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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ESPIRITUAL
DE OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado: 

1. Me alegra dirigiros mi cordial saludo con ocasión de vuestro encuentro espiritual entre amigos del Movimiento de los Focolares, que se celebra durante estos días en el centro "Mariápolis" de Castelgandolfo. Gracias por esta visita, expresión de la comunión eclesial que os une al Sucesor de Pedro.

Os habéis dado cita para una reflexión común, mediante relaciones, experiencias y testimonios, sobre el estimulante tema:  "Cristo crucificado y abandonado:  raíz de la Iglesia-comunión". Al manifestaros mi profundo aprecio por esta iniciativa, que ha llegado a su XXV edición, os aliento a seguir las orientaciones que di en la carta apostólica Novo millennio ineunte. En efecto, en ella invito a todo el pueblo cristiano a fijar la mirada en el rostro de Cristo crucificado y resucitado, y a profundizar el misterio de dolor y amor del que nace y se renueva constantemente la Iglesia-comunión como icono vivo de la santísima Trinidad.

2. En la cruz de Cristo encontramos la fuente genuina de la salvación, la revelación suprema del amor de Dios y la raíz profunda de la comunión con Dios y entre nosotros. En la agonía de Jesús en la cruz, que parece el momento de la victoria de las tinieblas y del mal, en realidad se realiza el triunfo de Cristo a través de su amor obediente al Padre y solidario con los hombres, prisioneros del pecado. A este propósito, en la citada carta apostólica escribí:  "El grito de Jesús en la cruz (...) no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre por amor para la salvación de todos. Mientras se identifica con nuestro pecado, "abandonado" por el Padre, él se "abandona" en las manos del Padre" (Novo millennio ineunte, 26).

Por tanto, en Cristo crucificado y abandonado el mal y el pecado son derrotados definitivamente, y se hace posible la unidad plena de la humanidad con el Padre y de los hombres entre sí. Según las palabras del evangelista san Juan, inspiradas en un oráculo precedente del profeta Zacarías, los hombres "mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37). Este movimiento que converge hacia la cruz es orientado por Cristo hacia el Padre, para constituir en torno a él una nueva comunidad de amor. En verdad, nunca acabaremos de penetrar en el abismo de este gran misterio (cf. Novo millennio ineunte, 25).

3. El amor al Crucificado, contemplado en el momento culminante del sufrimiento y el abandono, constituye el camino real no sólo para hacer cada vez más efectiva la comunión en todos los niveles de la comunidad eclesial, sino también para abrir un diálogo fecundo con las otras culturas y religiones. Para ello os serán de gran ayuda los temas espirituales, las reflexiones teológicas y los testimonios con los que os confrontáis durante estos días.

De la contemplación del rostro de Cristo crucificado y abandonado derivan importantes consecuencias que llevan a vivir a fondo el gran misterio de la comunión contenido y revelado en él:  "Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo (...) ―escribí en la citada carta apostólica Novo millennio ineunte―, nuestra programación pastoral se inspirará en el "mandamiento nuevo" que él nos dio:  "Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34)" (n. 42).

En la transición histórica que estamos viviendo debemos cumplir una misión comprometedora:  hacer de la Iglesia el lugar donde se viva y la escuela donde se enseñe el misterio del amor divino. ¿Cómo será posible esto sin redescubrir una auténtica espiritualidad de la comunión? Es preciso ante todo percibir con los ojos del alma el misterio trinitario presente en nosotros, para saber captarlo después en el rostro de los demás. A nuestro hermano de fe debemos sentirlo como "uno que me pertenece" en la unidad misteriosa del Cuerpo místico. Sólo si acogemos a nuestro hermano, aceptando todo lo que hay de positivo en él, resulta posible comprender que es un don para mí (cf. ib, 43). Así vivida, la espiritualidad de la unidad y de la comunión, que caracteriza a vuestro Movimiento, dará seguramente frutos fecundos de renovación para todos los creyentes.

4. Venerados y queridos hermanos, a las profundizaciones y reflexiones de estos días dais la aportación de vuestra experiencia y de vuestro ministerio pastoral. Gracias a Dios, vosotros mismos sois testigos de los frutos de comprensión recíproca y de estrecha colaboración que están madurando en la Iglesia gracias al esfuerzo realizado por los diferentes movimientos. Sed vosotros mismos sus animadores generosos y responsables.

Haced del encuentro de estos días una ocasión propicia para crecer en esta dimensión, con el espíritu de colegialidad efectiva y afectiva que debe distinguir vuestra misión. Que el amor recíproco sea para vosotros motivo de aliento, de renovado vigor y de firme esperanza. Con estos sentimientos y deseos, invoco sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras comunidades eclesiales y sobre todos vuestros seres queridos la protección constante de la Virgen María, Madre de la unidad, al mismo tiempo que os imparto con afecto una bendición apostólica especial.

Vaticano, 14 de febrero de 2001

JUAN PABLO II



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