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PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
DURANTE LA COMIDA CON LOS POBRES

Jueves 15 de junio de 2000

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

Entre las numerosas citas del jubileo, esta es para mí seguramente una de las más sentidas y significativas. He querido encontrarme con vosotros, he querido comer con vosotros para deciros que estáis en el corazón del Papa. Os abrazo con gran afecto a cada uno, amigos muy queridos.
Ciertamente, es poco el tiempo que puedo pasar con vosotros, pero os aseguro que todos los días os acompaño con mi oración y mi afecto. Mientras os veo uno a uno, pienso en los que en Roma, y en todas partes del mundo, atraviesan momentos de prueba y dificultad. Quisiera acercarme a cada uno para decirle: no te sientas solo, porque Dios te ama. Amadísimos hermanos, el Papa os quiere, y, junto con él, la Iglesia entera os abre los brazos de la acogida y de la fraternidad.

Gracias a todos por haber aceptado mi invitación y por haber venido en gran número a este encuentro convival, que tiene lugar pocos días antes del Congreso eucarístico internacional en Roma. Nuestra comida, en su sencillez, representa una significativa preparación para ese acontecimiento espiritual, que constituye el centro del Año jubilar. En efecto, hoy nos encontramos en torno a la mesa material; juntos y en mayor número nos acercaremos la próxima semana a la mesa espiritual, al banquete de la Eucaristía, para celebrar el amor de Dios, que nos hace hermanos, solidarios unos con otros. Preparémonos bien para ese extraordinario acontecimiento, que ya contemplamos con gran expectación.

Gracias, una vez más, por vuestra presencia; gracias a los que han organizado y preparado la comida, así como a los que nos han alegrado con música y cantos, haciendo que fuera un momento de serenidad y alegría. A todos os imparto de corazón mi bendición.

 



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