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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS DOMINICAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Viernes 5 de enero de 2001

 

He sabido con agrado que las madres capitulares se han reunido, durante estos días, a fin de reflexionar con usted sobre los medios idóneos para suscitar una renovación de la congregación, que le permita afrontar los desafíos del momento actual. Me alegra dirigir a usted y a las hermanas mi cordial saludo, a la vez que elevo junto con vosotras mi oración a Dios para que os conceda generosamente los dones de su Espíritu y os impulse a realizar opciones capaces de dar a vuestra familia religiosa renovado impulso en la obra de evangelización, que acompaña desde los comienzos vuestro compromiso en la Iglesia.

Surgida en Sicilia a fines del siglo XIX, gracias al celo del padre dominico Timoteo Longo, conjuga el espíritu, las tradiciones y los ideales de evangelización de la Orden de los Frailes Predicadores. Por tanto, la congregación hace suya la unidad de vida entre la interioridad contemplativa y la acción apostólica, realizada por santo Domingo, y se esfuerza constantemente por alimentarla en la celebración comunitaria de la sagrada liturgia, en la oración, en el estudio y en la comunión fraterna.

La evangelización es fin específico de vuestro instituto, que se propone de modo particular la promoción humana y cristiana de la juventud a través de la enseñanza, la pastoral juvenil, la catequesis familiar en las parroquias y las misiones populares. Amadísimas hermanas, con este XV capítulo general queréis profundizar la actualidad de vuestro carisma y las opciones operativas que exige. En efecto, las transformaciones sociales y culturales requieren un renovado y creativo compromiso apostólico. Expreso mi profundo aprecio por vuestra voluntad de discernimiento comunitario. El riquísimo patrimonio espiritual que habéis recibido os ayudará a encontrar los caminos convenientes para transmitir adecuadamente el Evangelio a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo. Esta obra será tanto más eficaz y creíble cuanto más se base en una intensa comunión fraterna. Por tanto, os animo a vigilar constantemente para que la vida comunitaria y las actividades apostólicas se mantengan en equilibrio armonioso.

Por todos estos motivos de reflexión y compromiso, deseo aseguraros mi apoyo espiritual. Estoy seguro de que con la ayuda de Dios sabréis encontrar valores y estímulos positivos también en las situaciones actuales, muy diferentes de las de otros tiempos. Seguid manteniendo vivo el espíritu que os ha sostenido en los decenios pasados. Os impulsa a amar a vuestros hermanos, especialmente a los jóvenes, como son, a buscarlos donde se encuentran y a acogerlos, para que ellos, a su vez, acojan a Cristo. Oro para que esta renovación vaya acompañada siempre por la solidez de la formación, en todos los niveles, a fin de que las comunidades sean vivas, fervorosas y activas.

Encomiendo estas intenciones a María santísima, Sede de la sabiduría, y bendigo de corazón a usted, a las capitulares y a toda la congregación.



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