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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL NOVENO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL EN VISITA "AD LIMINA" 


Martes 26 de noviembre de 2002

 

Venerados hermanos en el episcopado

1. Los discípulos del Señor, formados para una fe adulta, están llamados a anunciar y promover en el mundo, dominado hoy por crecientes incertidumbres y temores, las realidades trascendentes de la vida nueva en Cristo. Al mismo tiempo, deben sentirse comprometidos a contribuir activamente a la promoción integral del hombre, a la afirmación del diálogo y de la comprensión entre las personas y los pueblos, y al progreso de la justicia y de la paz. Como recuerda la Carta a Diogneto, los cristianos son "el alma del mundo" (6, 1). ¡Ojalá que todo fiel comprenda, con renovada conciencia, su misión de ser alma del mundo!

Esta es vuestra principal preocupación, amadísimos pastores de las amadas Iglesias de las regiones sur 3 y 4. A ella os referís insistentemente en vuestros planes pastorales, al ver en ella un exigente desafío misionero, por el que toda la comunidad debe sentirse seriamente interpelada. A la vez que os manifiesto mi aprecio por vuestro generoso trabajo apostólico, os dirijo a cada uno mi saludo fraterno y agradecido. En particular, agradezco a monseñor Dadeus Grings, arzobispo de Porto Alegre y presidente de la región sur 3, los sentimientos cordiales que me ha expresado en vuestro nombre; envío un saludo afectuoso también a los obispos que ya han dejado el ministerio pastoral directo. El Señor de la mies, que os ha llamado a trabajar en su campo, os colme a todos de su benevolencia.

2. En un ambiente donde con frecuencia se usa la libertad de expresión como arma para difundir mensajes contrarios a las enseñanzas de la moral cristiana, no ha de faltar la franca presencia pública del pensamiento católico. La Iglesia, fiel al mandato de Cristo, insiste en que la verdadera y perenne "novedad de las cosas" proviene del poder infinito de Dios:  es Dios quien renueva todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Los hombres y las mujeres redimidos por Cristo participan en esta novedad y son sus colaboradores dinámicos. Una fe socialmente insignificante no sería la fe exaltada por los Hechos de los Apóstoles y por los escritos de san Pablo y de san Juan.

La Iglesia no pretende usurpar tareas y prerrogativas del poder político; pero sabe que debe ofrecer también a la política su contribución específica de inspiración y de orientación acerca de los grandes valores morales. La imperiosa distinción entre Iglesia y poderes públicos no debe hacer olvidar que ambos se dirigen al hombre; y la Iglesia, "experta en humanidad", no puede renunciar a inspirar las actividades políticas con el fin de orientarlas al bien común de la sociedad. Una misión tan comprometedora requiere audacia, paciencia y confianza; no es una empresa fácil, sobre todo en nuestros días, porque, como vosotros mismos notáis, la sociedad moderna se caracteriza por una evidente desorientación ideal y espiritual.

3. En el número 12 de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, destinada a preparar el gran jubileo del año 2000, quise recordar la tradición de los años jubilares de Israel, tiempos dedicados especialmente a Dios, en los que, a la vez, se preveía la liberación de los presos, la redistribución de las tierras y el perdón de las deudas. Se trataba de poner en práctica una equidad y una justicia que fueran el reflejo de la alegría de saberse elegidos y amados por Dios. Por eso, "en la tradición del Año jubilar encuentra una de sus raíces la doctrina social de la Iglesia" (ib., 13), o sea, el conjunto de principios y criterios que, como fruto de la Revelación y de la experiencia histórica, se han ido elaborando para facilitar la formación de la conciencia cristiana y la aplicación de la justicia en la convivencia humana.

Estos principios y criterios son de muchos tipos. Por ejemplo, el amor preferencial a los pobres, con la finalidad de que alcancen un nivel de vida más digno; el cumplimiento de las obligaciones asumidas en contratos y convenios; la protección de los derechos fundamentales exigidos por la dignidad humana; el uso correcto de los bienes propios, que redunde en beneficio individual y colectivo, de acuerdo con el objetivo social que corresponde a la propiedad; el pago de los impuestos; el desempeño adecuado y honrado, con espíritu de servicio, de los cargos y funciones que se ejercen; la veracidad, tanto en la palabra dada como en los procesos y juicios; la realización del trabajo con competencia y dedicación; el respeto a la libertad de las conciencias; la universalización de la educación y de la cultura; y la atención a los inválidos y a los desempleados.

Desde una perspectiva negativa, se pueden señalar, entre las violaciones de la justicia, la insuficiencia salarial para el sustento del trabajador y de su familia; la apropiación injusta de los bienes ajenos; la discriminación en el trabajo y los atentados contra la dignidad de la mujer; la corrupción administrativa o empresarial; el afán exagerado de riqueza y de lucro; los planes urbanísticos que se concretan en viviendas que, en la práctica, llevan al control de la natalidad debido a las presiones económicas; las campañas que violan la intimidad, la honra y el  derecho a la  información; las tecnologías que degradan el ambiente, etc.

