DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PASTORES DE LAS IGLESIAS
DEL ASIA CENTRAL EN VISITA "AD LIMINA"
Viernes 9 de febrero de 2001
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:
1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido para la visita ad limina. He deseado ardientemente este encuentro fraterno, que expresa la comunión plena de vuestras Iglesias con el Sucesor de Pedro. En un momento tan intenso de unidad espiritual, el Señor nos hace experimentar su presencia, animándonos a confirmar nuestra disponibilidad personal para guiar el pueblo que su amor providente ha confiado a nuestro cuidado pastoral.
Hace un mes concluyó el gran jubileo del año 2000, y aún resuena en nosotros el eco de ese tiempo de gracia extraordinaria, durante el cual hemos vuelto a las fuentes de nuestra salvación. Ahora hemos reanudado el camino, manteniendo la mirada fija en Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8).
Agradezco a monseñor Jan Pawel Lenga las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Os saludo a cada uno con gran afecto. El testimonio que dais del Evangelio, así como la gran solicitud con la que cuidáis de la grey de Cristo, en las difíciles circunstancias en las que debéis trabajar, os honran y son motivo de gran consuelo también para mí. Después del largo período de la persecución y la dispersión, que causó múltiples sufrimientos y privaciones, y a veces incluso el martirio, ha llegado ahora el tiempo de la esperanza para vuestras pequeñas pero prometedoras comunidades. Conozco muy bien vuestro empeño y os aliento a perseverar en el esfuerzo emprendido: mirad siempre a Cristo, nuestra esperanza segura, y servidlo con corazón ardiente.
A la vez que os manifiesto estos sentimientos a vosotros, venerados hermanos, quisiera expresar a los fieles que os han sido encomendados mi deseo más vivo de una fidelidad al Evangelio cada vez más generosa. Pienso en el clero, en las personas consagradas, en los laicos, en los jóvenes, en las familias y especialmente en los que sufren en el cuerpo o en el espíritu.
2. Dios os ha puesto como pastores para que guiéis a vuestros pueblos con prudencia y mansedumbre, siendo para ellos modelos a los que puedan mirar con confianza (cf. 1 P 5, 2-3). Mediante vuestro ministerio, en comunión con el Papa, perpetuáis la obra misma de Cristo, el buen Pastor, que apacienta sus ovejas y cuida de ellas con incansable solicitud. Él santifica con su gracia a cuantos lo acogen y alimenta a la Iglesia con el don de los sacramentos.
Amadísimos hermanos, cumplid con esmero vuestra misión. Emulaos en la caridad recíproca; entablad entre vosotros un diálogo sincero y cordial; y ayudaos mutuamente, respetando las responsabilidades de cada uno. Que el amor que reina entre vosotros sea ejemplo para los sacerdotes que colaboran con vosotros y para los fieles, que os miran como faros luminosos que indican el camino por recorrer.
Que vuestro corazón se mantenga abierto a toda persona de buena voluntad. Con vuestras palabras y vuestras obras estimulad a cada uno a una provechosa colaboración para construir la Iglesia en un clima de concordia, laboriosidad y paz. No os desaniméis ante la inmensidad y complejidad de la mies, y el número exiguo de obreros. Tened confianza en Cristo, que sabe llevar todo a buen fin. Guiad a vuestras comunidades en su nombre, sin temor a dificultades u obstáculos.
3. Al encontrarme personalmente con vosotros, he podido comprender mejor las metas hacia las que tendéis y las problemáticas que os preocupan. Estoy fraternalmente cercano a vosotros, y os sostengo ante todo con mi oración. Tenéis un largo camino por recorrer, pero estoy seguro de que no os faltará el entusiasmo para avanzar rápidamente, superando los obstáculos con la contribución de todos.
Pienso, por ejemplo, en una correcta relación con las autoridades administrativas, de modo que vuestro ministerio se realice en un marco jurídico respetuoso de la ley del Estado y de vuestra legítima libertad. Pienso, también, en el entendimiento necesario con el clero diocesano y religioso, que debe ser cada vez más profundo. Sostened con vuestra oración y vuestra paternidad condescendiente a los sacerdotes y a los religiosos, impulsándolos a aprovechar, en la oración y la celebración fervorosa de la Eucaristía, las energías que brotan del encuentro diario con Cristo, sumo y eterno Sacerdote consagrado a la gloria del Padre. Que vuestra solicitud de pastores sepa valorar lo mejor de cada uno, de modo que los dones individuales contribuyan al bien común. La divina Providencia, que jamás abandona a quien confía en ella, os ayudará también con ulteriores recursos y con nuevos colaboradores en el ministerio sacerdotal, a fin de que compartan vuestra misión y se unan a vosotros en la solicitud por todo el pueblo de Dios.
Os encomiendo a la intercesión de María, Estrella de la evangelización y Reina de los apóstoles. Que ella os conforte y sostenga en vuestro esfuerzo apostólico diario. Os animen y apoyen, asimismo, el ejemplo y la intercesión de los santos protectores y de los testigos fieles de la fe, algunos de los cuales, también en vuestras tierras, han sellado con la sangre su adhesión a Cristo y al Evangelio.
Con estos sentimientos, y como prenda de mi afecto, os imparto a vosotros una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a toda la grey confiada a vuestros cuidados.
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