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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA CEREMONIA DE PRESENTACIÓN
DE LA EDICIÓN TÍPICA LATINA
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA


Sala del Consistorio del palacio apostólico de Castelgandolfo
Fiesta de la Natividad de la Virgen María
Lunes 8 de septiembre de 1997

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con esta solemne ceremonia, deseo presentar hoy oficialmente a la Iglesia y al mundo la edición típica latina del Catecismo de la Iglesia católica, que el 15 de agosto pasado, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, he aprobado y promulgado con la carta apostólica Laetamur magnopere.

Expreso, ante todo, un profundo sentimiento de gratitud a Dios omnipotente, quien, con la asistencia iluminadora y confirmadora de su Espíritu, ha guiado y sostenido el camino de elaboración del Catecismo, que comenzó hace más de diez años y que ahora, finalmente, ha llegado a su cumplimiento.

Doy las gracias profundamente a los señores cardenales, a los arzobispos y a los obispos miembros de las diversas comisiones que han trabajado en esta empresa, y que hoy, junto conmigo, recogen los frutos de este intenso y provechoso trabajo. Doy las gracias de modo particular al queridísimo señor cardenal Joseph Ratzinger, que acaba de interpretar los sentimientos de todos los presentes y que, durante estos años, ha presidido los trabajos, guiándolos y coordinándolos con sabiduría encomiable hasta su feliz conclusión.

Encomiendo ahora este texto definitivo y normativo a toda la Iglesia, en particular, a los pastores de las diversas diócesis esparcidas por el mundo: en efecto, ellos son los principales destinatarios de este Catecismo. En cierto sentido, se podría aplicar con razón a esta circunstancia la expresión paulina: «Recibí del Señor lo que os he transmitido» (1 Co 11, 23). Efectivamente, esta ceremonia constituye un punto de llegada, pero, al mismo tiempo, marca un nuevo «punto de partida», ya que el Catecismo ahora ultimado, debe ser conocido mejor y más ampliamente, acogido, difundido y, sobre todo, convertido en valioso instrumento de trabajo diario en la pastoral y la evangelización.

2. Múltiple y complementario es el uso que puede y debe hacerse de este texto, a fin de que se convierta cada vez más en «punto de referencia» para toda la acción profética de la Iglesia, sobre todo en este tiempo en el que se advierte, de manera fuerte y urgente, la necesidad de un nuevo impulso misionero y de una reactivación de la catequesis.

En efecto, el Catecismo ayuda a «profundizar el conocimiento de la fe (...), está orientado a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación en el testimonio» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 23) de todos los miembros de la Iglesia. Representa un instrumento valioso y seguro para los presbíteros en su formación permanente y en la predicación; para los catequistas, en su preparación remota y próxima al servicio de la Palabra; para las familias, en su camino de crecimiento hacia la explicación plena de las potencialidades insitas en el sacramento del matrimonio.

Los teólogos podrán encontrar en el Catecismo una referencia doctrinal autorizada para su incansable investigación. Están llamados a prestarle un valioso servicio, profundizando el conocimiento de los contenidos expuestos en él de modo esencial y sintético, explicitando aún más las motivaciones encerradas en las afirmaciones doctrinales, y mostrando los profundos nexos que unen entre sí las diferentes verdades, para destacar cada vez más «la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador» (Fidei depositum, 3).

El Catecismo se presenta, además, como valiosa ayuda para la actualización sistemática de quienes trabajan en los múltiples campos de la acción eclesial. Más en general, será muy útil para la formación permanente de todo cristiano que, consultándolo continua o esporádicamente, podrá redescubrir la profundidad y la belleza de la fe cristiana, y se sentirá impulsado a exclamar con las palabras de la liturgia bautismal: «Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rito de la celebración del bautismo).

