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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL 
DE COREA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM" 

Sábado 24 de marzo de 2001

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. Con gran afecto en el Señor os doy la bienvenida a vosotros, obispos de Corea, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Habéis venido una vez más en peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, para confesar la fe apostólica y orar por vuestro ministerio episcopal y por las necesidades de la Iglesia en vuestro país. En este encuentro celebramos juntos los vínculos de verdad y comunión que unen a vuestras Iglesias locales con la Sede de Pedro. Mientras contempláis el testimonio dado por los Apóstoles usque ad effusionem sanguinis, podéis reflexionar en  vuestro ministerio a la luz de su enseñanza y de su ejemplo, y sacar nueva inspiración para vuestro trabajo al  servicio  del  Evangelio y de la edificación del cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Mi pensamiento vuelve a las dos visitas que realicé a vuestro país, cuando comprobé personalmente cómo ha crecido y florecido la Iglesia desde que la semilla del Evangelio fue sembrada por primera vez, hace más de dos siglos. En efecto, este año conmemoráis el bicentenario de la primera gran ola de persecuciones en Corea, que causó el martirio de más de trescientos fieles. Aquellos hombres y mujeres santos llevaban en su corazón las palabras del Apóstol de los gentiles:  "Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" (Flp 3, 8). El primer sacerdote nativo de Corea, san Andrés Kim Taegon, a quien tuve la alegría de canonizar en 1984, instaba a los fieles a aceptar la persecución, puesto que la Iglesia en Corea no debía ser ajena a los sufrimientos de Cristo y de los Apóstoles. El sacrificio de vuestros mártires, aceptado voluntariamente por amor a nuestro Señor Jesucristo, que los había conquistado, como había hecho con san Pablo (cf. Flp 3, 12), ha suscitado realmente una abundante cosecha, y debemos orar para que siga siendo fuente de orgullo, esperanza, fuerza e inspiración para todos los cristianos de la península.

2. Dos importantes acontecimientos constituyen el marco de vuestra actual visita ad limina:  la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos y la experiencia, llena de gracias, del gran jubileo del año 2000. Algunos de vosotros participasteis en aquella asamblea, que tuvo lugar en abril y mayo de 1998 y fue ocasión para una provechosa y rica reflexión sobre los desafíos planteados a la evangelización en un continente donde los cristianos constituyen una minoría muy pequeña. El Sínodo, inspirándose en el tema:  Jesucristo, el Salvador, y su misión de amor y servicio en Asia"para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10), examinó los caminos que "ilustran y profundizan la verdad sobre Cristo como único mediador entre Dios y los hombres, y como único redentor del mundo" (Tertio millennio adveniente, 38). Sobre la base de la exhortación apostólica Ecclesia in Asia y prosiguiendo la experiencia del gran jubileo del año 2000, la tarea que tenéis por delante consiste en recoger los frutos de esas celebraciones y poner sólidos cimientos para una nueva primavera del cristianismo en vuestro país y en todo el continente.

Al terminar el "año de gracia" que fue el jubileo para toda la Iglesia, en la carta apostólica Novo millennio ineunte ofrecí algunas consideraciones acerca de cómo aprovechar sus numerosas bendiciones y hacer fructificar las gracias recibidas mediante decisiones y líneas de acción (cf. n. 3). El éxito de todas nuestras iniciativas dependerá en última instancia de que se basen en Cristo mismo, que sigue acompañando a la Iglesia en su peregrinación "hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). En cierto sentido, el programa que debemos aplicar ya existe:  se encuentra en el Evangelio y en la tradición viva de la Iglesia. Está centrado en Cristo mismo, "al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (Novo millennio ineunte, 29). Aunque tiene en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar con vistas al verdadero diálogo y a la comunicación eficaz, este programa no cambia según las actitudes predominantes. Tenéis la responsabilidad de identificar constantemente las características de un plan pastoral adaptado a las necesidades y a las aspiraciones del pueblo de Dios, plan que permita a todos escuchar cada vez más claramente la buena nueva de Cristo y haga que las verdades y los valores del Evangelio influyan cada vez más en las familias, en la cultura y en la sociedad misma. Los sucesores de los Apóstoles jamás deberían tener miedo de proclamar la verdad plena sobre Jesucristo, con toda su realidad y sus exigencias estimulantes, puesto que la verdad encierra en sí la fuerza para atraer el corazón humano hacia todo lo que es bueno, noble y hermoso.

