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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES


Jueves 21 de noviembre de 2002

 

Señores cardenales;
venerados patriarcas de las Iglesias orientales católicas;
amadísimos hermanos en el episcopado: 

1. Con gran alegría os acojo a todos vosotros, que participáis en la asamblea plenaria de la Congregación para las Iglesias orientales. Os agradezco vuestra presencia y os saludo con afecto.
Saludo de modo especial a Su Beatitud el cardenal Ignace Moussa Daoud, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Extiendo mi cordial saludo al secretario, al subsecretario de la Congregación para las Iglesias orientales y a todos los colaboradores.

2. Vuestro dicasterio está llamado a ayudar al Obispo de Roma en el ejercicio de su supremo oficio pastoral en todo lo que respecta a la vida de las amadas Iglesias orientales y a su testimonio evangélico. La presente plenaria presta una oportuna atención a tres temas, que abordan aspectos importantes de la vida de las Iglesias católicas orientales.

En el primer tema habéis tomado en consideración la actividad desarrollada por la Congregación para las Iglesias orientales durante estos últimos cuatro años. Me complace constatar lo que habéis realizado durante este período, y os animo a proseguir con determinación por el camino emprendido. Conozco la prioridad que vuestra Congregación ha dado a la renovación litúrgica y catequística, así como a la formación de los diversos componentes del pueblo de Dios, comenzando por los candidatos a las órdenes sagradas y a la vida consagrada.

Esta acción formativa es inseparable de la atención permanente a los respectivos formadores.

Quisiera recordar aquí lo que dije a este respecto en la exhortación Pastores dabo vobis: «Es evidente que gran parte de la eficacia formativa depende de la personalidad madura y recia de los formadores, bajo el punto de vista humano y evangélico» (n. 66).

Aprovecho de buen grado esta ocasión para enviar, a través de vosotros, un saludo cordial a los superiores y a los alumnos de los diferentes colegios e institutos que la Congregación sostiene en Roma. Espero que cuantos tienen la posibilidad de ser acogidos en ellos reciban una formación completa y crezcan en un amor cada vez más ardiente a la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. La  diversidad  de ritos no debe hacer olvidar que todos los católicos forman parte de la única Iglesia de Cristo.

3. Una importancia del todo particular reviste también el tema concerniente al procedimiento de las elecciones episcopales en las Iglesias patriarcales. Me alegrará considerar atentamente vuestras propuestas, a la luz de las relativas normas del Código de cánones de las Iglesias orientales. En efecto, en ellas he querido establecer un modus procedendi que salvaguarde al mismo tiempo las prerrogativas de los responsables de las Iglesias y el derecho del Romano Pontífice de intervenir "in singulis casibus" (Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 9). Este modo, con mayor posibilidad de comunicación, impensable en el pasado, permite a la Cabeza del Colegio de los obispos poder admitir a la comunión jerarquía —sin la cual "episcopi in officium assumi nequeunt" (Lumen gentium, 24)— a los nuevos candidatos con su "assensus", en la medida de lo posible, previo a la misma elección. En todo caso, cuando se señalen a la Santa Sede dificultades en la aplicación de las normas canónicas vigentes, se tratará de ayudar a superarlas, con espíritu de colaboración activa.

Sin embargo, con respecto a las normas, que en esta delicada materia fueron elaboradas juntamente con todos los patriarcas orientales, reafirmo cuanto dije sobre el principio de la territorialidad, con ocasión de la presentación del Código de cánones de las Iglesias orientales al Sínodo extraordinario de los obispos de 1990:  "Tened fe en que el "Señor de los señores" y "Rey de reyes" nunca permitirá que la diligente observancia de estas leyes haga daño al bien de las Iglesias orientales" (Discurso, 25 de octubre de 1990, n. 12:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de noviembre de 1990, p. 10).

4. Por último, venerados hermanos, quisiera subrayar cuán importante es también estudiar, con una visión de conjunto, los temas relativos al estado de las Iglesias orientales y sus perspectivas de renovación pastoral. En efecto, cada comunidad eclesial particular no debe limitarse a estudiar sus problemas internos. Antes bien, debe abrirse a los grandes horizontes del apostolado moderno, a los hombres de nuestro tiempo, de modo especial a los jóvenes, a los pobres y a los "alejados". Son conocidas las dificultades que encuentran las comunidades orientales en no pocas partes del mundo. Su escaso número, la penuria de medios, el aislamiento y la condición de minoría impiden frecuentemente una serena y provechosa acción pastoral, educativa, asistencial y caritativa. Se verifica también un incesante flujo migratorio hacia occidente por parte de los miembros más prometedores de vuestras Iglesias.

¿Y qué decir de los sufrimientos en Tierra Santa, y en otros países orientales, arrastrados a una peligrosa espiral que parece humanamente irrefrenable? ¡Que Dios haga cesar cuanto antes este torbellino de violencia! Hoy quisiera elevar una ferviente invocación de paz, por intercesión del beato Juan XXIII, al acercarse el cuadragésimo aniversario de la promulgación de su célebre encíclica Pacem in terris. Él, que vivió mucho tiempo en Oriente y amó tanto a las Iglesias orientales, presente nuestra súplica al Señor. Interceda también para que estas Iglesias no se cierren en las fórmulas del pasado, sino que se abran a la sana actualización que él mismo deseó en la línea de la sabia armonía entre "nova et vetera".

5. La Iglesia latina recuerda hoy la Presentación de la bienaventurada Virgen María en el templo, memoria litúrgica celebrada en Oriente desde el siglo VI. A la Madre de Dios, que, movida por el Espíritu, se entregó totalmente al Señor, le encomiendo la vida y la actividad de vuestras comunidades. En estos años he podido visitar muchas de ellas:  desde el Oriente Próximo hasta África, desde Europa hasta la India. Invoco la protección de la Virgen santísima sobre todos esos hermanos y hermanas nuestros, en particular sobre los que, en Tierra Santa y en Irak, pasan por momentos difíciles de gran sufrimiento.

Con estos sentimientos, os renuevo a cada uno mi gratitud por los servicios que prestáis a la Iglesia, y os imparto de corazón a todos la propiciadora bendición apostólica.



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