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AUDIENCIA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A LOS PÁRROCOS Y AL CLERO DE ROMA

 Jueves 9 de marzo de 2000

"Convertíos y creed el Evangelio"

1. La invitación del Señor, que resonó ayer durante el rito de la imposición de la ceniza, ha dado comienzo al tiempo cuaresmal y marca el camino del pueblo de Dios hacia la Pascua.

La conversión y la fe en Cristo, único Salvador, están en el centro de la peregrinación jubilar que hoy, amadísimos sacerdotes del presbiterio de Roma, habéis realizado a la basílica de San Pedro.

Saludo con afecto al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a los obispos auxiliares y a cada uno de vosotros. Me alegra encontrarme con vosotros, como todos los años, al comienzo de la Cuaresma, para un momento de profunda comunión del Obispo de Roma con su presbiterio.

Este año el jubileo caracteriza nuestro encuentro y lo hace más rico aún en motivaciones espirituales y eclesiales. El paso de la Puerta santa, la profesión de fe y, sobre todo, el sacramento de la reconciliación que habéis celebrado, testimonian a todos que el presbítero, el ministro del perdón de Dios, necesita recibir él mismo este perdón con espíritu de fe, de humildad y de profunda confianza. Dispensador de los misterios divinos, él es el primero que debe aparecer, ante sus fieles, como un "salvado" que recibe continuamente de Dios y de la Iglesia la gracia de vivir unido a Cristo, fuente de eficacia para su ministerio.

En el sacramento de la penitencia se renueva la "vida en el Espíritu" y el radicalismo evangélico, que deben distinguir la vida y el ministerio del sacerdote. Es también de gran ayuda para superar la condescendencia con las formas de autojustificación, propias de la mentalidad y la cultura de nuestro tiempo, que hacen perder el sentido del pecado e impiden experimentar la alegría consoladora del perdón de Dios.

2. Para la vida espiritual y la acción apostólica del sacerdote es muy importante también la relación de comunión y fraternidad con el obispo y con los demás presbíteros. El crecimiento de dicha relación exige que cada uno de vosotros se comprometa generosamente; es preciso que la urgencia de la actividad pastoral no os impida cultivar la profunda unidad con vuestros hermanos sacerdotes, que se alimenta de la oración común, el encuentro, el diálogo y la búsqueda de una amistad sincera.

La participación en las iniciativas de formación permanente, la ayuda espiritual y pastoral a nuestros hermanos que se encuentran en particulares necesidades, la asistencia a los presbíteros enfermos o ancianos, y la disponibilidad al diálogo y al encuentro también con los que han dejado el sacerdocio manifiestan la voluntad de recorrer con fruto y empeño los caminos de la comunión y la reconciliación. Un presbiterio unido y concorde, capaz de trabajar en común, constituye un  fuerte  testimonio para los fieles y multiplica la eficacia del ministerio.

3. La reconciliación con el Señor y la comunión recíproca abren nuevas posibilidades de encuentro con quienes esperan de nosotros, pastores de la Iglesia, signos de atención y de particular cuidado pastoral.

Vuestra solicitud principal han de ser las familias, a las que durante la misión ciudadana les ha llegado el anuncio de Cristo, único Salvador, y que también este año esperan una nueva visita para continuar esa experiencia tan positiva y fecunda.

Por tanto, cada parroquia está llamada a renovar con gran empeño, a través de la obra valiosa de los misioneros, el encuentro cuaresmal con todas las familias, para hacer resonar en el corazón de cada persona el anuncio fuerte del jubileo: "Dios te ama y ha enviado a Jesucristo, su Hijo, para salvarte".

La visita refuerza el sentido de pertenencia a la comunidad de numerosas personas que a menudo viven al margen de ella, pero que no la rechazan, sino que más bien esperan ocasiones y signos concretos de escucha y diálogo que les ayuden a superar la soledad y el anonimato, y a reconstruir un entramado de relaciones humanas y espirituales, sobre la base de una fe jamás rechazada u olvidada del todo.

Los sacerdotes, como primeros misioneros del Evangelio y a ejemplo de Jesús, buen Pastor que va en busca de la oveja perdida, debemos dedicarnos con especial caridad pastoral a las familias con dificultades, a las que viven alejadas de la Iglesia y afrontan graves problemas de fe o de moral, a las que tienen enfermos y ancianos que sufren y a las que viven dramas particularmente dolorosos por situaciones de división entre los esposos o con los hijos. Ojalá que el Año santo, año del gran perdón y de la misericordia de Dios, ofrezca a todos la posibilidad de ser escuchados, acogidos y animados a descubrir caminos de reconciliación con el Señor y con nuestros hermanos, incluso donde todo parece perdido o irreversible. Lo que resulta imposible para el hombre no lo es para Dios, cuando aquél se abre con humildad y disponibilidad a la gracia de su perdón.

