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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN «ALCIDE DE GASPERI»


Sábado 13 de febrero de 1999

 

Ilustres señores:

1. Me alegra dar una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, miembros de la Fundación para la paz y la cooperación internacional «Alcide De Gasperi», y os agradezco esta visita, con la que queréis reafirmar vuestra adhesión convencida al magisterio de la Iglesia y confirmar vuestro compromiso en favor de la promoción de la convivencia armoniosa entre los pueblos. Saludo en particular al senador Angelo Bernassola, y le manifiesto mi sincera gratitud por las nobles palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes.

Desde hace más de un cuarto de siglo, vuestra fundación, inspirándose en el pensamiento y en la obra del gran estadista italiano Alcide De Gasperi, se esfuerza por promover la paz y la cooperación entre los pueblos, con el estudio de los problemas de la sociedad internacional y colaborando con instituciones análogas presentes en Europa y en el mundo.

En vuestras meritorias iniciativas habéis elegido como punto de referencia fundamental los perennes valores de la fe cristiana, esmerándoos por conjugarlos con la clara conciencia de que el camino de la paz pasa por un fuerte y constante compromiso cultural, realizado en unión con cuantos comparten vuestros nobles objetivos.

En efecto, la construcción de la paz no es fruto de componendas, sino que nace del conocimiento profundo y sistemático de las causas remotas y próximas de los conflictos, de la sensibilización de los responsables de las naciones ante las expectativas profundas de los pobres, y de la formación de las generaciones jóvenes en una auténtica cultura de paz. Por otra parte, se prepara mediante el apoyo que se brinda a cuantos, frente a las situaciones difíciles que la humanidad afronta en nuestro tiempo, sienten la tentación de renunciar al esfuerzo del diálogo y del respeto a los derechos fundamentales de cada uno y de todos.

2. En el reciente Mensaje para la Jornada de la paz, recordé que «ningún derecho humano está seguro si no nos comprometemos a tutelarlos todos. (...) Es indispensable, por tanto, un planteamiento global del tema de los derechos humanos y un compromiso serio en su defensa. Sólo cuando una cultura de los derechos humanos, respetuosa con las diversas tradiciones, se convierte en parte integrante del patrimonio moral de la humanidad, se puede mirar con serenidad y confianza al futuro. (...) El respeto integral de los derechos humanos es el camino más seguro para estrechar relaciones sólidas entre los Estados. La cultura de los derechos humanos no puede ser sino cultura de paz» (n. 12: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de diciembre de 1998, p. 7).

Éstas son algunas sugerencias significativas para que vuestro empeño de políticos y de hombres de cultura sea cada vez más influyente, de modo que seáis «constructores de paz» cada vez más eficaces en la sociedad actual.

Ojalá que vuestra fundación, situándose en la actual búsqueda de seguridad y colaboración entre los pueblos, se transforme en un renovado instrumento de promoción al servicio de una acción global en favor de la paz, sin dejarse frenar por los inevitables obstáculos que se encuentran en este camino arduo, pero necesario.

Con estos sentimientos, a la vez que encomiendo vuestras personas y vuestro empeño diario a la Virgen, a quien los cristianos invocamos como Reina de la paz, me complace impartiros a vosotros, a vuestros colaboradores y a vuestras familias, mi bendición.



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