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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO INTERNACIONAL
ORGANIZADO POR LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO


Viernes 8 de febrero de 2002

 

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas: 

1. Me alegra particularmente dirigiros mi saludo mientras participáis en el IV Encuentro internacional de obispos y sacerdotes amigos de la Comunidad de San Egidio. Habéis venido a Roma de diversas partes del mundo para vivir juntos algunos días de reflexión sobre el primado de la santidad y de la oración en la misión de la Iglesia. Sé que han querido participar en el encuentro también personas pertenecientes a otras Iglesias y comunidades eclesiales. Con alegría les doy mi bienvenida y las saludo fraternalmente. El inicio de este nuevo milenio exige a todos los seguidores de Cristo  mayor fidelidad en la adhesión al Evangelio y en la búsqueda de la unidad.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que indico algunas perspectivas prioritarias para la Iglesia después del jubileo, exhorté a "remar mar adentro" con valentía en el mar del nuevo milenio. No partimos confiando en nuestras pobres fuerzas, sino en la certeza de la ayuda del Señor, como él aseguró mientras subía al cielo:  "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Entre las dimensiones decisivas del camino de la Iglesia están la santidad y la oración:  "Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración" (Novo millennio ineunte, 32). "Sí, queridos hermanos y hermanas -concluía-, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas "escuelas" de oración" (ib., 33). La Comunidad de San Egidio ha tomado su fuerza de amor precisamente del esfuerzo por llegar a ser "escuela de oración". Todas las tardes, en Roma, sus miembros se reúnen en la basílica de Santa María en Trastévere para orar. Lo mismo hacen los miembros de la Comunidad en las iglesias esparcidas en muchas otras partes del mundo.

2. Las reflexiones que hagáis durante estos días y las resoluciones que toméis están destinadas a enriquecer vuestro bagaje espiritual y pastoral para el futuro. El siglo recién iniciado espera que el Evangelio se comunique sin glosa, como solía decir san Francisco; espera discípulos que sean testigos coherentes hasta sus últimas consecuencias. Tenemos vivo el recuerdo de los innumerables obispos, sacerdotes y fieles que durante el siglo XX dieron su vida por el Evangelio. Ojalá que el testimonio de estos "nuevos mártires", que quise recordar de modo particular durante el jubileo, sea para todos nosotros una valiosa herencia.

Estoy seguro de que la amistad con la Comunidad de San Egidio os resultará benéfica tanto en el plano personal como en el eclesial. Me he encontrado con la Comunidad desde el comienzo de mi pontificado, y he podido constatar su vitalidad espiritual y su celo misionero. La he visto trabajar en la Iglesia de Roma y, desde aquí, encaminarse por las sendas del mundo. Me agrada recordar un hermoso canto que la acompaña por doquier:  "No tenemos muchas riquezas, sino sólo la palabra del Señor". Este canto, eco de las palabras de Pedro al paralítico sentado  junto a la puerta Hermosa del Templo (cf. Hch 3, 6), recuerda que el Evangelio es la verdadera fuerza de la Iglesia y su riqueza. Lo era al comienzo y lo es aún hoy, en el alba del nuevo siglo.

3. Sé que ayer habéis celebrado el aniversario de la Comunidad de San Egidio en la basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma. A la vez que agradezco a monseñor Vincenzo Paglia las palabras que me ha dirigido, saludo de corazón al profesor Andrea Riccardi, que en aquel 7 de febrero de 1968 inició el camino de la Comunidad. Ya han pasado 34 años. Han sido años de escucha del Evangelio y de amistad con todos.

Podría decirse que la amistad caracteriza todas las dimensiones de la vida de la Comunidad de San Egidio. La amistad vivida con sensibilidad evangélica es un modo eficaz de ser cristianos en el mundo:  permite superar fronteras y colmar distancias, incluso las que parecen insuperables. Se trata de un verdadero arte del encuentro, de una solícita atención al diálogo y de un celo amoroso por comunicar el Evangelio. Esta amistad se transforma en fuerza de reconciliación; una fuerza realmente necesaria en este tiempo dramáticamente marcado por conflictos y enfrentamientos violentos.

4. Acabamos de celebrar el encuentro de oración por la paz en la ciudad de san Francisco. Desde el primer encuentro de 1986, la Comunidad ha organizado, año tras año, encuentros que han hecho soplar el "espíritu de Asís" en el cielo de diversas ciudades europeas. De ahí ha nacido un singular movimiento de hombres y mujeres de distintas religiones, los cuales, sin confusión alguna, imploran de Dios incesantemente la paz para todos los pueblos.

Que el inicio de este milenio, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, amigos de la Comunidad de San Egidio, os encuentre a todos atentos a la llamada del Señor, para que "reméis mar adentro" a fin de comunicar a todos los pueblos el Evangelio del amor. Con este deseo, asegurándoos mi oración, os bendigo a todos de corazón.

 



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