En el ejercicio del triple munus de santificar, enseñar y gobernar, los obispos ayudan a los fieles a ser testigos auténticos de Jesús resucitado. No siempre resulta fácil orientarlos en la búsqueda de respuestas adecuadas, según las enseñanzas de Jesucristo, para que afronten los desafíos del contexto económico y social.

4. No es ninguna novedad la constatación de que vuestro país convive con un déficit histórico de desarrollo social, cuyos aspectos extremos son el inmenso número de brasileños que viven en situación de indigencia, y una desigualdad en la distribución de la renta que alcanza niveles muy elevados. A pesar de ello, por su volumen total, la economía brasileña se sitúa entre las diez primeras del mundo, y su renta media per cápita es muy superior a la de los países más pobres.
Por eso, Brasil presenta la paradoja de que posee un grado de desarrollo industrial y científico-tecnológico equivalente, en ciertos casos, al primer mundo, aunque debe convivir con una marginación económica crónica de amplios sectores sociales, como el gran número de campesinos sin tierra, los micropropietarios rurales empobrecidos y endeudados y el gran número de trabajadores urbanos marginados, fruto de las migraciones internas y de los rápidos cambios en la estructura del empleo.

5. La pobreza y las injusticias sociales en Brasil comenzaron en el período colonial y en los primeros años de vida independiente. Los planes de desarrollo aplicados durante el siglo XX aseguraron el crecimiento material del país en su conjunto y el desarrollo de una economía urbano-industrial diversificada y la correspondiente clase media, llena de creatividad e iniciativa. Sin embargo, no han sido capaces de eliminar la pobreza y la miseria, ni de reducir las desigualdades de riqueza y de renta, que han ido acentuándose en el período más reciente.
Tal vez la misma historia económica brasileña es una buena demostración de la ineficacia de los sistemas económicos destinados a resolver por sí solos los problemas del desarrollo humano, sin estar acompañados y corregidos por un fuerte compromiso ético y por el constante empeño de servicio a la dignidad humana.

Hace algunos años, a propósito de la caída del muro de Berlín y del fracaso del marxismo, recordé que "no es posible comprender al hombre, considerándolo unilateralmente a partir del sector de la economía, ni es posible definirlo simplemente tomando como base su pertenencia a una clase social" (Centesimus annus, 24). Del mismo modo, al hombre no se le puede considerar un elemento más de la economía de mercado, porque "por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad" (ib., 34).

Las experiencias económicas realizadas en Brasil desde la década de 1940 —sustitución de las importaciones, industrialización protegida, acción empresarial del Estado, expansión subsidiada del sector agrícola, etc.— procuraron combinar elementos técnicos de los grandes sistemas económicos entonces vigentes, favoreciendo sin duda el crecimiento global. Con todo, no lograron su objetivo fundamental de reducir sustancialmente la pobreza. Los recientes planes de estabilización monetaria, modernización tecnológica y apertura comercial, a pesar de su relativa eficacia, han permitido alcanzar este objetivo sólo en parte.

En realidad, además de las insuficientes medidas de protección social y de redistribución de la renta, lo que verdaderamente puede haber faltado ha sido una concepción ética de la vida social. La simple instrumentalización de planes y medidas a largo plazo, para corregir los desequilibrios existentes, jamás puede prescindir del compromiso de solidaridad institucional y personal de todos los brasileños. Con este fin, los católicos, que constituyen la mayoría de la población brasileña, pueden dar una contribución fundamental.

6. El nuevo escenario internacional, fruto de la globalización, impone a los Estados importantes decisiones en cuanto a su capacidad de intervenir en la vida económica, también con el intento de corregir desequilibrios e injusticias sociales.

Ya en 1967 mi venerado predecesor Pablo VI llamó la atención sobre la creciente interdependencia de los pueblos y sobre la imposibilidad de los países de vivir aislados; se subrayaba entonces que ese proceso de interdependencia podría equilibrarse mediante una globalización solidaria, en la que las naciones más fuertes garantizaran ciertas ventajas financieras y comerciales a las más débiles, con el fin de ayudar a nivelar, en la medida de lo posible, el marco internacional de referencia, o, de lo contrario, podría servir para acentuar las distorsiones (cf. Populorum progressio, 54-55). Por desgracia, aún hoy la globalización actúa muchas veces en favor del más fuerte, haciendo que las ventajas derivadas del desarrollo tecnológico estén vinculadas al cuadro normativo internacional.

