que, lamentablemente, aún dividen a los cristianos.

3. Como acaba de recordar oportunamente el cardenal Miloslav Vlk, vuestro encuentro quiere dar una contribución significativa a la gran causa ecuménica en el momento histórico y eclesial que estamos viviendo, ya en el umbral del tercer milenio cristiano. Con ocasión del consistorio extraordinario que convoqué en 1994 para la preparación del gran jubileo del año 2000, quise subrayar el anhelo de unidad que se manifiesta de modo cada vez más vivo e intenso en todos los discípulos de Cristo. Lo mismo reafirmé después en la carta apostólica Orientale lumen: «No podemos presentarnos ante Cristo, Señor de la historia tan divididos como, por desgracia, nos hemos hallado durante el segundo milenio. Esas divisiones deben dar paso al acercamiento y a la concordia; hay que cicatrizar las heridas en el camino de la unidad de los cristianos» (n. 4).

Durante estos días os habéis preocupado por contribuir a infundir renovada valentía y esperanza en el camino ecuménico, a fin de que se realice plenamente el deseo, manifestado por Cristo en la última cena, de que todos sean uno, para que el mundo crea (cf. Jn 17, 21). Con esta esperanza, que la proximidad de la histórica cita del jubileo hace aún más viva, os renuevo a cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, mi cordial saludo, invocando sobre todos la abundancia de los dones del Espíritu Santo y de las bendiciones divinas.



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