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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA
COMO PREPARACIÓN PARA LA XVI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


Jueves 5 de abril de 2001

 

Amadísimos jóvenes de Roma, "centinelas de la mañana en esta alba del tercer milenio": 

1. Al entrar en esta plaza, observaros y escuchar las palabras de vuestros amigos y del cardenal vicario, he vuelto con la mente y con el corazón a los inolvidables momentos que vivimos juntos durante la XV Jornada mundial de la juventud, en agosto del año pasado. Es un recuerdo que no se borra de la memoria. No podemos menos de dar gracias al Señor por la Jornada mundial de la juventud del año 2000 y, al mismo tiempo, por el jubileo de los jóvenes. ¡Gracias a Dios y gracias a vosotros, amadísimos jóvenes amigos! Os saludo con afecto, y al mismo tiempo deseo recordar también a los jóvenes de la delegación canadiense, a quienes el domingo próximo entregaréis la cruz, que acompaña la peregrinación de las Jornadas mundiales de la juventud.

A la acción de gracias por la Jornada mundial de la juventud del año 2000 deseo unir mi agradecimiento por este encuentro, cuyo significativo título es:  ¡Rememos mar adentro! Queridos jóvenes romanos, esta es vuestra respuesta a la invitación que dirigí a toda la Iglesia, al término del jubileo, a "remar mar adentro", confiando en la palabra y en la presencia vivificante de Jesús.

Hoy concluimos idealmente la segunda fase del "laboratorio de la fe", que comenzó en Tor Vergata. En efecto, allí, al proponeros los elevados ideales del Evangelio, os pedí que perseverarais en vuestro a Cristo, para realizar todos vuestros ideales más nobles.

Precisamente en ese momento, cuando os "entregué nuevamente" el Evangelio y vosotros dijisteis "creo", comenzó para vosotros, jóvenes romanos, la segunda fase del "laboratorio de la fe". Gracias a la ayuda del Servicio diocesano para la pastoral juvenil, habéis emprendido un itinerario de reflexión, impulsados por el deseo de vivir juntos la misión de la Iglesia en esta ciudad. Habéis crecido en la comunión y en la convicción de que formáis parte viva de la Iglesia diocesana de Roma. Este camino os lleva hoy a responder juntos a la invitación de Jesús:  ¡Rememos mar adentro!

2. Remar mar adentro ¿para ir a dónde? La respuesta es clara:  para ir al encuentro del hombre, misterio insondable; y para ir a todos los hombres, océano ilimitado. Esto es posible en una Iglesia misionera, capaz de hablar a la gente y, sobre todo, capaz de llegar al corazón del hombre porque allí, en ese lugar íntimo y sagrado, se realiza el encuentro salvífico con Cristo.

Queridos amigos, en mi ministerio jamás me he cansado de encontrarme con las personas, y este es también el objetivo de las peregrinaciones y las visitas pastorales que realizo. Y, si Dios quiere, ni siquiera ahora, que siento el paso de los años, pienso detenerme, porque estoy convencido de que mediante el contacto personal con los hermanos se puede anunciar más fácilmente a Cristo.

Pero esta misión no es fácil; anunciar y testimoniar el Evangelio implica muchas dificultades. Sí, es verdad:  vivimos en un tiempo en el que la sociedad siente el fuerte influjo de modelos de vida que ponen en primer lugar, de manera egoísta, el poseer, el placer y las apariencias. El impulso misionero de los creyentes debe confrontarse con este modo de pensar y actuar. Pero no debemos tener miedo, porque Cristo puede cambiar el corazón del hombre y es capaz de realizar una "pesca milagrosa" cuando menos lo imaginamos.

3. Amadísimos muchachos y muchachas, consideremos ahora más directamente vuestra realidad. Vosotros —sobre todo los adolescentes— vivís una edad difícil, llena de entusiasmo, pero expuesta también a extravíos peligrosos. Por vuestra falta de experiencia corréis el riesgo de ser víctimas de especuladores de emotividad, que, en vez de estimular en vosotros una conciencia crítica, tienden a exaltar la despreocupación y a proponer opciones inmorales como valores. Reducen todo umbral entre el bien y el mal, y presentan la verdad con el perfil mudable de la oportunidad.

Deseo que tengáis a vuestro lado padres y madres que sean auténticos educadores; amigos sinceros, leales y fieles; personas maduras y responsables, que se preocupen por vosotros y os ayuden a tender hacia las metas elevadas que Jesús mismo propone en el Evangelio.

Quisiera dirigir aquí un apremiante llamamiento a todas las instituciones educativas, a fin de que se pongan sin ambigüedad al servicio de las nuevas generaciones para ayudarles a crecer de modo sereno y conforme a su dignidad. Me dirijo, ante todo, a las familias cristianas, a fin de que sean auténticas comunidades, "laboratorios" donde se eduque en la fe y en la fidelidad al amor; familias creyentes, dispuestas a ayudar a las que atraviesan dificultades, para que todo hijo que nazca pueda experimentar la tierna paternidad de Dios.