4. Debéis cuidar asimismo de que el anuncio de la misericordia de Dios y la experiencia viva de su perdón lleguen, a través del compromiso concreto de los cristianos laicos, a todos los ambientes de vida y trabajo, para reafirmar la fuerza del amor de Cristo que vence las divisiones e incomprensiones y restablece relaciones más fraternas y solidarias. Ningún ambiente o situación de vida es extraño al Evangelio y al compromiso  de una activa presencia evangelizadora del sacerdote y de todo bautizado.

Asimismo, debéis prestar especial atención pastoral a los jóvenes, en quienes Cristo deposita su mirada amorosa, incluso cuando se alejan de la comunidad cristiana que los ha educado en la fe y en los sacramentos. ¡Cuántos adolescentes y jóvenes de nuestra ciudad no saben que el Señor los ama y los busca, porque nadie se lo anuncia y nadie va a su encuentro con sincera amistad y fraternidad, donde ellos se hallan:  en los ambientes de estudio o de trabajo, de deporte y tiempo libre, en las calles del barrio!

Esta tarea concierne en primer lugar a los jóvenes creyentes, llamados a ser misioneros entre sus coetáneos y a redescubrir, en las comunidades y en los grupos, que hay que comunicar y ofrecer a todos, sin temor y con valentía apostólica, la alegría de la fe en Cristo.

Sin embargo, no podemos olvidar que el sacerdote es por vocación evangelizador y padre espiritual de los jóvenes que el Señor le confía. Ellos tienen necesidad de encontrar en el sacerdote a un amigo disponible y sincero, pero también a un testigo que viva con alegría y coherencia espiritual y moral la propia llamada. De esta forma, se les ayudará a descubrir y acoger a su vez la vocación que da significado y valor a toda su vida.

La preparación y la celebración de la próxima Jornada mundial de la juventud es una ocasión verdaderamente providencial para renovar la pastoral juvenil e imprimir en las parroquias, los movimientos y los grupos un nuevo impulso vocacional y misionero.

5. Celebrar el jubileo significa abrir el corazón a nuestros hermanos y hermanas más pobres, reconociendo en ellos la presencia de Cristo sufriente que pide ser acogido con amor operante.

En la carta que envié a toda la comunidad diocesana y ciudadana, puse de relieve que la Iglesia de Roma "ha escrito a lo largo de los siglos páginas luminosas de acogida, especialmente con ocasión de los jubileos, con signos concretos y permanentes de amor al prójimo" (n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de noviembre de 1999, p. 23).

La "caridad romana", que se ha concretado en dar hospitalidad a los peregrinos pobres y necesitados, estimula también hoy a la comunidad diocesana, a las familias y a todas las realidades eclesiales a estar disponibles para la acogida, sobre todo durante los grandes acontecimientos, como son el jubileo de los jóvenes y el de las familias, en los que participará un gran número de peregrinos de todo el mundo.

No deberá faltar, tampoco, la solicitud de toda la comunidad diocesana hacia los numerosos pobres que viven en nuestra ciudad. La sensibilidad y la atención con respecto a nuestros hermanos más necesitados serán ciertamente activas si las comunidades cristianas saben acoger en la Eucaristía, pan de vida nueva para el mundo, la singular fuerza de amor que es capaz de cambiar también la sociedad, haciéndola más justa, pacífica y solidaria.

El signo de caridad que se inaugurará durante el Congreso eucarístico internacional representa el compromiso de la comunidad diocesana de testimoniar en el servicio concreto a los pobres su encuentro con el Señor, en el sacramento de su cuerpo entregado y de su sangre derramada.

6. "Convertíos y creed el Evangelio".

Ojalá que la invitación de la liturgia de la Ceniza sostenga y acompañe nuestro camino cuaresmal en el seguimiento de Cristo, Puerta de la salvación y nuestra paz, para fecundar con la gracia el ministerio de la reconciliación que estamos llamados a ejercer con especial dedicación en este tiempo favorable y durante todo el Año santo.

María santísima, Madre de la misericordia, que nos precede en el camino de la fe y la caridad, guíe la peregrinación jubilar de la Iglesia de Roma, de sus sacerdotes y fieles, para que acojan el don de la reconciliación del Señor con corazón humilde, confiado y sincero.

Y por último deseo añadir que esta mañana he celebrado la santa misa por las intenciones de todos mis hermanos sacerdotes del presbiterio romano.

 



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