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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS HERMANAS AGUSTINAS SIERVAS DE JESÚS Y MARÍA


Lunes 22 de enero de 2001

Amadísimas hermanas: 

1. Me alegra acogeros hoy y daros mi cordial bienvenida, al final de las celebraciones con motivo del 150° aniversario del fallecimiento de la madre María Teresa Spinelli, fundadora de vuestra congregación religiosa. Os saludo con afecto a todas y, en especial, a la superiora general, madre Atanasia Buhagiar, a sus consejeras y a cuantos, con diferentes funciones, componen el comité organizador de las fiestas conmemorativas. Con esta visita deseáis reafirmar vuestra sincera devoción al Vicario de Cristo y vuestra plena adhesión a su magisterio, según el espíritu de vuestra fundadora, que os ha dejado como herencia la consigna de una fidelidad sin reservas al Sucesor de Pedro.

Justamente contempláis a esta mujer extraordinaria con profunda admiración. Nació en Roma en 1789. Habiendo abrazado la vida religiosa en 1827, fue humilde y generosa imitadora de santa Rita de Casia. Estoy seguro de que el estudio, que habéis realizado durante este año, de las fuentes de su espiritualidad y de su obra suscitará en cada una de vosotras, sus hijas espirituales, una viva conciencia de la validez y la actualidad de su método apostólico. Así podréis dar una significativa contribución al esfuerzo de la nueva evangelización, que implica a toda la comunidad eclesial.

2. Con ocasión de este importante aniversario, tenéis el propósito de reflexionar en las intuiciones carismáticas que caracterizaron el nacimiento de vuestra familia religiosa. Esta vuelta a las raíces, que la Iglesia propone con insistencia a los institutos religiosos, no consiste en mirar con nostalgia al pasado. Más bien se trata de reanudar en nuestros días, con renovado entusiasmo, el compromiso de los orígenes, manteniendo inalterado el espíritu de los fundadores, aunque con las oportunas adaptaciones que imponen las nuevas situaciones.

Acaba de concluir el Año santo y con la carta apostólica Novo millennio ineunte he querido invitar a la Iglesia a "remar mar adentro". Amadísimas hermanas, os lo repito a vosotras:  ¡es preciso recomenzar desde Cristo! Sí, también para vosotras ha de ser el compromiso principal. No apartéis vuestra mirada del rostro del Señor:  contempladlo en la oración continua y servidlo mediante la acción caritativa entre los humildes y los necesitados.

Esforzaos por armonizar la dimensión contemplativa y el impulso misionero, que constituyen los dos pilares fundamentales de vuestra identidad religiosa, según el ejemplo comprometedor de la madre Spinelli.

3. Quien permanece en contacto incesante con el Señor es capaz de responder mejor a las expectativas de los hombres, especialmente de los que atraviesan dificultades. "El Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres" (Vita consecrata, 82). Lo comprendió muy bien vuestra fundadora, que se sintió impulsada a brindar el calor de una familia a numerosas criaturas privadas de la natural. Sólo quien se ha encontrado personalmente con Cristo puede hablar de él con eficacia al corazón de sus hermanos y llevarlos a hacer una experiencia tan profunda de su amistad que se sientan interiormente tocados y transformados.

Vuestra madre fundadora y sus primeras compañeras, impregnadas de espiritualidad agustiniana, pudieron realizar un modelo de comunión basado en el de la primera comunidad apostólica. También vosotras debéis seguir caminando en esa dirección, recordando muy bien que la centralidad de la vida fraterna, expresada en la Regla de san Agustín de Hipona, consiste en ser realmente "cor unum et anima una in Deum".

4. Amadísimas hermanas, sois parte viva de la Iglesia, y vuestra madre fundadora solía repetir:  "Entrego de corazón mi vida a Dios para gastarme por el bien de la Iglesia y de los pobres pecadores". Seguid su ejemplo; caminad tras sus huellas, orando a diario en comunidad por cuantos trabajan en favor de la preservación de la fe y la difusión del mensaje evangélico.

Imploro sobre cada una de vosotras la continua asistencia de la Virgen santísima, para que, con la ayuda de ella, Madre y modelo de toda consagración, podáis ser fieles a vuestra vocación.

Con estos deseos, os imparto de corazón una especial bendición apostólica a vosotras, al consejo general, a los miembros de vuestra familia religiosa y a cuantos se unen a vosotras en esta significativa celebración jubilar.



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