4. Para eso es preciso una auténtica revolución cultural y espiritual, que lleve el Evangelio a los ámbitos de la vida. Queridos jóvenes, convertíos en promotores de esta revolución pacífica, capaz de testimoniar el amor de Cristo a todos, comenzando por los más necesitados y los que sufren. Podéis hacer mucho si permanecéis unidos, rechazando a quienes os presenten metas fáciles, que rebajan el nivel y la calidad de la vida moral. Os habla un Papa que ya tiene ochenta años, pero que conserva un corazón joven, porque siempre ha querido caminar y desea seguir caminando con vosotros, jóvenes, que sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad.

También ahora me dirijo a vuestro corazón joven. Antes de que yo llegara aquí, a la plaza, habéis estado de fiesta con cantantes, danzantes y deportistas. Cuando ponen su profesionalidad al servicio de los valores verdaderos, pueden prestar un valioso servicio a la juventud. A ellos y a todos los que pueden influir de forma positiva, o negativa, en la vida de los muchachos y los jóvenes, les pido que tomen conciencia de su gran responsabilidad.

A vosotros, queridos muchachos y muchachas, os repito: estad atentos a lo que se os propone. Cuando os presenten palabras y estilos de vida antievangélicos, tened la fuerza de decir no.

5. "Remar mar adentro" significa rechazar todo lo negativo que se os ofrece, y poner vuestra creatividad y vuestro entusiasmo al servicio de Cristo. He escuchado las iniciativas con las que queréis emprender, junto con toda la comunidad diocesana, un camino de bien arduo pero fecundo. Os animo a trabajar en constante comunicación entre vosotros, con la ayuda de los servicios diocesanos para la pastoral juvenil. Asimismo, pido a los movimientos y a las nuevas comunidades que inserten sus experiencias en la Iglesia local y en las parroquias, para que tenga éxito esta obra misionera que siempre es preciso promover y realizar juntos.

Con la ayuda de los adultos y de los sacerdotes de vuestras comunidades organizad momentos formativos sobre las cuestiones actuales más importantes. Al compartir la vida de vuestros coetáneos en los lugares de estudio, de diversión, de deportes y de cultura, procurad llevarles el anuncio liberador del Evangelio. Reactivad los oratorios, adaptándolos a las exigencias de los tiempos, como puentes entre la Iglesia y la calle, con particular atención a los marginados, a quienes atraviesan momentos de dificultad, y a los que han caído en las redes del extravío y de la delincuencia. En la pastoral de la escuela y de la universidad esforzaos por organizar grupos estudiantiles y laboratorios culturales que sean un punto de referencia para vuestros amigos. No olvidéis tampoco acompañar a quienes viven momentos de dolor y enfermedad:  en esas situaciones es más fácil que nunca abrirse al Dios de la vida.

Que en la base de todo esté la relación diaria y sincera con el divino Maestro, es decir, la oración, la escucha de la palabra de Dios y la meditación, la celebración eucarística, la adoración de la Eucaristía y el sacramento de la confesión. A este propósito, me complace la hermosa iniciativa de muchos de vosotros de reuniros, todos los jueves por la noche, para rezar en la iglesia de Santa Inés en Agone, en la plaza Navona. Asimismo, acompañaré espiritualmente a los que participéis en la peregrinación a Tierra Santa, programada para el próximo mes de septiembre. Volver a las fuentes de la fe y a la oración no significa refugiarse en un vago sentimentalismo religioso, sino más bien contemplar el rostro de Cristo, condición indispensable para poder reflejarlo después en la vida.

6. Así pues, os propongo una vez más el arduo pero exaltante ideal evangélico. Amadísimos jóvenes, no tengáis miedo y no os sintáis solos. Junto a vosotros están vuestras familias, vuestros educadores y vuestros sacerdotes. También el Papa está cerca de vosotros. Y, sobre todo, está cerca de vosotros Jesús, el primero en obedecer a la voluntad del Padre y permitir que lo clavaran en la cruz para redimir al mundo. Como recordé en el Mensaje para la Jornada mundial de la juventud, que celebraremos el próximo domingo, el camino de la cruz es la senda que él nos propone.

Jóvenes centinelas de esta alba del tercer milenio, no temáis asumir vuestra responsabilidad misionera, que deriva de vuestro bautismo y de vuestra confirmación. Y si el Señor os llama a servirlo más de cerca en el sacerdocio o en un estado de consagración especial, seguidlo con generosidad.

Os acompaña a cada uno María, la joven Virgen de Nazaret, que dijo "sí" a Dios y dio a Cristo a la humanidad. Que os ayuden vuestros numerosos coetáneos cuya plena fidelidad al Evangelio ha reconocido la Iglesia, proponiéndolos como ejemplos dignos de imitar e intercesores que podéis invocar. Entre estos, quisiera recordar al beato Pier Giorgio Frassati, de cuyo nacimiento precisamente mañana se celebrará el centenario. Tratad de conocerlo. Su existencia de joven "normal" demuestra que se puede ser santos viviendo intensamente la amistad, el estudio, el deporte y el servicio a los pobres, mediante una relación constante con Dios. A él le encomiendo vuestro compromiso misionero.

En cuanto a mí, os acompaño con el afecto y la oración, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros, así como a vuestras familias y a los jóvenes de toda la ciudad de Roma.

 



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