Por otra parte, muchos son los que ya han encontrado en este Catecismo también un valioso instrumento para la oración personal y comunitaria, a fin de promover y cualificar los diversos itinerarios complementarios de espiritualidad, y reavivar su vida de fe. Además, no hay que olvidar el valor ecuménico del Catecismo. Como ya confirman numerosos testimonios positivos de Iglesias y comunidades eclesiales, puede «proporcionar una ayuda a los trabajos ecuménicos animados por el santo deseo de promover la unidad de todos los cristianos, mostrando con esmero el contenido y la coherencia admirable de la fe católica» (Fidei depositum, 4). Pero también a quienes se cuestionan y tienen dificultades en su fe, o a cuantos no creen en absoluto o ya no creen, el Catecismo es capaz de ofrecerles una valiosa ayuda, ilustrando lo que la Iglesia católica cree y procura vivir, y proporcionándoles estímulos iluminadores en la búsqueda de la verdad.

3. El Catecismo de la Iglesia católica, en particular, debe constituir un texto de referencia seguro y de guía autorizada para la elaboración de los diversos catecismos locales (cf. ib., 4). A este respecto, ha sido plausible el esfuerzo de los obispos y de enteras Conferencias episcopales por elaborar catecismos locales, teniendo como «punto de referencia» el Catecismo de la Iglesia católica. Es necesario proseguir por este camino con atención vigilante e incansable perseverancia.

Como he hecho en otras circunstancias, renuevo aquí un ferviente aliento a las Conferencias episcopales para que emprendan, con prudente paciencia pero también con decisión valiente, este imponente trabajo, que hay que realizar de común acuerdo con la Sede apostólica. Se trata de redactar catecismos fieles a los contenidos esenciales de la Revelación y actualizados en la metodología, capaces de educar en una fe sólida a las generaciones cristianas de los tiempos nuevos.

Aunque en algunos casos particulares el Catecismo de la Iglesia católica puede utilizarse como texto catequístico nacional y local, sin embargo es necesario, donde aún no se haya hecho, proceder a la elaboración de catecismos nuevos que, al mismo tiempo que presentan fiel e integralmente el contenido doctrinal del Catecismo de la Iglesia católica, privilegien itinerarios educativos diferenciados y articulados, de acuerdo con las expectativas de los destinatarios. Estos catecismos, sirviéndose también de las valiosas indicaciones proporcionadas por el nuevo Directorio general para la catequesis, de próxima publicación, están llamados a dar «una respuesta adaptada, tanto en el contenido cuanto en el método, a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de edades, de la vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 24). Se repetirá así, en cierto modo, la estupenda experiencia del tiempo apostólico, cuando cada creyente oía anunciar en su propia lengua las maravillas de Dios (cf. Hch 2, 11) y, al mismo tiempo, será más tangible aún la catolicidad de la Iglesia, a través del anuncio de la Palabra en las múltiples lenguas del mundo, formando «como un coro armonioso que, sostenido por las voces de inmensas multitudes de hombres, se eleva según innumerables modulaciones, timbres y acordes para la alabanza de Dios, desde cualquier punto de nuestro globo, en cada momento de la historia» (Slavorum Apostoli, 17). Por eso, lejos de desalentar o, incluso, sustituir los catecismos locales, el Catecismo de la Iglesia católica requiere, promueve y guía su elaboración.

4. Invito al clero y a los fieles a un contacto frecuente e intenso con este Catecismo, que encomiendo de modo especial a María santísima, cuya fiesta de la Natividad celebramos hoy. Y ruego para que, así como el nacimiento de la Virgen al comienzo de la nueva era constituyó un momento fundamental en el plan predispuesto por Dios para la encarnación de su Hijo, así también este Catecismo, preparado en el umbral del tercer milenio, se convierta en un instrumento útil para introducir a la Iglesia y a cada uno de los fieles en la contemplación cada vez más profunda del misterio del Verbo de Dios hecho hombre.

Con estos sentimientos, dando las gracias a cuantos han participado en la redacción y la traducción del Catecismo de la Iglesia católica, os imparto una especial bendición apostólica a cada uno de vosotros y a todos aquellos a quienes está destinado este texto.



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