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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
AL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I
CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE SAN ANDRÉS

 

A Su Santidad
BARTOLOMÉ I
Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

"Gracia y paz abundantes" a vosotros que habéis sido elegidos "según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo" (cf. 1 P 1, 2).

Con estas palabras de saludo el apóstol san Pedro se dirigió a los cristianos del Ponto, de Galacia, de Capadocia, de Asia y de Bitinia. Y con estas mismas palabras de anhelo de paz me dirijo a usted en esta feliz circunstancia de la fiesta del santo patrono del Patriarcado ecuménico.

Hoy, este deseo se transforma en oración. La delegación, guiada por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, quien, a petición mía, os visita, se une a Vuestra Santidad, al Santo Sínodo y a toda la Iglesia de Constantinopla para elevar a Dios nuestro Padre, con un fervor común, la gran doxología en la que las tradiciones oriental y latina se encuentran en la conmemoración del apóstol san Andrés, el primer llamado, el hermano de Pedro.

La fraternidad de los apóstoles san Pedro y san Andrés, así como la misma y única vocación a la que fueron llamados mientras realizaban su trabajo cotidiano (cf. Mc 1, 16-17), nos invitan a buscar juntos, cada día, la comunión plena, para cumplir nuestra misión común de reconciliación en Dios y de promoción de un auténtico espíritu pacífico y cristiano, en un mundo caracterizado por dramáticas laceraciones y conflictos armados.

La fidelidad a Cristo de los dos santos hermanos, Pedro y Andrés, hasta el último sacrificio, el del martirio, exhorta a nuestras comunidades, nacidas de la predicación de los Apóstoles y situadas en la sucesión apostólica ininterrumpida, a comprometerse para superar las dificultades que impiden aún la concelebración eucarística.

Esta misma fidelidad, arraigada en el sacrificio del martirio, es el modelo al que debemos tender continuamente sin reticencias, y que debe guiar nuestros pasos y disponernos plena y humildemente al sacrificio por la unidad querida por el Señor.

Todos nuestros contactos, nuestras conversaciones y nuestras experiencias de colaboración están orientados hacia un único fin:  la unidad, condición esencial indicada por Cristo, que debe caracterizar las relaciones entre sus discípulos. Por su parte, la Iglesia católica se ha comprometido con convicción en este proceso, con la voluntad de hacer progresar cualquier iniciativa que favorezca la búsqueda de la unidad plena entre todos los discípulos de Cristo. Por tanto, estimamos conveniente encontrar formas más frecuentes de comunicación e intercambios regulares y recíprocos entre nosotros, para hacer más armoniosas nuestras relaciones y coordinar de manera más eficaz nuestros esfuerzos comunes. ¿Cómo no evocar en este contexto la preocupación que llevo muy dentro del corazón y que Su Santidad comparte conmigo, a saber, impulsar de nuevo el diálogo teológico con miras a una nueva fase, tras las incertidumbres, las dificultades y las vacilaciones del último decenio?

Estos son los pensamientos que me vienen a la mente y al corazón al celebrar la fiesta de san Andrés, hermano de san Pedro. Pienso también en el icono que Su Santidad Atenágoras I regaló a Su Santidad Pablo VI en recuerdo de su primer y feliz encuentro en Jerusalén. Representa a los apóstoles san Pedro y san Andrés en un abrazo fraterno, y es el símbolo de la realidad a la que debemos tender:  el abrazo de nuestras Iglesias en la comunión plena.

Con estos sentimientos y con la esperanza de que nuestras relaciones eclesiales, vivificadas por un impulso siempre renovado, se desarrollen aún más, le aseguro, Santidad, mi afecto fraterno en el Señor.

Vaticano, 25 de noviembre de 2002

JUAN PABLO II



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