3. A este respecto, me agrada especialmente saber que estáis comprometidos en la promoción del apostolado bíblico. Disponer de una traducción coreana moderna de la Biblia, proyecto que habéis emprendido con ocasión del bicentenario de la llegada de la fe a vuestra tierra, hace posible que todos los fieles tengan acceso directo a la palabra salvífica de Dios. Es preciso recomendar de modo especial la antigua práctica de la "lectio divina" como instrumento poderoso de evangelización, dado que la lectura devota de la sagrada Escritura nos pone en contacto con "la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia" (ib., 39). En particular, habría que introducir a los jóvenes en el conocimiento de las Escrituras ―la "escuela de fe"― desde temprana edad, para que descubran la figura auténtica de Jesús, que los ama, responde a sus aspiraciones más profundas y los llama a seguirlo con un corazón generoso e indiviso.

Por mandato de Cristo, el obispo está llamado a enseñar ―"a tiempo y a destiempo" (2 Tm 4, 2)― la fe inmutable de la Iglesia, tal como debe aplicarse y vivirse hoy. En su diócesis, el obispo enseña la fe con la autoridad que brota de su ordenación episcopal y de su comunión con el Colegio episcopal bajo su cabeza (cf. Lumen gentium, 22). Enseña de modo pastoral, procurando irradiar la luz del Evangelio sobre los problemas actuales y ayudando a los fieles a vivir plenamente su vida cristiana en medio de los desafíos de la sociedad contemporánea. A este respecto, es importante que apoyéis y estimuléis la tarea de los teólogos cuando reflexionan en el ámbito de la fe sobre los modos de comunicar el mensaje cristiano de una manera cada vez más eficaz y adecuada a la situación local. Al mismo tiempo, debéis esforzaros por salvaguardar la interpretación auténtica de la enseñanza de la Iglesia, y así asegurar que la Iglesia particular permanezca en la verdad, la única que salva y libera. Se requiere discernimiento sobrenatural para defender "el buen depósito que os ha confiado el Espíritu Santo que habita en vosotros" (2 Tm 1, 14).

4. En vuestra patria afrontáis el desafío de una mentalidad cada vez más materialista, que mina muchos de los valores humanos auténticos en los que se apoya tradicionalmente la sociedad coreana. Esto exige un compromiso renovado para afrontar la profunda crisis de valores y fortalecer el sentido de lo trascendente en la vida de los fieles. Es digna de elogio vuestra reciente iniciativa de promover el evangelio de la vida mediante la creación de una subcomisión especial dependiente de la Comisión para la doctrina de la fe de vuestra Conferencia, para abordar las cuestiones relativas a la bioética; también lo es vuestra firme oposición al aborto, no sólo porque constituye una terrible ofensa a la vida, don de Dios, sino también porque introduce en la sociedad una actitud relativista con respecto a todos los principios morales y éticos fundamentales.

En esta, como en otras muchas áreas de la vida de la Iglesia, el papel de los fieles laicos es indispensable. Es muy significativo que la fe haya llegado a vuestra patria a fines del siglo XVIII gracias a los esfuerzos tenaces de laicos comprometidos. Entre los que murieron durante la persecución de 1801 figura la primera mujer catequista de Corea, Columba Kang Wansuk, que difundió intrépidamente el Evangelio en Seúl y en todo el país antes de ser ejecutada con cuatro compañeros que se habían convertido gracias a ella. De los 103 mártires canonizados en 1984, sobre todo víctimas de las persecuciones de 1839 y 1866, 92 eran laicos. ¡Qué mejor inspiración para los fieles laicos de Corea en su compromiso generoso de evangelización, catequesis y promoción de la doctrina social católica y de las obras caritativas, que este testimonio y esta herencia! Os corresponde a vosotros la tarea de discernir los dones de los laicos, fomentar entre ellos una conciencia más profunda de la misión en la que participan en la comunión de la Iglesia, y animarlos a aprovechar sus talentos para la renovación de la sociedad y la difusión de una cultura basada en el respeto a toda persona humana.

