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PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA JUNTA Y AL CONSEJO DE LA REGIÓN DEL LACIO


Sábado 16 de enero de 1999

 

Señor presidente de la Junta regional;
señor presidente del Consejo regional;
ilustres miembros de la Junta y del Consejo;
amables señoras y señores:

1. Con mucho gusto doy mi bienvenida a cada uno de vosotros que, siguiendo una consolidada y feliz tradición, habéis querido encontraros conmigo al comienzo del nuevo año. Os agradezco vuestra presencia, y formulo fervientes votos de prosperidad y paz para la región del Lacio, para vuestras personas y para vuestros familiares.

Saludo, en particular, al presidente del Consejo regional, honorable Luca Borgomeo. Me complace, asimismo, manifestar mi profundo agradecimiento al honorable Piero Badaloni, presidente de la Junta regional, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre y en el de cuantos representáis.

Como ha subrayado el presidente, vuestra región, con sus beneméritas instituciones, su singular patrimonio humano y cristiano, y las luces y sombras de la realidad diaria, está llamada a confrontarse dentro de poco tiempo con el extraordinario acontecimiento del gran jubileo del Año santo 2000. Conozco el empeño con que ya desde hace algunos años la Administración regional se está preparando para ese evento. Espero que con las iniciativas propuestas se brinde a los peregrinos una acogida digna de la vocación universal de la región y de los signos de fe presentes en ella.

2. El jubileo es un acontecimiento espiritual, que atañe en primer lugar a la vida de los creyentes. Sin embargo, ya sabéis que la importancia del nacimiento de Cristo para la humanidad entera, la presencia viva y operante de los cristianos en el mundo y las exigencias de profunda renovación que las celebraciones jubilares plantean a la comunidad de los creyentes, hacen que la influencia del jubileo supere los confines de la Iglesia, implicando en cierto modo a la sociedad y a las instituciones civiles.

El jubileo, que invita a fijar la mirada en el misterio del Verbo encarnado, en el que «se esclarece el misterio del hombre» (Gaudium et spes, 22), pide a creyentes y no creyentes que se confronten con el designio de salvación revelado en los libros de la Biblia, para recoger sus valiosas indicaciones sobre la grandeza de la persona humana, que en Cristo encuentra su máxima exaltación. Esta perspectiva invita a los administradores a considerar de nuevo la calidad de su servicio a los ciudadanos, a comprender sus motivaciones profundas, a purificar cada vez más sus intenciones y a mejorar sus realizaciones.

3. La tradición bíblica, recibida y desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, presenta el jubileo como el tiempo del restablecimiento de la justicia de Dios entre los hombres. Éste es un aspecto del acontecimiento jubilar ante el cual el administrador público no puede dejar de mostrarse sensible. En efecto, a él le corresponde proveer a la realización de las expectativas de justicia y solidaridad de los ciudadanos, preguntándose siempre si se ha hecho lo posible para ofrecer a todos idénticas oportunidades, especialmente por lo que respecta al acceso al trabajo, que el presidente ha mencionado explícitamente.

La reflexión sobre el significado profundo del jubileo impulsa a los administradores públicos a la colaboración constructiva con todas las fuerzas sociales y empresariales, y a la búsqueda de una paz que nace del rechazo de privilegios y del respeto de los derechos de todos, principalmente de los débiles y los marginados. También los impulsa a ser promotores del diálogo entre los ciudadanos de diversas culturas y religiones, presentes en el territorio, a combatir cualquier forma de racismo e intolerancia, y a ayudar con todos los medios posibles a cuantos hasta ahora no han podido satisfacer sus legítimas aspiraciones.

4. Ilustres señores y señoras, he querido analizar algunas exigencias que el jubileo plantea a la atención responsable de todo administrador. Deseo que el extraordinario acontecimiento que nos disponemos a celebrar encuentre a la institución que representáis pronta a aceptarlas y realizarlas.

Expreso mis mejores deseos de que la región del Lacio encuentre en su historia, en las riquezas religiosas, culturales y morales de sus poblaciones, y en la voluntad de servicio de sus administradores, la energía y la valentía necesarias para hacer del jubileo un tiempo de justicia y de paz para todos.

Os renuevo a cada uno el deseo de un nuevo año sereno y fecundo en bien, y me alegra entregaros también a vosotros la reciente carta que dirigí al mundo del trabajo en el marco de la misión ciudadana de Roma. Asegurándoos mi recuerdo en la oración por vuestro importante trabajo, invoco de corazón la bendición de Dios sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre las amadas poblaciones laciales.

 



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