DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ADMINISTRADORES DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE AMÉRICA
Domingo, 27 de septiembre de 1999
Eminencias;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:
En el amor de Dios, de quien procede toda sabiduría, os doy la bienvenida a vosotros, administradores de la Universidad católica de América. Vuestra universidad ha dado durante mucho tiempo una contribución muy notable a la Iglesia y a la sociedad en Estados Unidos, y por eso me alegro de tener esta oportunidad para animaros a seguir formando y haciendo realidad la visión de una universidad verdaderamente católica en vuestra cultura, especialmente en esta época.
En el umbral del nuevo milenio, la Iglesia está comprometida profundamente en la nueva evangelización, y las universidades católicas desempeñan un papel específico en esta gran tarea. En mi carta encíclica Fides et ratio, escribí que "la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (n. 1). La razón puede ayudar a la fe a evitar los peligros del mito o la superstición, y la fe puede abrir la razón a la plenitud de verdad que, por su misma naturaleza, busca siempre (cf. n. 48). Toda la tradición católica testimonia esta reciprocidad, y la mayor contribución que puede dar la Universidad católica de América a la obra de la nueva evangelización consiste en testimoniar esta profunda armonía entre fe y razón.
Me alegra, asimismo, dar la bienvenida al Grupo coral estudiantil presente hoy aquí. Os doy las gracias por la belleza de vuestra música, la cual muestra que en la tradición católica el bien y la verdad van siempre unidos a la belleza. Esto también forma parte del testimonio de las universidades católicas, porque la belleza es siempre "clave del misterio y llamada a lo trascendente" (Carta a los artistas, 16).
Encomendando a toda la comunidad de la Universidad católica de América a la constante intercesión de María, Sede de la sabiduría, os imparto cordialmente a vosotros y a vuestros seres queridos mi bendición apostólica.
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