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VISITA OFICIAL AL PAPA JUAN PABLO II
Y A LA IGLESIA DE ROMA DEL PATRIARCA SUPREMO
Y CATHOLICÓS DE TODOS LOS ARMENIOS, KAREKIN II

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves 9 de noviembre de 2000

 

Santidad, querido y venerado hermano:

"Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza" (1 Jn 2, 10).

Este encuentro fraterno nos une en la luz que es Cristo. Que el amor de Dios revelado en Jesucristo resplandezca sobre nosotros, y el Señor evite que tropecemos mientras caminamos en la amistad.

Es para mí una gran fuente de alegría y consuelo acogerlo hoy a usted, Santidad, junto con su distinguido séquito. Saludo a los ilustres prelados, sacerdotes y laicos, representantes de toda la Iglesia armenia apostólica. Doy la bienvenida al ministro de Asuntos religiosos de la República de Armenia. A todos os doy la bienvenida aquí, y espero que os sintáis como en vuestra casa.

Con profunda emoción, Santidad, recuerdo la visita que hizo al Vaticano su predecesor, Karekin I, que fue huésped aquí del 23 al 26 de marzo de 1999. Aunque ya estaba gravemente enfermo, quiso participar en la inauguración de la exposición "Roma-Armenia", y visitarme personalmente.

Mis vínculos con él eran profundos, y tenía un gran deseo de visitarlo en Armenia, como signo de amistad. Pero las circunstancias me lo impidieron. Pido al Señor que colme a su servidor fiel de su luz y de su alegría en la comunión de los santos en el cielo.

La visita de Su Santidad a la Iglesia de Roma y a su Obispo tiene lugar durante el jubileo del año 2000. El 18 de enero de este año, en la inauguración de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, tuve la alegría de cruzar el umbral de la Puerta santa de la basílica de San Pablo extramuros junto con los representantes de muchas otras Iglesias y comunidades eclesiales. Le agradezco, Santidad, que haya participado en esa ceremonia mediante una delegación de la Santa Sede de Echmiadzin. En esa solemne ocasión expresé mi esperanza, que renuevo hoy, de que «el año de gracia 2000 sea para todos los discípulos de Cristo ocasión para dar nuevo impulso al compromiso ecuménico, acogiéndolo como un imperativo de la conciencia cristiana. De él depende en gran parte el futuro de la evangelización, la proclamación del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo» (Homilía en la apertura de la Puerta santa de la basílica de San Pablo extramuros, 18 de enero de 2000, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de enero de 2000, p. 12).

Pronto tendrá lugar otro jubileo: la celebración del XVII centenario del bautismo de Armenia. Su presencia aquí hoy, querido hermano, me brinda la oportunidad de desear a la Iglesia armenia un Año jubilar rico en bendiciones espirituales y beneficios pastorales. Nos uniremos a vosotros que, durante todo el jubileo, elevaréis oraciones de intercesión y de acción de gracias al Señor. El aniversario del bautismo de Armenia inspirará seguramente celebraciones y manifestaciones que evocarán la historia del pueblo armenio y de la Iglesia armenia. Se trata de una historia en la que se mezclan grandeza y persecución, alegría y dolor. Muy a menudo los hijos e hijas de Armenia han clamado al Señor con las palabras desgarradoras de san Gregorio de Narek: «Te imploro ahora, oh Señor, que asistes a las almas abatidas por la aflicción a causa de una enfermedad grave y dolorosa. No añadas penas a mis lamentos. Estoy herido, no me traspases; me castigan, no me condenes; me maltratan, no me atormentes. No me envíes al exilio, porque ya padezco persecución» (The Book of Prayer, XVII). La Iglesia armenia ha pagado un precio muy alto por su fidelidad al evangelio de Jesucristo. En la conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, el 7 de mayo de este año, recordé de modo especial los inmensos sufrimientos del pueblo armenio. Una vez más le doy las gracias, Santidad, por haber querido participar en esa liturgia a través de su representante. En efecto, «el ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La communio sanctorum habla con una voz más fuerte que los elementos de división» (Tertio millennio adveniente, 37).

Por gracia de Dios, Armenia ha recuperado su libertad e independencia. Sin embargo, afronta aún enormes desafíos. En el ámbito social y económico, hay que reconstruir las áreas afectadas gravemente por el terremoto de 1988, y revitalizar la industria y el comercio del país. En el ámbito cultural y religioso aún queda mucho por hacer para llenar el vacío espiritual que dejó una ideología atea y colectivista.

Son muchas las expectativas, pero también las dificultades. Espero que el pueblo armenio, con su rica diversidad, encuentre el modo de afrontar esos desafíos con un esfuerzo común. Ha llegado la hora de la libertad; este es el tiempo de la solidaridad. La Iglesia católica desea estar al lado de la Iglesia armenia apostólica y apoyar su ministerio espiritual y pastoral en favor del pueblo armenio, respetando totalmente su estilo de vida y su identidad característica. A esto nos llama el Señor, y no podemos desaprovechar las ocasiones que el Espíritu nos ofrece para trabajar juntos y dar un testimonio común.

Querido y venerado hermano en Cristo, pidamos al Señor que su peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y su primera visita a la Sede del Sucesor de Pedro, fortalezcan los vínculos entre la Iglesia católica y la Iglesia armenia apostólica. Oremos juntos para que la comunión que vivimos hoy abra nuevos caminos a la paz y a la reconciliación entre nosotros.

Que la santísima Madre de Dios proteja a la Iglesia armenia dondequiera que los cristianos armenios den testimonio de la verdad de que Jesucristo es el Señor, ayer, hoy y siempre.

 



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