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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UNA PEREGRINACIÓN
DEL PATRIARCADO DE ANTIOQUÍA DE LOS GRECO-MELQUITAS


Lunes 12 de febrero de 2001

 

Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:
 

1. Los brazos del Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, se abren con alegría para acoger al patriarca de los greco-melquitas católicos, que ha venido para celebrar nuestra plena comunión eclesial. Con este gesto, abrazo espiritualmente a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos de la Iglesia greco-melquita católica aquí presentes, así como a todos sus miembros que, hoy, con su compromiso y a menudo a costa de grandes dificultades, proclaman su adhesión a Cristo.

No existe símbolo más profundo que el gesto litúrgico que hemos realizado:  celebrar la plenitud de la comunión eclesial compartiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor. En ellos resplandece la unidad de la Iglesia, así como su fe, su esperanza y su caridad. En ellos gustamos anticipadamente la alegría profunda que pedimos al Señor:  la del día en que todos los cristianos se unirán, tomando del único Pan y del único Cáliz la fuerza para dar un testimonio unánime de evangelización.

2. La unión con la sede de Roma no disminuye vuestra especificidad ni vuestras riquezas; al contrario, las fortalece y las transforma en un don valioso que enriquece a toda la catolicidad. El Papa aprecia vuestra adhesión y vuestra fidelidad a las tradiciones del Oriente cristiano, de las que con razón os sentís orgullosos; desea que siempre se conserven celosamente y se redescubran plenamente, para que sean accesibles a los hombres y las mujeres de hoy y así alimenten su vida cristiana. Sois una Iglesia fuerte, coherente, arraigada en su identidad:  proseguid vuestro compromiso pastoral, valorando los tesoros antiguos y dando respuestas adecuadas a los interrogantes de los hombres de hoy. Vuestros esfuerzos para integraros plenamente en el ambiente en  que  viven vuestros fieles demuestran que el cristianismo sabe acoger todo lo bueno que existe en las culturas y que al mismo tiempo puede enriquecer a esas culturas de manera fecunda.

Vuestro compromiso ecuménico también es particularmente apreciado. Os exhorto a encontrar en la liturgia divina la fuerza sacramental y el estímulo teológico para participar cada vez más activamente en la búsqueda de la unidad, con una valentía prudente, en unión con toda la Iglesia católica, para que llegue rápidamente el tiempo de la comunión plena.

3. Beatitud, le expreso mis mejores deseos fraternos para que el Espíritu fecunde la obra eminente a la que está llamado y sea un modelo para el pueblo que le ha sido confiado:  a ejemplo del buen Pastor, vele, con igual amor, por todas las ovejas del rebaño, edificándolas con su oración de sacerdote, con el amor apasionado del pater et caput que ha recibido la misión de guiarlas, y con el espíritu de universalidad que deriva de la pertenencia a la Iglesia católica:  eso le ayudará a situar sus decisiones y sus opciones en el ámbito más amplio del bien de la Iglesia y de la humanidad. Sea también un ardiente defensor de los débiles y un constructor incansable de la paz en el ambiente atormentado de Oriente Medio. Conserve siempre un lugar especial en su corazón para sus hijos de la diáspora, a fin de que, sabiéndose amados por su pastor, se sientan siempre miembros de su Iglesia madre y estén en unión fraterna con las demás comunidades católicas locales y con sus pastores. Vaya a todos, no con el poder y la riqueza de los hombres, sino únicamente con el amor desarmado de la pobreza de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecer a todos los hombres.

4. Beatitud, transmita mi saludo particularmente agradecido a su venerado predecesor, el patriarca Máximos V. A su celo pastoral se deben las numerosas realizaciones que han hecho progresar la Iglesia greco-melquita católica. Asegúrele el afecto y la gratitud del Papa, que ora por él y pide a Dios que le conceda la abundancia de sus consolaciones.

Al volver a su sede, tenga la seguridad de que la oración del Sucesor de Pedro lo acompaña. Que la cordialidad del santo beso que nos hemos intercambiado sostenga los esfuerzos y la alegría de su compromiso pastoral.

Con estos sentimientos, imparto de corazón a todos la bendición apostólica.



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