5. Vuestros colaboradores más íntimos en la obra de evangelización son los sacerdotes, llamados con la ordenación a ser verdaderos pastores de la grey, predicadores del evangelio de la salvación y ministros dignos de los sacramentos. Corea ha sido bendecida con un elevado número de vocaciones sacerdotales, con pastores cuya vida ha sido profundamente marcada por su fidelidad a Cristo y por su entrega generosa a sus hermanos y hermanas. Es importante que los fieles vean a sus sacerdotes como hombres que, con su mente y su corazón, tienden a lo espiritual (cf. Rm 8, 5), hombres de oración, comprometidos en su ministerio sacerdotal y que destacan por su integridad moral. El nuevo Pontificio Colegio Coreano, aquí en Roma, es un signo de vuestra decisión de garantizar que vuestros sacerdotes reciban una sólida formación permanente, que les ayudará a dar un testimonio convincente de Cristo y a cumplir los deberes de su ministerio con entrega y alegría.

Os animo a prestar particular atención a la formación de quienes enseñarán en los seminarios. No sólo deben tener una preparación completa en las ciencias sagradas, sino también una formación específica en las áreas de la espiritualidad sacerdotal, en el arte de la dirección espiritual y en los otros aspectos de la difícil y delicada tarea que les espera en la formación de los futuros sacerdotes (cf. Ecclesia in Asia, 43). Una vez más dirijo palabras de aliento a la Sociedad de misiones extranjeras de Corea, pidiendo al Señor que bendiga su labor y le conceda un aumento de vocaciones para la vasta cosecha que la Iglesia espera en el tercer milenio cristiano.

6. Los documentos del concilio Vaticano II contienen numerosas referencias acerca de la importancia para la Iglesia universal y para cada Iglesia particular del testimonio y el apostolado de los hombres y mujeres consagrados. Mediante la observancia de los consejos evangélicos, hacen visible en la Iglesia la forma que el Verbo encarnado asumió durante su vida terrena (cf. Vita consecrata, 14). Son un signo de la nueva creación inaugurada por Cristo y hecha posible en nosotros por la gracia y la fuerza del Espíritu Santo, testimoniando la supremacía de Dios y la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús (cf. Flp 3, 8). Además de las diversas e inestimables formas de servicio que los hombres y mujeres consagrados prestan en las obras de caridad, en el apostolado intelectual y en la asistencia sanitaria, así como en las demás áreas de la actividad eclesial, su carisma específico consiste en dar una respuesta a la gran demanda actual de auténtica espiritualidad, que en gran parte se expresa como una búsqueda de oración y de dirección espiritual. Os invito a cultivar la vida consagrada como don especial de Dios a vuestras comunidades locales y a brindar a los hombres y mujeres consagrados el apoyo de vuestro ministerio y de vuestra amistad.

7. Queridos hermanos en el episcopado, vuestra tierra natal está presente con frecuencia en mis oraciones. Me alegra oír hablar de los progresos realizados con vistas a la reconciliación, la comprensión mutua y la cooperación entre todos los miembros de la familia coreana. Este es un campo de acción y de servicio en el que la Iglesia que presidís debería comprometerse decididamente día a día, discerniendo y siguiendo los signos que le ofrece la Providencia. Proporcionar ayuda material y espiritual a la comunidad católica y a toda la población de Corea del Norte, de modo apropiado y con caridad pastoral, será indudablemente un paso positivo hacia la reconciliación. Ruego a Dios todopoderoso que siga bendiciendo los esfuerzos de quienes trabajan por el bien de todo el pueblo de la península.

Os agradezco una vez más vuestra generosidad y vuestro compromiso en el cumplimiento de los deberes de vuestro ministerio episcopal, así como la comunión espiritual y el apoyo que siempre me habéis brindado. A los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de Corea les expreso una vez más mi aliento cordial, y, de modo especial, ruego por los ancianos y los enfermos, cuyos sufrimientos en unión con el Señor crucificado son una fuente de inmensa riqueza espiritual para todo el pueblo de Dios. Con estos sentimientos, os encomiendo a todos vosotros a María, Madre del Redentor, y a ella le confío las necesidades de la Iglesia en Corea, así como las alegrías y las dificultades de vuestro ministerio. Pido al Espíritu Santo que conceda a vuestras diócesis una nueva efusión de gracia y energía para la misión que aún queda por cumplir. A cada uno de vosotros y a los miembros de la Iglesia en vuestro país os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

 



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