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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE EDITORES Y PERIODISTAS BELGAS


Viernes 23 de octubre de 1998

 

Señor presidente;
queridos amigos:

Como todos los años, habéis deseado encontraros con el Sucesor de Pedro, para ofrecerle el fruto de la colecta Donativos pontificios, organizada por las Asociaciones de editores y periodistas católicos de Bélgica. Apreciando vuestra felicitación con ocasión del aniversario de mi pontificado, me alegra acogeros en esta circunstancia y agradeceros profundamente, a vosotros y a vuestros generosos donantes, este gesto que testimonia la adhesión de los periodistas y los lectores de la prensa católica de Bélgica a la Santa Sede y a la misión de la Iglesia. A pesar de las dificultades que atraviesa vuestro país, vuestros compatriotas han aceptado renunciar a una parte de sus bienes en favor de la Iglesia universal y de sus obras de caridad. Estimo de modo particular esta iniciativa, signo de la comunión entre las comunidades cristianas que encomiendan al Papa la tarea de distribuir los donativos provenientes de las diferentes Iglesias particulares.

En el Antiguo Testamento, el profeta Isaías (cf. Is 58, 6-9) recuerda que el que desea estar cerca de Dios y ser luz que brilla como la aurora, debe preocuparse por los pobres y «repartir su pan con el hambriento», como signo de amor a Dios y a sus hermanos. Con este espíritu, deseáis entregar al Sucesor de Pedro vuestra ofrenda y la de vuestros lectores. Ojalá que vuestros generosos bienhechores descubran que «perder algo por Dios significa recuperarlo muchas veces» (Orígenes, Homilía sobre el Génesis 7, 6).

Vuestro gesto recuerda también que somos solidarios con nuestros hermanos los hombres, y que debemos abrir nuestro corazón a las necesidades tanto de quienes están cerca como de los que están lejos. Éste es uno de los aspectos esenciales de la tradición constante de la Iglesia (cf. Centesimus annus, 57), puesto que el amor a los pobres es un testimonio tangible de la presencia misericordiosa de Cristo en medio de los hombres. Participamos, asimismo, en la construcción de la ciudad terrena, en la que cada uno debe poder gozar de la parte que le corresponde de la riqueza de la creación. También conviene sostener la promoción social de los pueblos con una educación y una formación apropiadas en todos los campos, para que se hagan cargo de su futuro personal y comunitario y ocupen así el lugar que les compete en el concierto de las naciones. Es deber de todos favorecer los proyectos que permitan a los hombres de cada país ser cada vez más responsables de su futuro y del de su familia, y poder alimentarse gracias a una gestión racional y equitativa de los recursos obtenidos de su tierra.

Al término de nuestro encuentro, quisiera renovar mi exhortación para que, durante el gran jubileo, los cristianos y los hombres de buena voluntad estén cada vez más atentos al sentido de la justicia en la distribución de las riquezas entre las personas y entre los pueblos.

Encomendándoos a la intercesión de nuestra Señora del Rosario y de san Francisco de Sales, os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros, así como a los miembros de vuestras asociaciones, a vuestros lectores y a vuestras familias.



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