Vuestro país también está condicionado por el entorno internacional como los demás Estados, pero posee una economía suficientemente fuerte que, hasta hoy, le ha permitido afrontar las recurrentes crisis financieras globales. Además, la población tiene confianza en su moneda y en el funcionamiento de las instituciones. Por tanto, hay que dar gracias a Dios porque en el conjunto de la sociedad existen los elementos básicos para resolver los problemas sociales, al margen de los condicionamientos externos. Es posible trabajar en Brasil por una sociedad más justa, y el compromiso en este trabajo es parte de las exigencias derivadas de la difusión del mensaje evangélico.

7. A vosotros, venerados hermanos, como jerarquía del pueblo de Dios, os compete promover la búsqueda de soluciones nuevas y llenas de espíritu cristiano. Una visión de la economía y de los problemas sociales, desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, lleva a considerar las cosas siempre desde el punto de vista de la dignidad del hombre, lo cual trasciende el simple juego de los factores económicos. Por otro lado, ayuda a comprender que, para alcanzar la justicia social, se requiere mucho más que la mera aplicación de esquemas ideológicos originados por la lucha de clases como, por ejemplo, la invasión de tierras, ya condenada en mi viaje pastoral de 1991, y de edificios públicos o privados, o, por no citar otros, la adopción de medidas técnicas extremas, que pueden tener consecuencias mucho más graves que la injusticia que pretendían resolver, como en el caso de un incumplimiento unilateral de los compromisos internacionales.

Lo más importante, según la misión que Jesucristo ha encomendado a los obispos, y también lo más eficaz, es estimular toda la potencialidad y riqueza del pueblo de Dios, especialmente de los laicos, para que, en la medida de lo posible, reinen en Brasil una justicia y una solidaridad auténticas, fruto de una vida cristiana coherente.

En una democracia auténtica siempre debe haber espacio legal para que los grupos, lejos de recurrir a la violencia, pongan en marcha procesos de justa presión a fin de acelerar el establecimiento de la equidad y la justicia para todos, tan anheladas.

8. Por eso, se debe trabajar incansablemente en la formación de los políticos, de todos los brasileños que tienen algún poder decisorio, grande o pequeño, y en general de todos los miembros de la sociedad, de modo que asuman plenamente sus propias responsabilidades y den un rostro humano y solidario a la economía.

Es preciso formar en las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de veracidad y de honradez. Quien ejerce un liderazgo en la sociedad, debe tratar de prever las consecuencias sociales, directas e indirectas, a corto y a largo plazo, de sus decisiones, actuando según criterios de optimación del bien común, en vez de buscar ganancias personales. Los cristianos deben estar dispuestos a renunciar a cualquier ventaja económica o social, si no es por medios absolutamente honrados, no sólo de acuerdo con las leyes civiles, sino también según el excelso modelo moral indicado por el mismo nombre de cristianos, que siguen las huellas de Cristo en la tierra.
Servicio constante y generoso al prójimo

9. Vivir coherentemente como cristianos significa convertir la propia vida en un servicio constante y generoso al prójimo.

En mi carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de 2002, hablando del sacramento de la penitencia, procuré estimular en mis hermanos sacerdotes la amistad de Jesús con Zaqueo:  de hombre que vivía de la explotación de sus hermanos, a hombre que decide dar generosamente parte de sus bienes a los pobres y reparar las injusticias cometidas. El episodio de Zaqueo, narrado por el evangelista san Lucas, indica el camino del ejercicio de la opción preferencial por los pobres.

No es una opción clasista, sino que sirve a todos los cristianos y a todos los hombres, ricos y pobres, de cualquier partido u opinión política, como base de acercamiento al espíritu de Cristo, para suscitar en ellos el milagro de la misericordia. Venerados hermanos, de este modo conseguiréis que todos los brasileños hagan, como Zaqueo, una opción de vida en favor de sus hermanos, y abriréis en los cristianos, y en todos los hombres de buena voluntad de Brasil, las infinitas potencialidades del amor de Dios.

En el pensamiento y en la acción política y económica, con el fin de velar por el bien común, florecerán numerosas iniciativas —economía de comunión y participación, iniciativas asistenciales y educativas, formas innovadoras de auxilio a la población necesitada, etc.— que expresarán la variedad del pueblo de Dios y la inconmensurable riqueza humana y espiritual del pueblo de esta gran nación.

10. Venerados hermanos en el episcopado, que los desafíos del trabajo no debiliten nunca vuestro entusiasmo; antes bien, sed apóstoles del optimismo y de la esperanza, infundiendo confianza en vuestros colaboradores más directos y en toda la sociedad de vuestras regiones episcopales.

Que en el exaltante esfuerzo de edificación del reino de Dios os asistan los santos y beatos de la Tierra de la Santa Cruz. Os proteja Nuestra Señora Aparecida, venerada con particular e intensa devoción por vuestro pueblo. A su protección atenta y materna encomiendo vuestros planes apostólicos y las necesidades materiales y espirituales de las diócesis de las que sois pastores.

Recibid mi bendición apostólica, que de buen grado extiendo a cuantos os han sido encomendados.



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